Por P. Héctor De los Ríos L.
Vida Nueva
Testigos de la Verdad
Ezequiel 2, 2-5: «Sabrán que hubo un profeta en medio de ellos »
Salmo 123(122): «Misericordia, Señor, misericordia»
2Corintios 12,7b-10: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad »
San Marcos 6,1-6: «No desprecian a un profeta más que en su tierra »
Cada domingo que nos reunimos para proclamar la palabra y partir el pan, recordamos nuestra condición de pueblo profético y nuestra vocación de enviados y testigos suyos. Hoy también el Señor quiere colmarnos de su Espíritu para que la debilidad de nuestras pobres palabras se revista de la fuerza de Dios.
Los versículos del texto de Ezequiel recogen parte de la narración de la vocación del profeta. Ezequiel es un sacerdote y un profeta llamado por Dios de improviso, que se siente poseído por el Espíritu para hablar a Israel, pueblo rebelde en el destierro. La misión que Dios le confía es difícil y le coloca en una actitud de lucha consigo mismo y con un pueblo que se obstina en no querer oír. El profeta no puede por menos que sentir su impotencia.
Al presentarnos el profeta como «hijo de Adán» (es decir, creatura humana) frente a la palabra salvadora: «esto dice el Señor», nos quiere indicar el contraste entre la debilidad del profeta y la magnitud de la empresa encomendada por Dios. Al aceptar la misión, el profeta se coloca en un camino de soledad y sufrimiento. Pero se siente confortado con las palabras: «Tú, hijo de hombre, no los temas, ni tengas miedo a sus palabras».
En la comunidad de Corinto han entrado nuevos trabajadores que pretenden desacreditar a Pablo ante los fieles, valiéndose de su «superioridad» sobre él en el campo de los carismas. Pablo hace la apología de su trabajo poniendo de relieve la acción de Dios en la debilidad de su ministerio. El reconocimiento de la propia fragilidad no es obstáculo, sino punto de partida para la acción de Dios. Sólo el que cree bastarse a sí mismo, el orgulloso es incapaz de reconocer la fuerza de Dios.
No se trata de afirmar que Dios actúa con poder donde el hombre renuncia a su personalidad, sino que la acción divina se hace tanto más poderosa cuanto el apóstol coopera con ella en una fidelidad total a su condición de criatura e instrumento.
En el Evangelio, la visita de Jesús a su pueblo queda marcada por el signo de la incredulidad.
Los nazaretanos tienen dificultad en reconocer la acción de Dios en Jesús. Hasta ahora los dones de Yahvé se han manifestado con signos de poder, majestad y abundancia. No comprenden que Dios revista sus actos de rasgos de debilidad.
Cristo quiere revelar la significación salvadora de esta condición humilde. En el fondo es el misterio de la Encarnación: Dios que asume toda la humanidad en su pobreza. De este modo con Cristo la debilidad misma se eleva al plano de los medios de salvación.
Jesús, con sus milagros, pudo dejar pasmados a sus paisanos. Pero no quiso. Ante el afán de gestos espectaculares y maravillosos Jesús se presenta con su realidad humilde. Sólo quien es capaz de descubrir este misterio por la fe puede profesar que él es el Cristo, el Mesías.
Algunas preguntas para meditar durante la semana:
1. ¿Tiendo yo a descorazonarme cuando mi debilidad se hace evidente?
2. ¿Soy yo fiel a la verdad, a pesar de lo que las personas piensen?