Por: Alex Sterling
El mercado chino necesitaba un traductor simultáneo del sistema económico occidental. No eran necesarios 50 años para que el partido comprendiera que el volumen de transacciones internacionales había rebasado sus diques. Había que contraindicar el obsoletismo político. Era hora de que intermediarios, autorizados por el partido, tuvieran la libertad, o algo parecido a ella, de negociar con títulos valores susceptibles de oferta pública, de tal manera que se tuvieran mercados especializados a disposición de los ahorradores e inversionistas. Ese tipo de instituciones ya eran parte de la cultura monetaria occidental y los chinos no se ponían a dar vueltas a la hora de estudiar sus modelos y apropiarse de los mismos, en la medida que les conveniera. Un país que tiene mitos donde la tierra aún estaba congelada, un pueblo de más de 5.000 años de evolución lineal, no puede perder tan rápido su acento, su cultura y sus maneras en la mesa. Todo lo que llega a sus predios es chinizado, adaptado como sea a la cultura China. Contrario a lo que nos harían pensar sus artefactos electrónicos no son fanáticos del copy paste.
Bajo estas condiciones China vio el día en que la bolsa de Shenzheng se inauguró, en 1988, y como fue secundada por la de Shanghai en 1990. El escenario estaba montado para la llegada de los grandes capitales de occidente y el resto del sudeste asiático, quien también comenzaba a despuntar. Fue, sin embargo, en el año de 1999, guiado por Jiang Zemin, cuando China dio el paso definitivo: su entrada a la OMC, momento desde el cual se ha experimentado el mayor índice de crecimiento, no sólo de la historia China, sino del la memoria histórica vigente mundial. Esta comportamiento de potencia se vio reforzado por eventos culturales y deportivos, con los que el gigante asiático quiso presentarse ante el mundo como peso pesado del nuevo orden mundial: Los juegos Olímpico de Beijing 2008, con victoria en el medallero general incluida, fueron el coctel de inauguración de lo que podría ser la nueva potencia de este siglo.
Sin embargo, en los días que corren, se ha desperdigado un rumor entre politólogos y analistas internacionales. El modelo económico es incompatible con algunas maneras del sistema político, aún vigente. Como se ve, estas refomas venían con sus vicios debajo del brazo:
Los problemas colaterales de tipo migratorio podrían desestabilizar el tejido social chino, trayendo consigo los problemas de violencia, desigualdad y descontento popular que suelen acompañar estos periodos. La disparidad de ingresos en la sociedad china, tras la apertura económica, propició el desplazamiento de millones de personas desde las regiones agrarias más pobres, al interior del país, hacia las regiones costeras, económicamente florecientes, (el Producto Nacional Bruto per cápita de las provincias del sudeste duplica con creces al del centro-sur). Sin diferencias notables con el caso colombiano, el desplazamiento desorganizado de grandes porciones de población del campo a la ciudad no le da tiempo a estas últimas de preparase para recibirlos. Hay un cupo y volumen de exportaciones que requieren un número determinado de mano de obra. Aunque los niveles de desempleo no son alarmantes proporcionalmente, si nos fijamos en que el uno por ciento de mil millones es 10 millones, nos encontramos con una cifra escandalosa, que incluso según otras fuentes, podría ser aún mayor. Para un joven chino de menos de 30 años, con manejo fluido del inglés y alguna profesión, un empleo es tan asequible que en la urbes más permeadas por la cultura exterior se ha puesto de moda renunciar cada tres meses y buscarse una nueva chamba. Cosas del aburrimiento. Otra suerte corren los que se presentan sin preparación técnica, sin estudios en otras lenguas. Para ellos el asunto es de otro calibre. Ahí ya se abrió una grieta, ahí ya hay alguien que tiene más que otro. Ahí pueden germinar la envidia y el resentimiento, dicen analistas norteamericanos, en declaraciones que no se sabe si provienen de un estudio concienzudo o del patriotismo de la prensa amarilla.
Son estos asuntos microeconómicos los que China debe enfrentar, a la hora de apuntarle a un desarrollo igualitario de su ingreso per capita que, entre las potencias que lo acompañan en el cenit de la economía mundial, es el más bajo. No olvidemos que uno de los principales (o el principal) capital chino es su capacidad de trabajo, representado en 2,600 millones de manos, acostumbradas a trabajar con niveles de concentración y compromiso que la mayoría de las potencias europeas envidiarían (si es que ya no lo hacen) y que, desde todo punto de vista, debe cuidar el estado, ya que una desviación en el objetivo global de la “comunidad” podría afectar su capacidad industrial instalada y los bajos costos de producción, derivados del menor costo salarial. Lo peligroso de todo esto es que debido a la inevitable occidentalización inherente a la apertura económica, sus habitantes podrían cosechar la idea de que están bajo un modelo que los lleva a un “modo de vida inferior al de occidente” situación que, según lo que ha mostrado la historia con ejemplos como los de Alemania oriental, podría desestabilizar socialmente a la nación. Sin duda un panorama desalentador para los que defienden ante el partido las circunstancias de la modernidad. Sentémonos a ver qué pasa.