El Jodario

Por Gustavo Alvarez Gardeazabal

Todas las grandes ciudades del país y un alto porcentaje de las intermedias y ya hasta algunas de las pequeñas han ido convirtiendo pedazos cada vez más grandes de sus cascos urbanos en territorios inexpugnables donde no entra la ley, rige la norma del más fuerte y el salvoconducto lo garantiza el pago de una vacuna o un peaje.

Como el esfuerzo de los policías y soldados constitucionales se ha estado haciendo durante más de 30 años en defenderse o combatir a los grupos alzados en armas o a los narcos y últimamente a las bacrim, barrios enteros de esas ciudades se convirtieron en republiquetas independientes en donde, ejerciendo el terror, los sobrantes de los unos y los otros se aliaron con la tradición delincuencial y sentaron sus reales.

El ciudadano común que vive en esas barriadas en donde se impone la ley del más fuerte terminó por resignarse, por aceptar las fronteras invisibles, por pagar la cuota para sobrevivir, por comprar los alimentos en la tienda que ellos dejan y por contribuirle al chofer del bus para la vacuna.

El otro ciudadano, el que todavía vive en barrios donde la Policía puede ir sin riesgos de ser atacada o de no tener que conciliar marranamente con los hampones y en donde, por consiguiente, todavía se puede caminar por sus calles y no hay sometimiento a ningún tipo de extorsión, lo único que sabe es repetir “por allá no vaya, por allá no entre y si no se le ha perdido nada, ¿para qué va por allá?”

Hemos terminado por aceptar que hay dos Colombias. Una en donde rigen las armas y normas constitucionales y otra en la que dominan, subyugan y amenazan los hampones.

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