Por P. Héctor De los Ríos L.

Vida Nueva

Domingo vigésimo primero del tiempo ordinario       

Josué  24, 1-2a, 15-17, 18b: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses »
Salmo 34(33): «Gusten y vean qué bueno es el Señor»
Efesios 5,21-32: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella»

San Juan 6,60-69: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»

El relato del libro de Josué es una figura de la lectura del próximo Evangelio. La gente de Israel quiere tener ambas cosas: seguir al verdadero Dios, y a la vez seguir con sus falsos dioses e ídolos. Josué los enfrenta. La gente debe escoger: el Dios de la Biblia e ídolos son completamente incompatibles. En esta elección, la gente elige a Dios. No pueden olvidar la misericordia de Dios y Su presencia en sus vidas. La historia de Dios con el pueblo de Israel fue siempre una historia de amor que el pueblo no entiende y comprende, amor que exige al hombre «ser» y lo libera de las esclavitudes del tener.

El mensaje de la Carta a los Efesios es muy rico. San Pablo compara la Iglesia con el matrimonio; el amor entre Jesús y su Iglesia, y el amor entre marido y mujer. Por un lado, aprendemos que no nos es posible separar a Cristo de la Iglesia. Por otro lado, no podemos destruir el lazo permanente del matrimonio: el matrimonio es un misterio que comparte, de alguna manera, el misterio del amor fiel de Cristo. El camino del cristiano es una aproximación continua a la unidad. Unidad que nace de una entrega total siguiendo el camino de Cristo que se entregó a la Iglesia. «Sean sumisos unos a otros…». Dar importancia al otro, es seguir los pasos de Cristo.

El texto evangélico toma la última parte del discurso de Jesús en Cafarnaún sobre el Pan de Vida. El les ha dicho a sus discípulos sobre el valor absoluto de su liberación del pecado y la muerte. Sobre la vida eterna y la verdadera vida del alma. Sobre su cuerpo y sangre que debemos comer y tomar para que esta vida -su propia vida- venga a nuestras almas.

Este texto del Evangelio muestra uno de los momentos más críticos de la vida pública de Jesús. Su verdad divide a los discípulos, y aquéllos que lo seguían por razones ambiguas se retiran. Al final, Jesús necesita la seguridad de Sus Apóstoles, aunque El también esté listo a perderlos, en caso de que ellos compartan las dudas de los discípulos que se retiran. Y Pedro responde a nombre de todos ellos, y responde bien: «Señor, ¿a quién iríamos? Estamos convencidos de que eres el Santo de Dios».

No es la fe llenar nuestro cerebro de «verdades»; creer es dar un sí apasionado y total a la única razón de nuestra existencia, a Jesús. No somos nosotros los que dejamos el mundo en las manos de Dios; El es el que ha dejado el mundo en nuestras manos para que hagamos una morada digna de los hijos de Dios.

Algunas preguntas para meditar durante la semana:

1. ¿Cuál es mi reacción cuando mi fe sufre momentos de crisis?

2. ¿Es Jesús mi Maestro más que cualquier otro maestro humano?

3. ¿Veo a la Iglesia como a la única y verdadera Maestra de la fe?