Vida Nueva

Domingo vigesimocuarto del tiempo ordinario

Isaías 50, 5-10: «Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí?»
Salmo 116(114-115): «Caminaré en presencia del Señor»
Santiago. 2,14-18: «¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras?»

San Marcos 8,27-35: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho…»

La descripción de los sufrimientos del Siervo de Yahvé (que se repite en el canto cuarto: Is. 52, 13-53, 12) no es una aceptación masoquista del dolor ni una aceptación «resignada» del destino. Es una forma de decir que el mal, el dolor y la injusticia se redimen afrontándolos. No se salva a los hombres huyendo de su tragedia, sino rompiendo su sinsentido con la lucha, haciendo saltar con el amor el círculo de la opresión del hombre. La liberación tiene rostro de cruz. El Siervo de Dios, de quien habla el profeta Isaías, no renuncia a la esperanza y su fortaleza es aliento para el que, cansado, ha dejado de esperar.

Por su parte, el Apóstol Santiago insiste en su fundamental doctrina: la fe sin obras es una fe muerta. Creer en un Dios que nos salva liberándonos de todo mal y resignarse estérilmente ante el dolor es sofocar el Espíritu liberador que la Resurrección de Jesús ha derramado entre los hombres.

La medicina, el progreso científico, la lucha social, orientadas al servicio de una humanidad más feliz, son las obras que hacen viva nuestra fe, y traducen a un lenguaje inteligible, los signos liberadores que Jesús realizó para mostrar su mesianismo. Las palabras resonantes, las fáciles promesas que no se cumplen, de nada sirven si los pobres siguen desnudos y a los hambrientos les falta el pan y al trabajador su justo salario.

El mismo Pedro que movido del Espíritu confiesa a Jesús como Mesías, trata de disuadirle del riesgo de la cruz. Más tarde, al enfrentarse con su Mesías ajusticiado, le abandona por miedo a correr ellos la misma suerte. La cruz, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, hizo crisis en la vida de los discípulos. Sólo después, al recibir el Espíritu de Jesús, aprendieron que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni sus caminos son nuestros caminos… Cristo no amó el dolor, ni se sintió dichoso al verse abandonado.

La angustia y el miedo le hicieron dudar de su misión, pero no se echó atrás. Se mantuvo fiel por encima de todo. A todos los que le quieran seguir les advierte de su destino. Pero la cruz, la persecución no es una receta medicinal que El nos recomienda, sino una consecuencia inevitable para quien toma en serio su «asunto» y trata de llevarlo adelante. La salvación tiene carácter agónico.

No debemos engañar a nadie predicando un Evangelio sin exigencias ni tampoco apagar la esperanza prediciendo un sufrimiento inútil.

Algunas preguntas para meditar durante la semana:

1. ¿En qué términos creo yo realmente en Cristo? ¿Quién es Él para mí?

2. ¿Cuál es mi actitud mientras escucho o leo el Evangelio: estoy yo escuchando la sabiduría humana o a Dios mismo?