Por: Ana María Valencia M.
Despertar es semejante al nacer. Un bebe al salir del vientre de su madre, ¡despierta! Sale al mundo. Se desprende del confort del vientre de su madre donde lo tenía todo, donde habitada con comodidad, sin mayores esfuerzos, tranquilo. Así mismo permanecemos mientras dormimos en las noches, al amanecer, ¡despertamos! Nos levantamos de la comodidad de una cama caliente, unas suaves cobijas y tal vez una buena compañía. Despertar es difícil. Es difícil renunciar a esa comodidad y confort para levantarse y continuar con la rutina, con las realidades que muchas veces nos queremos negar a ver y afrontar. Quisiéramos vivir de manera permanente en ese mundo de confort.
Muchas personas de verdad se quedan en ese estado permanentemente, sus cuerpos crecen, el tiempo avanza, pero sus mentes y su espíritu casi que se paralizan sin afrontar sus responsabilidades. En varias etapas de nuestras vidas despertamos, de bebes a niños, de niños a adolescentes, de adolescentes a adultos y finalmente de adultos a adultos mayores. Ninguna etapa de la vida es mejor o peor, son simplemente etapas de la vida, son como las estaciones del año. Son únicas en su periodo de tiempo, cada una trae consigo sus particularidades, sus extremos, pero cada una es bella en si misma. No se repiten durante el año, pero si al año siguiente. Así mismo son las etapas de la vida, no se repiten biológicamente, pero si emocional, mental y espiritualmente.
Ojala los seres humanos pudiéramos vivir etapa tras etapa como cada una de las estaciones, acoplarnos a lo que trae cada estación consigo, vivirla y despertar un día recibiendo la siguiente. Sería imposible pretender pedirle al sol que queme en invierno para que derrita toda la nieve o pedirle a la nieve que congele el sol. Sin embargo el mundo es variado, hay países como el nuestro donde no vivimos de las estaciones del año, nuestro clima varía según la ubicación territorial, pero ahora en el 2011 estamos padeciendo de un descontrol climático, que nos ha traído tragedia humanas y cambios de hábitos de vida. Es el mismo descontrol que vive un espíritu perdido en las etapas de su vida. Despertar es incómodo, es muchas veces producido por un dolor inmenso, una tragedia inesperada, como siente la madre al dar a luz a su hijo, o el que siente el bebe al tener que respirar por primera vez, por sí mismo. ¡Esto es el despertar!
Nosotros podemos despertar a nuestras realidades, aceptarlas para poder ver lo que nos corresponde y renunciando, aunque nos cueste, a aquel confort que más allá del limite se convierte en monotonía, rutina y el espíritu comienza a enfermarse. El confort como esa comodidad a la que no renunciamos por miedo a vencer obstáculos que nos lleven a encontrar cosas nuevas.
Una persona que despierta, es como un niño, ahora si independiente de su edad, tiene el espíritu de un niño de manera gradual a cómo va despertando. Como un niño porque todo le es nuevo, novedoso y mágico. Guarda esa inocencia de aceptar todo como bueno, de tener la necesidad de compartirlo, como cuando un niño busca jugar con los demás niños, mostrar sus juguetes nuevos. Esta inocencia la necesitamos todos, esa misma inocencia a la que hizo referencia Jesús, al decir “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de Dios.”
Es el despertar el que nos trae esta inocencia que necesitamos para poder aceptar nuestra nueva realidad, a veces compleja, pero más compleja si nos negamos a verla.
Esta inocencia madura gradualmente hasta llevarnos a un aterrizaje que lo mejor que trae consigo es una vida más amplia y de constantes cambios.
La vida nos ofrece todos los días un despertar. En nosotros está cómo vivirlo.