Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.


Mas de la mitad de los posibles electores se abstienen de votar. Se venden y compran votos. Se financian campañas a cambio de contratos. Se eligen personas que tienen asuntos pendientes con la Ley. Los candidatos no hacen propuestas sino promesas, y se anuncian con retratos y eslóganes en grandes y costosas vallas como si se tratara de propaganda comercial (y efectivamente lo es), y no se analizan ni debaten seriamente. Y para rematar, por un error del CNE miles de ciudadanos no podrán votar el Domingo

Pese a que cerca del 80% de los habitantes del país viven actualmente en ciudades no tienen todavía una cultura urbana, lo que lleva tiempo adquirir, pero todos sus votos valen igual independientemente del grado de educación ciudadana de cada elector. Al tiempo que la gran mayoría de los candidatos a las alcaldías no tienen estudios ni experiencias ni conocimientos ni experticia en el aspecto urbano arquitectónico de las ciudades que irresponsable o ingenuamente pretenden orientar.

De siempre las ciudades han sido lugares para hacer negocios pero ahora y aquí se han vuelto ellas mismas un negocio. Es el objetivo único de casi todos los políticos,  propietarios del suelo rural que rodean los cascos urbanos, constructores de vivienda y obras públicas, y transportadores. Y, como dice Umberto Galimberti, a diferencia de las ideas que pensamos, los mitos al respecto nos gobiernan no con lógica sino con psicología (Los mitos de nuestro tiempo, 2009).

Democracia (Del gr. dḗmos, «pueblo» y krátos, «poder» o «gobierno») es una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, y pueblo (Del lat. popŭlus) es el conjunto de personas de un lugar, región o país. Pero pese a que se dice que este es un país de regiones se insiste en que tiene un solo pueblo, sólo por que habla un mismo idioma y profesa una sola religión, aunque ya no tanto, las que fueron, con la arquitectura, las otras armas de la conquista (F. Chueca Goitia, Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979).

Y ya en 1823 Gaspar decía Théodore Mollien que: “No es fácil decir cual es la opinión política de los bogotanos: como todos los capitalinos, suelen ser criticones, porque ven de cerca el juego del gobierno; pero en realidad son para este más bien espectadores indiferentes del mantenimiento en el poder o de su caída, que enemigos peligrosos. Con tal de que no les hagan pagar impuestos y les dejen criticar a su gusto, se creen libres.” (Citado por P. Navas: Le Tour du Monde, 2013, t.1, p.8).

En conclusión, en Colombia no existe un predominio del pueblo en el gobierno político del Estado, que es otra acepción de la palabra “democracia”, y tampoco sus habitantes conforman en rigor un pueblo pues no es un país con gobierno independiente, que es otra acepción de la palabra “pueblo”, pues es permanente la dependencia política que se tiene con Estados Unidos, y que tanto ha señalado Antonio Caballero en la revista Semana. Pero también es cultural.

Por eso votar en blanco, aun cuando pierda, es sin duda mejor que abstenerse y sólo criticar pues educa en el ejercicio de la democracia, haciendo que los electores no sean tan diferentes entre ellos en tanto ciudadanos. Y al tiempo cohesiona a los inconformes, cuestiona a los políticos tradicionales y así ayuda a mermar la corrupción. Al fin y al cabo, como ya lo dijo Friedrich Wilhelm Nietzsche: la democracia sólo es posible entre iguales. Y a su vez nos iguala.