Un palo y un trapoEl JodarioPor Gustavo Álvarez GardeazábalEl grotesco episodio argentino donde la presidente saliente y el entrante casi se dan a puñetazos por un bastón de mando y una banda, que finalmente no son más que un palo y un trapo, avergüenza a los argentinos y da la medida de quienes son y han sido sus gobernantes de farándula, pero me hace recordar que la tristeza de perder el poder lleva a muchos seres humanos a comportarse paranoicamente y a atropellar la cortesía que rige las buenas relaciones.En mi vida me tocó sufrir dos episodios de esos. En 1988, cuando fui el primer alcalde electo de Tuluá, el saliente, un doctor Orejuela que ya murió, se negó a entregarme el despacho y hacer empalme. Desgraciadamente para él, me posesioné sin discursos ni parafernalia a las 8:00 a.m. ante un juez y cuando trataba de llegar a la Alcaldía, 10 minutos después, subiendo las gradas, me lo topé. Asustado me entregó despectivamente las llaves del escritorio sin decirme una palabra como si se hubiera encontrado con el mensajero.Germán Villegas, el pomposo exalcalde de Cali y exgobernador del Valle, fue peor. Me despreció porque quizás se sentía atornillado al fatuo poder de un gobierno temporal y pasajero. Y cuando me eligieron gobernador de mi departamento no me concedió el empalme formal para mostrarme siquiera la oficina ni cómo funcionaba el despacho, sino que además solo devolvió los carros gubernamentales cuando ya había ido a posesionarme y tuve que llegar hasta la Asamblea en el taxi de Julio T.Lo de la Cristina y Macri es fruto de lo mismo. Quienes ostentan el poder por tantos años no quieren perderlo. Unos hacen ridiculeces como Germán Villegas y la Kirtchner y otros como Álvaro Uribe, cortés y educadamente, creen que siguen siendo presidentes. Con ellos es que se construye la historia de los pueblos.