Nicolás Ramos Gómez

Poco pensamos en nuestra responsabilidad individual en los abrumadores problemas que afronta nuestro Planeta. El calentamiento global y sus efectos en el comportamiento del clima, que pese a los acuerdos internacionales sigue en aumento, la contaminación de mares y ríos por las toneladas diarias de basura y plásticos que les arrojamos, la deforestación, el agotamiento de las tierras agrícolas, el desbordado crecimiento poblacional son efectos en los cuales todos en una u otra forma ponemos un grano de arena. Según datos de Global Footprint Netmork, el consumo en el año de 2017 fue de 1.71 tierras, consumo que ha venido en aumento año tras año.   

Colombia es un país rico en recursos, pero la falta de una política ambiental y de largo plazo lo viene arruinando. Su riqueza hídrica, una de las más altas del mundo, por la falta del cuidado de los bosques en sus pendientes cordilleras, en los inviernos se convierte en tragedia. Ahora hay el nuevo flagelo de la minería ilegal y uno se pregunta para qué sirve el Ministerio del Medio Ambiente. La minería ilegal crece y con ella el aumento del número de retroexcavadoras que mueven unos 1000 m3 de tierra por día, destruyendo los ecosistemas de los ríos, cuyo daño toma décadas en recuperarse.

En todos los tonos se habla de lo que ocurre en los Farallones de Cali, a solo 15 kilómetros de la estatua de don Sebastián de Belalcázar, pero allí sigue la minería ilegal e igual la tala del bosque recuperado y la invasión de los terrenos municipales destinados a la conservación y regularización del agua.  

El problema de la Tierra no es solo de los gobiernos, lo es también de nosotros, los ciudadanos que con egoísmo pensamos que podemos seguir consumiendo sin medida. Igual equivocadamente los gobiernos y los economistas predican que el crecimiento del consumo es progreso. Esa equivocación la vemos con el petróleo, del cual tenemos reservas para máximo 8/10 años, pero el gobierno se ufana de que ECOPETROL logra exportar un millón de barriles diarios. ¿Cómo, dónde y a qué precio lo compraremos mañana? Volvemos al cuento de la lechera: lloraremos en pocos años sobre la leche derramada