Por Carlos Enrique Botero Restrepo
Arquitecto Universidad del Valle; Master en Arquitectura y Diseño Urbano, Washington University in St: Louis.
Profesor Maestro Universitario, Universidad del Valle. Ex Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle (de2012 a 2015) y Director del CITCE (Centro de investigaciones Territorio Construcción Espacio) de 2006 a 2010.
El cáncer diagnosticado a la Comuna 22 de Cali puede llamarse de inmovilidad sin salida.
Todavía persiste en el pensamiento de muchos ciudadanos residentes la idea de que los responsables del mal creciente de la congestión vehicular resulta de la falta de construcción de vías nuevas cosa que se remonta hasta los años 90 del siglo pasado.
Esa es una interpretación dominante sobre las causas del problema. Quienes así piensan se llenan de paciencia esperando que algún día el Municipio de Cali logre terminar todo el trayecto faltante de la avenida Circunvalar desde la carrera 80 en los alrededores del barrio Buenos Aires, hasta la carrera 122, Callejón de Las Chuchas, continuando como calle 5 frente a la entrada del Colegio Bolívar y seguir bordeando el río Pance hasta rematar frente a Comfandi en la Avenida Cañasgordas. Agreguen a esta expectativa la extensión minimizada –reducida a una sola calzada- de la Avenida Ciudad de Cali desde el Río Lili hasta Jamundí donde se encontrará con la Panamericana que va hacia Popayán.
Cuando esto suceda, siendo optimistas, ya habrán pasado 10 años contados a partir de la aprobación por el Concejo Municipal de la actual versión del POT (2014). Con todo ésto, la situación no habrá cambiado y seguro habrá empeorado. Los vehículos que tomarán esas “nuevas” vías son algunos de aquellos que hoy deben atravesar la Comuna 22 porque no tienen alternativa, porque viajan hacia el norte del Cauca o hacia Jamundí y sus corregimientos de montaña.
Entre tanto, se integrarán al parque automotor de Cali, póngale bajito, unos sesenta mil nuevos automóviles –ni se diga cuántas motocicletas más- buena parte de ellos adquiridos por residentes del “nuevo sur de Cali”, como denominan al sector los promotores inmobiliarios que tienen como negocio la urbanización de las áreas rurales del sur del municipio y del norte de Jamundí. Hay que agregar que quienes circulan en vehículos automotores por cualquiera de las calles y avenidas de la Comuna 22 son un proporción muy baja de residentes, y sí muy alta de quienes llegan a ella porque ahí encuentran los colegios para los hijos, los clubes sociales para la recreación de socios e invitados, los hogares geriátricos, las “academias” de fútbol, canchas deportivas de alquiler, viveros, y lo que se quiera; restaurantes medio campestres y muy criollos; caballerizas con servicio de cabalgata y pronto uno que otro templo de comunidades no católicas pero profundamente creyentes. Todo se hace llegando en carro y éstos, además, se estacionan en las vías porque muy pocos predios ofrecen parqueaderos suficientes.
Y aquí se cierra el círculo vicioso: técnicamente no hay alternativa distinta a dejar el carro en casa, caminar hasta una parada de transporte público masivo y unirse al parche del MIO. Y la paradoja: si algún día se llegaran a construir andenes humanos, mucha gente podrá disfrutar caminando y circulando en bicicleta de tal manera que, gracias al ambiente y al paisaje, resuelvan usar poco el bus azul y, en consecuencia, el sistema administrado por Metrocali pierda más usuarios y ahí sí, la ruina.