Isabel Ortega Ruiz
Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.
Recuerdo con mucha ternura mi paso por el desierto de la Tatacoa ( Huila – COLOMBIA ). En parte porque me recordó al pueblo de donde son originarios mis padres, y donde yo he pasado los veranos de mi infancia. Aunque yo nací en Barcelona, mis padres son del sur de España, de un pueblo de la provincia de Almería, en la que se encuentra el único desierto de Europa. Allí Clint Eastwood protagonizó algunas de sus películas más famosas del género Western como “El bueno, el feo y el malo’. Por eso, ante los paisajes de ese lugar inhóspito, que curiosamente está rodeado de agua, me sentí como en casa.
Me pasaron dos cosas que marcaron mi viaje hacia el desierto de la Tatacoa; mi encuentro con Ramiro Varela en el avión, gracias a quien escribo estas líneas hoy, y la desaparición de la moto taxi que me trajo de vuelta al municipio de Villavieja. Seguid conmigo para saber más.
En 1538, cuando Gonzalo Jiménez de Quesada llamó a la Tatacoa el “Valle de las Tristezas”, seguro que no vio venir su transformación en un destino turístico que con sus paisajes te hace exclamar: “¡Wow, Tatacoa!”
A pesar de mi inicial deseo de aventurarme en un viaje en autobús desde Cali hasta el desierto, me desaconsejaron fervientemente esa opción. Me advirtieron sobre las carreteras serpenteantes, impredecibles y propensas a deslizamientos de tierra, donde podrías quedar varado durante horas o incluso días. Ante tales advertencias y con un toque de suerte a mi favor, opté por tomar un vuelo que, a mi pesar, hacía en escala en Bogotá.
Pero como reza el refranero, “no hay mal que por bien no venga” y es que, en el segundo vuelo, de Bogotá a Neiva fue que conocí a Ramiro, creador y director de esta revista sobre la que leen estás líneas. Aprovechando la casualidad de que nos habían sentado de nuevo juntos entablamos una amena conversación. Me impactó la cercanía, la energía y la ilusión de Ramiro por crear y crecer en su vida personal y laboral. Además, resultó ser una persona muy polifacética, por lo que nos pasamos el vuelo sin callar y aquí públicamente quiero agradecerle la oportunidad que me ha brindado de contar y compartir mi viaje.
Al llegar a Neiva nos despedimos, él se quedó para recoger un premio y yo tomé una camioneta hacia Villavieja, el municipio más cercano a mi destino final. No sin antes comprar la bolsa más grande que vi de bizcochos de achira, ¡Qué vicio!
Viajar desde Neiva a Villavieja fue muy agradable, te encuentras con el rio Magdalena, riachuelos y haciendas ganaderas que te dan la bienvenida. Y justo cuando piensas que estás a punto de entrar en un “Valle de las Tristezas”, llegas a Villavieja, con sus casas coloniales y sus calles animadas, llenas de gente, motos, y niños jugando. Poco te puedes imaginar que a unos metros la vegetación se pierde, y la tierra se alza hacía el cielo formando grutas y cuevas.
Actualmente gran parte de su población vive del turismo por lo que me costó poco encontrar una moto que me llevara a mí y mi mochila de 9 kilos hasta mi hostal al lado de uno de los observatorios del desierto, entre la zona de Cuzco y la de los Hoyos. Cuando viajas solo y no alquilas coche, es muy importante elegir sitios cerca de los lugares de interés.
Eso sí, al llegar me di cuenta de un terrible suceso, se me había olvidado sacar dinero y no se podía pagar con tarjeta. CRISIS. Tuve que hacerme un plan muy meticuloso para no gastar más de lo que tenía y que me quedara para la moto taxi de vuelta, cosas del directo. Ya les avanzo que tuve éxito y hasta me sobró, porque la moto que me trajo de vuelta desapareció cuando fui a pedir cambio para pagarle. Fue tal mi sorpresa que di varias vueltas a la plaza de la iglesia y me quedé esperándole por media hora, por si volvía, pero nada, un misterio no resulto.
Dicho esto, el primer día me levanté bien temprano para hacer el sendero de “los Hoyos”, ya que por la tarde para el atardecer quería ir a la zona roja, llamada sendero de “Cuzco” . A pesar de que la extensión del desierto de la Tatacoa abarca más de 300 km2, la zona turística y accesible es manejable. En este sentido me gustaría añadir que una mañana quise explorar fuera de los itinerarios marcados, pero me fue imposible porque múltiples vallas metálicas me lo impidieron. Me dijeron en el hostal que era por la ganadería pero que también mucha gente había comprado terreno a modo de inversión. Espero que esto se regule en un futuro y se permitan accesos para las personas.
La magia de los “desiertos” yace en que, aunque puedan parecer inhóspitos y áridos, sin nada que ofrecer, juegan un papel crucial en nuestros ecosistemas. En la Tatacoa, donde el suelo rojizo y gris cuenta historias de eras geológicas pasadas, mostrando sus diferentes personalidades en zonas como “El Cuzco” y “Los Hoyos”, el silencio ocupa un lugar, y si observas atentamente descubrirás la vida que late en su interior. Durante mi paseo por Los Hoyos, descubrí que muchos cactus albergaban un fruto comestible, fucsia, dulce y jugoso ¡todo un descubrimiento! Igual que, aunque te pierdas, al final el camino se encuentra.
Pero ¡ojo!, que en la Tatacoa, el desierto no es solo arena y sol. Muchos éramos los que estábamos allí para contemplar el espectáculo nocturno, cuando el cielo se pinta de estrellas.
Yo tuve mala suerte, y aunque aprendí mucho en la visita al observatorio, que recomiendo 100%, el cielo se nubló todas las noches, y hasta llovió una. Ese día me fui a dormir a una hamaca, nunca lo había probado y era perfecto con el murmullo de la lluvia de fondo.
Ahora bien, lo más me impresionó fue la calma del lugar, parece que el tiempo se mida con otro baremo y la gente está realmente relajada, esperando que pasen cosas, que el tiempo pase.
Así que, ¿te animas a explorar la Tatacoa? Porque en ese rincón colombiano, descubrirás que los desiertos no son solo paisajes áridos, sino lienzos vivos que cuentan historias, desafían tus expectativas y te regalan la oportunidad de perderte para encontrarte. ¡Vamos, aventurero, la Tatacoa te espera con los brazos abiertos!