P. Héctor De los Ríos L.
Vida nueva
Evangelio san Lucas 24,46-53: «Mientras los bendecía iba subiendo al cielo»
La Pascua es un acontecimiento en tres dimensiones: la Resurrección del Señor, su Ascensión al cielo y Pentecostés (el Espíritu Santo enviado por el Señor). – Últimamente las liturgias dominicales han puesto énfasis en la Resurrección. Este Domingo celebramos la Ascensión y el próximo terminaremos la «Cincuentena Pascual» con la solemnidad de Pentecostés. La Ascensión es como el desarrollo del acontecimiento de la Pascua, su plenitud, que todavía «madurará» más con el envío del Espíritu. – Pascua, Ascensión y Pentecostés no son unos hechos aislados, sucesivos, que conmemoramos con la oportuna fiesta anual. Son un único y dinámico movimiento de salvación que ha sucedido en Cristo, nuestra Cabeza, y que se nos va comunicando en la celebración pascual de cada año.
Victoria sobre la muerte
De acuerdo con San Pablo, la ascensión es la última confirmación del Señorío de Cristo a través de la historia. Este Señorío es fuente de esperanza: esperanza en que la historia puede hacerse mejor; esperanza en un mundo mejor. El futuro de la humanidad es Cristo, no el hombre ni los modos humanos. – En el Evangelio, la fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda el hecho de nuestra futura ascensión al cielo. Nuestra resurrección después de la muerte es una verdad esencial de nuestra fe cristiana. No sólo inmortalidad de nuestras almas, sino también de nuestros cuerpos. Toda la persona entrará en la eternidad, como lo hizo Jesús. – Esto nos trae a la idea de nuestra vida después de la muerte, y la idea del cielo y la eternidad. Es muy difícil para nosotros imaginar nuestra vida más allá de la muerte, ya que sólo tenemos la limitada experiencia de vivir de acuerdo con tiempo y lugar, mientras que Dios y el cielo y la vida eterna no tienen tiempo y lugar en el sentido terreno. Desprendámonos de nuestra imaginación al tratar de estos hechos que están más allá de nuestra experiencia. S. Pablo dice: «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman». Renunciemos a tratar de entender los «cómos», los detalles externos, y apeguémonos a la fe substancial de la Iglesia. Creemos que después de la muerte encontramos a Dios. Morimos entre las manos misericordiosas de Dios. Creemos que nuestra persona entera -cuerpo y alma- serán llenados con la propia felicidad y plenitud de Dios. Creemos que esta plenitud es perdurable y siempre renovada. – La Ascensión de Cristo supone el dominio definitivo sobre todo lo que amenaza a la existencia humana. La Iglesia, por tanto, debe asociarse a todas las tareas en favor del ser humano, especialmente de los más necesitados, que es la prioridad del ministerio apostólico del Papa Francisco: «¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!»
Ausencia – Presencia
La Ascensión de Jesús señala, en la narración de Lucas, la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos desde aquel momento, una vez han terminado las manifestaciones del Resucitado: una tensión entre la ausencia del Señor y, al mismo tiempo, su presencia.
Relación con la Eucaristía: Las posibilidades de actualización eucarística de esta fiesta son múltiples: – – Habría que destacar, en primer lugar, el comentario de San León Magno, Papa, precisamente en una homilía sobre la Ascensión: «Aquello que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado ahora a los sacramentos». Y, centralmente, esto se realiza en la Eucaristía. – Una vez más habrá que subrayar este elemento decisivo: la celebración eucarística no es la simple memoria histórica de unos acontecimientos, sino la actualización de comunión y presencia con el protagonista de los mismos, «que ha entrado en el cielo para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro». Por eso podemos decir «hoy», hablando de la Ascensión, porque Jesucristo está «ante Dios» en el perenne «hoy» de su Misterio. – De aquí también se puede derivar una catequesis sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que tenga en cuenta al mismo tiempo el hecho de la ausencia del Señor según la forma natural de ser, en la que está presente a la derecha del Padre, y la presencia sacramental, igualmente real -aunque no natural- en la que está entre nosotros, bajo las apariencias del pan y del vino de la Eucaristía. -Aquí está el sentido más fuerte del «sacramento», como elemento de presencia y mediación de comunión entre el misterio de Cristo y la Iglesia del tiempo presente. – En la Eucaristía ¡se nos da y ofrecemos al Señor de la gloria!