P. Héctor De los Ríos L.
VIDA NUEVA
En vísperas de la fiesta de Cristo Rey del próximo domingo, con la que la iglesia cierra el ciclo litúrgico, el evangelio de hoy sigue poniendo su mirada en el último tramo del recorrido cristiano. Nos encamina hacia el final de los tiempos, cuando el Señor vendrá como justo Juez para discernir las actitudes de cada uno y separar a los justos de los malvados (Mt 25,31-46). Desde esa perspectiva, se comprende la exhortación constante a mantenerse alerta y vigilantes, sin dejarse llevar por falsas seguridades: estad preparados, porque el día del Señor vendrá como el ladrón en medio de la noche (2ª lectura). Una exhortación que nos invita a imitar el ejemplo de la mujer del libro de los Proverbios, modelo de la mujer hacendosa, responsabilizada con las tareas de su hogar (1ª lectura).
LECTURAS:
Domingo 33 del Tiempo Ordinario- 19 de noviembre
Lectura del libro de los Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31:” La mujer fuerte, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella,pues no le faltan riquezas…··”
Salmo 127, R/. Dichoso el que teme al Señor.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6:”En lo referente al tiempo y a las circunstancias, hermanos, no necesitáis que os escriba, pues vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche…”
Lectura del santo 2 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó…
Reflexión del Evangelio de hoy
Estad vigilantes
Esta es la llamada repetitiva e insistente que nos hace el evangelio ante la demora de la esperada pero siempre sorpresiva venida del Hijo del Hombre. Como dice la parábola, al cabo de mucho tiempo, sin especificar el día ni la hora, volvió el señor de aquellos siervos para ajustar cuentas con ellos. La narración pretende de este modo despertar en los oyentes una actitud de permanente alerta y disponibilidad, pues, tarde o temprano, el señor vendrá para ajustar cuentas con sus siervos. El evangelista es el primero que desconoce el momento concreto de su llegada: en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Una afirmación desconcertante que desencadenó en el pasado ciertos escrúpulos teológicos, hasta el punto de omitirla en alguna traducción bíblica. No corresponde al hombre conocer el tiempo y el momento que Dios tiene destinado para establecer su Reino definitivo (Hch 1,7).
Ahora bien, ¿qué añade esta parábola a las precedentes que tanto insisten en el tema de la vigilancia? Aporta un detalle relevante: además de velar con los ojos bien abiertos, como el centinela que aguarda la aurora (Sal 129), la mirada atenta y expectante de los creyentes ha de traducirse en una actitud responsable, activa y efectiva, acorde con las posibilidades de cada uno. El dueño que se ausenta confía plenamente en sus siervos, pues deja en sus manos el mantenimiento y la explotación de toda su hacienda. No les encomienda nada por encima de sus posibilidades; les reclama sencillamente su trabajo diario ateniéndose a la capacidad de cada uno de ellos. No les enjuicia por su rendimiento económico, por los resultados obtenidos, sino por la actitud, descuidada o responsable, que han adoptado en la administración de sus talentos; esa actitud personal e intransferible que nadie puede delegar en los demás.
A sabiendas de todo ello, resulta por tanto inexcusable el comportamiento pasivo y perezoso del criado temeroso y pusilánime que escondió su talento en tierra cuando podía al menos haberlo puesto a producir en el banco. ¡Su respuesta evasiva no era de recibo! El descuido y la inoperancia de este siervo contrastan claramente con la conducta y la forma de proceder de la mujer hacendosa ensalzada en la 1ª lectura. Mientras aquél es arrojado a las tinieblas de fuera por su negligencia y abandono, ésta es elogiada por su dedicación y labor eficaz al frente de la casa: ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza. El criado insensato y temeroso, maniatado por la suspicacia y la desconfianza, sucumbe a una dejadez inoperante. La mujer sensata, por el contrario, actúa movida por el sabio temor del Señor, por esa confianza certera del creyente que se entrega a Él sin reservas.
Sed responsables en la fe
La fe cristiana no es una fe muerta sino dinámica y operante. Jesús dirá: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago (Jn 14,12). Más aún, ese será el criterio definitivo con el que juzgue a los suyos en el momento final: tuve hambre y me diste de comer… (Mt 25,31-46). El Señor utilizará con cada uno la misma medida que él haya utilizado con los demás. Esa fue la misión que encomendó Jesús a sus discípulos y a la que respondió fielmente Pedro cuando, fijando sus ojos en el tullido sentado a la puerta del Templo, le dijo: no tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar (Hch 3, 1-10). Fue en la humanidad de Cristo Jesús, en su atención solícita a los necesitados, donde los Doce descubrieron el auténtico rostro de Dios.
Sin embargo, la parábola de los talentos no focaliza su atención en la productividad de los siervos sino en la manera, responsable o no, de comportarse cada uno de ellos. Lo que importa ante todo (rindieran más o menos) es su disponibilidad y dedicación en la gestión y el desarrollo de su trabajo, la forma concreta de afrontar la tarea asignada.
Toda persona sensata sabe que ha de proceder de forma creativa, consciente y responsable en el cometido que se le ha confiado. Del mismo modo, el creyente no puede quedarse, como los discípulos galileos, mirando al cielo (Hch 1,11). Como la mujer hacendosa en la administración de su hogar, así ha de actuar el discípulo de Cristo en la gestión de los bienes del Reino (Mt 13,52). Quien se implica de lleno involucrándose en la misión evangelizadora de acuerdo a sus capacidades, tiene asegurada su entrada en el banquete del Reino: entra en el gozo de tu señor.
Dentro de este contexto evangélico y para terminar, me parece oportuno recordar esta sabia reflexión atribuida a Anna Pavlova: Nadie puede llegar a la cima armado solo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio.
No os preocupéis del mañana; cada día tiene su afán (Mt 6,34). ¿Afronto con confianza, en el día a día, la Venida del Señor? ¿O solo me mueve el temor a un final desconocido?
¿Cuál es la actitud personal con que abordo mi agenda diaria de trabajo? ¿Actúo responsablemente o me abandono fácilmente a la inercia perezosa y negligente de los brazos cruzados?