Efraim del Campo Parra
Politólogo con maestría en Política (Sheffield, UK), y ciencias políticas y relaciones internacionales (Ginebra, Suiza). He sido consultor en programas de desarrollo económico sostenible para la Organización internacional de Trabajo (Suiza) y la Cámara de Comercio Hispanoamericana de Carolina del Norte. Especialista en desarrollo sostenible y política pública.
El paro nacional en curso evidencia el inconformismo social acumulado, especialmente de los jóvenes, frente a las políticas y acciones gubernamentales en temas sensibles como la educación superior, la protección al medio ambiente, el cumplimiento al acuerdo de paz, la corrupción, entre otros. Sin embargo, es preciso señalar que muchas de las inconformidades expresas de distinta manera, no tienen origen en el actual gobierno; muchas de ellas son heredadas de gobiernos anteriores, lo cual por supuesto que no excusa al actual presidente para encararlas.
Creo firmemente que la solución al descontento social es un diálogo en donde todas las partes se reconozcan como interlocutores, como agentes de sociales con capacidad de aporte para las transformaciones requeridas. Aunque reconozco las buenas intenciones del presidente de abrir un diálogo nacional, la metodología propuesta por el presidente carece de asertividad y sentido de urgencia. Pensar que los grupos que convocan al paro van a esperar hasta marzo, limitar el diálogo solo a seis temas, o reunirse con los grupos que no representan a los jóvenes genera un ambiente de zozobra y socava las condiciones para que el comité de paro y el gobierno se sienten a dialogar como iguales.
Un verdadero diálogo se da solo cuando hay confianza entre las partes y se reconocen como actores con propuestas y reclamos legítimos. Desconocer esto y pretender establecer un diálogo en donde solo se busque comunicar los logros del gobierno es ingenuo y perjudicial para nuestra democracia. Abrir espacios de diálogo es necesario para una democracia sana, como también lo es el reconocimiento de los intereses de diferentes grupos sociales. Es el deber de todos los gobiernos escuchar atentamente las aspiraciones de la ciudadanía y concertar el rumbo que debe de tomar el país. Duque es el presidente de todos los colombianos, no solo de los que votamos por él.
Hoy el presidente Duque tiene la histórica oportunidad de liderar y construir un proyecto de país, en donde nuevas metas y aspiraciones socioeconómicas sean acordados entre los diferentes sectores de la sociedad civil. Es hora de que las clases políticas entiendan que hay nuevas generaciones con una agenda diferente, y para ello serán necesarias reformas, sin que implique un cambio total del sistema económico del país como pretenden o temen algunos líderes políticos. Los cambios y las transformaciones son parte de la sociedad, por ende, no hay que temerles. Hoy más que nunca, es el momento de demostrar que los colombianos podemos consolidar un proyecto de país a través del diálogo respetuoso y constructivo, y no en medio de un conflicto que nos desangró durante cinco décadas.
Es urgente que tanto el gobierno como el comité de paro acometan un dialogo sereno, franco, transparente y generoso, pensando en grande y en para la sociedad. Está en juego la posibilidad de una nueva Colombia. Ceder no es perder ni rendirse, es reconocer como válida la aspiración del otro. Todos queremos un Estado y una institucionalidad fuerte, legítima, que honre la vida, los sueños y las aspiraciones de todos los colombianos.
El presidente tiene que entender que este es un momento de mostrar humildad, capacidad de autocrítica y voluntad de acción. Hay cosas que este gobierno no está haciendo bien, y es necesario darle un nuevo rumbo y aire a ciertas actitudes que tiene frente a los acuerdos de paz, fracking, empleo, educación y corrupción, que en últimas son las condiciones más elementales para vivir. Este es un momento en el que Duque tiene que mostrarnos que es un líder y no delegar este tema a subalternos -error que ya cometió-. Solo esperamos que el presidente reflexione y escuche las aspiraciones de varios sectores de la ciudadanía, por el bien de la democracia y del país, de lo contrario las protestas seguirán como ha ocurrido en Chile.
Adenda 1: Dilan no murió ni fue un accidente, lo mataron.
Adenda 2: Algo no está bien cuando un soldado se suicida porque no ve un futuro posible. ¡A Brayan le fallamos todos como sociedad!