P. Héctor De los Rios L.
 

VIDA NUEVA

Evangelio: san Mateo 4, 1-11: «No pondrás a prueba al Señor, tu Dios»

Damos comienzo al tiempo de la cuaresma. Llevados de la mano por la Palabra de Dios proclamada en este día, penetremos en el sentido que este tiempo tiene para nuestra vida de cristianos.

Hemos entrado en el santo tiempo de Cuaresma. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a examinar nuestra respuesta a lo que Dios quiere de nosotros. Nos creó para él, nos ofrece un proyecto y un camino bien claros. En ejercicio de libertad, nuestra respuesta puede ser de aceptación o de rechazo a lo que Dios nos ofrece. Este drama se nos presenta en dos personajes significativos, enfrentados a la Tentación. Por una parte el primer hombre, Adán, “cabeza de una humanidad pecadora”, y por otra Jesús, el Cristo, “cabeza de una humanidad redimida”. No viven ellos un drama exclusivamente personal. Su experiencia, dolorosa en uno y triunfante en otro, afecta a la humanidad de todos los tiempos y lugares.

«Conviértete y cree…»

Jesús sale vencedor de esta prueba. Va a abordar el plan del Padre cueste lo que cueste. En vísperas de su pasión volverá a enfrentar ese momento y allí dirá la Palabra que todo lo esclarece y que Adán no quiso pronunciar en la primera hora: Padre, que no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres. – En la marcha de la vida debemos interrogarnos siempre si vamos por el buen camino. En este tiempo de cuaresma oiremos hablar incesantemente de conversión. Es posible que pensemos que lo que debe cambiar en la vida es algo desordenado que hay en ella, un vicio, un defecto, una ocasión que hace tropezar y caer. Olvidamos que lo que debe cambiar radicalmente es el corazón, la honda capacidad de amar y decidir.

Convertirse es encontrar ante todo al Dios vivo que nos ha llamado al mundo, que nos señala un camino pero que nos deja en libertad. Adherir a él, dejarse atraer incesantemente por su amor como por un imán poderoso que nos lleva por el camino de Dios es convertirse. Digamos al Señor: Conviértenos, Dios nuestro, y nos convertiremos.

Las pruebas de la Iglesia

El poder, la gloria y avaricia personal; el doblegarse y venderse en el orden político social engendra la idolatría, el endiosamiento, los mitos corruptores. Sólo UNO es el Señor. El orgullo y la soberbia personal o los grupos predominantes, frente a la apertura y sencillez humilde de la fe. Pruebas eclesiales: la eficacia temporal, el triunfalismo y dominio; contar sólo con medios humanos. – La Victoria vendrá por la Palabra que la precede en el triunfo de Jesús, a pesar de las debilidades humanas. Victoria del cristianismo que se siente juzgado por esa Palabra. Victoria santa como fuente de reforma en la fidelidad a la Palabra.

Las pruebas del cristiano

Esas tres tentaciones están siempre al asecho en nuestro corazón. Soñamos con tener la capacidad de la acción inmediata y eficaz para solucionar los problemas del mundo. Dios ha querido que sólo el trabajo paciente y comprometido a través de la vida nos pueda ofrecer posibilidades. Dios nos ha dado un mundo para construir y eso supone empeño. El está presente en nuestra lucha pero no nos sustituye. – Acudimos irreflexivamente donde se nos dice que algo extraordinario acontece. Comprometemos allí incluso nuestra fe. La vida de Dios en nosotros y su obra se reviste de servicio humilde e incluso desconocido. Es el camino humilde de Jesús en Nazaret, de María, la humilde sierva del Señor. Dios quiere revelarse al hombre de hoy a través de la humildad y debilidad de su Iglesia. Conscientes de nuestra debilidad acudimos por caminos incluso ilícitos al uso del poder para afianzarnos en la vida. – Queremos conquistar por esa vía la felicidad soñada. La historia nos demuestra a diario cuán equivocado es ese camino. Y también gustamos de lo espectacular incluso en la vida cristiana. Soñamos con ver milagros.

Actuemos la Palabra

La palabra no nos puede dejaron indiferentes: «¡dichosos los que escuchan la Palabra y la practican!». Empecemos el camino que nos va a llevar a la Pascua. Ella es el término de este ejercicio cuaresmal que implica un proceso de conversión, de cambio en la vida que llevamos. Nos convertimos al Señor y esa mirada nuestra que sin cesar busca encontrar su voluntad dura toda nuestra vida. Cambiamos no por meras conveniencias humanas o por necesidad de corregir un vicio. Cambiamos porque el Señor que muere y resucita por nosotros, en plena obediencia a la voluntad del Padre, nos urge con amor a encontrar en él toda nuestra esperanza. La palabra nos compromete a un reajuste continuo de la misión de la Iglesia y situar a los cristianos en una purificación de todo engaño espiritual. Al celebrar la muerte de Cristo, todos debemos morir a una vida de mediocridad, de placer, de tener, de poder…reconociendo que hemos sucumbido a veces a la tentación y la prueba. – Pero desde la victoria de Jesús en las pruebas y nuestro recurso a la Palabra de fe, también saldremos a flote de nuestras pruebas.

Relacion con la Eucaristia

Jesús, respondiendo a la primera tentación, cita el Deuteronomio con la afirmación de «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Para nosotros, esa Palabra que vamos escuchando en cada Eucaristía, es, junto con el alimento eucarístico que le sigue, nuestra fuerza para el camino de la vida y para la lucha contra el mal. Es esa Palabra y esa Eucaristía las que nos permiten «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud» (oración colecta). – ¡TODO LO PODEMOS EN AQUEL QUE NOS CONFORTA!