“Crac, crac, sos crac” le gritaban en la raya. Y él, que tuvo desde siempre ese aire de suficiencia, sonrió, como acostumbrado a la adulación. El que gritaba era José Néstor Pékerman en el colmo de la euforia; el objeto de su felicidad era Juan Fernando Quintero.
Es él a quien el fútbol reconoce hoy como la reivindicación del volante creativo en la era de los extremos y los atletas y el VAR; él, que hace del engaño un arte, que sabe mirar por encima del horizonte para encontrar el espacio que nadie más ve, que se enfunda la número 20 no porque no merezca la 10, sino porque es su complemento.
Son todos los focos apuntando a un chico de 25 años, de apenas 1,69 metros de estatura, que no parece conocer el miedo, que le pone la cara al fracaso el día en que acecha con más peligro y que, casi sin proponérselo, contagia de su picante y la alegría de su facha reguetonera a la Selección Colombia. Pocos han tenido tanta fe en él como el técnico Pekerman, que lo incluyó en la lista de 23 de Brasil 2014 cuando apenas pasaba los 20 años, y lo volvió a poner en la de Rusia 2018, sacrificando a quien se pusiera en frente. Parecía pequeñito ante el tamaño de cada desafío. Engaño de la percepción para un hombre encontró su lugar a fuerza de magia y que de a poco se ha convertido en lo que su DT soñó: el heredero de los volantes de armado en el país del ‘Pibe’ Valderrama.
Aunque, en rigor, no es este un descubrimiento del DT argentino. Lo encontró la siempre fértil cantera del Envigado, donde debutó a los 16 años; se lo ‘robó’ Atlético Nacional –destino natural de los talentosos en la liga local– para hacerlo titular con apenas 17 años y a los 19 ya daba el salto a Europa, al Pescara de Italia, creando la fama de su pierna zurda de la que hoy corren ríos de tinta, al menos en Colombia, Polonia, Argentina y Rusia.
Vestido de amarillo, su historia fue casi siempre idílica. Con la selección Sub20 marcó 8 tantos (5 en el Suramericano y 3 en el Mundial de Turquía), uno con la Sub 23 (Olímpicos de Río 2016) y 3 en la Selección mayor, dos de ellos en Copas del Mundo. Casi nada.
El primer Mundial
En Brasil 2014, donde fácilmente podía perderse en medio de los gigantes rivales que le pasaban por el lado, anotó el segundo gol de Colombia en el triunfo 2-1 contra Costa de Marfil. Fue el 19 de junio, en Brasilia, en la cálida tarde en la que Teófilo Gutiérrez le hizo el servicio para cumplir el sueño de un niño que no pierde esa cara, esa picardía, esa sonrisa que raya en la arrogancia de saberse mejor, más talentoso, más fuerte.
Un año exacto pasó hasta la triste tarde de Saransk, donde un tiro libre letal, como casi todos los suyos, obligó al error del arquero japonés y por un momento hizo soñar con un mejor destino en el debut. Se había hecho un lugar en la lista definitiva de viajeros a Rusia el 23 de marzo, con un penalti cobrado a lo grande, el plena remontada (3-2) en París contra la poderosa Francia. El moño fue un 24 de junio, en Kazán, frente a Polonia, en el triunfo 3-0 del renacer nacional que ya no precisó de sus tantos pero sí de su sensibilidad para el pase.
“Estoy muy contento, vivimos otra historia y mostramos otra cara, felicito a todos los compañeros porque la verdad no fue fácil lo que vivimos, hace cinco días vivimos una catástrofe y hoy es una ilusión”, decía el chico del momento, el autor del pase para el primer gol de Falcao en un Mundial, tal vez el pico más alto de la feliz noche que aún no termina para los colombianos.
“Él es nuestro referente, estoy muy contento por lo que hace por Colombia. Es mi amigo, lo quiero mucho y fue una gran alegría ese gol para él y para el país”, explicaba. Mi amigo, dice con orgullo. Pero si habla de James y de su exitosa sociedad en Rusia da un paso adelante: “Mi hermano, jugamos juntos desde chiquitos, nos conocemos mucho… Cuando nos juntamos algo pasa, aquí lo importante es Colombia”.
Y pensar que las puertas que se le abrieron con el Mundialazo de hace cuatro años se le cerraron del todo. Recordar que sufrió el fichaje del Porto (20 partidos, siempre suplente, apenas 2 goles), que deambuló por el Rennes (12 juegos, un gol) y despertó en el DIM (25 partidos, 13 goles) para casi tener que rogar, entre tumbos, un cupo en el River Plate, del que aún no es titular (13 partidos, 1 gol). Surge la duda: ¿Qué hizo para clasificar a Rusia 2018?
La respuesta hay que buscarla en la calurosa Kazán y la asfixiante Saransk y muy seguramente la exótica Samara, y en la condición de indiscutible de la que disfruta hoy. “Uno no se imagina, esto es causalidad. Me preparé física y mentalmente después de lo que me pasó y acá estamos, contentos. Es una linda experiencia. El fútbol te devuelve lo que le das”. Y él y su zurda, hasta aquí, no dieron más que magia.