Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
El desarrollo desde el siglo XVIII de las ciencias más importantes de todos los tiempos, físicas, químicas, biológicas, y las ideas unificadoras de las ciencias, las que convergen cada vez más hacia las matemáticas, en general de los conocimientos, lo que permitió el muy rápido y significativo de las técnicas tradicionales y su multiplicación, junto con el surgimiento en el siglo XX de muchas otras nuevas, ya transdisciplinares, que se suman a las existentes ya muy transformadas. Y este desarrollo facilitó grandes adelantos en la agricultura, la ganadería, la minería, la industria, la construcción y el transporte, y este el nuevo comercio internacional, que creció mucho.
La economía, formalmente o no, pasó al liberalismo y luego al llamado capitalismo salvaje, enfocado a la productividad, el consumismo, la obsolescencia programada y el capricho de los multimillonarios, llenando las arcas de promotores, constructores y bancos, al tiempo que destruyen climas, paisajes y patrimonios construidos, lo que, junto con la sobrepoblación, ha llevado al actual cambio climático, en donde lo urbano es ahora su mayor causa directa o indirectamente. En esta dirección apuntan las actuales críticas al capitalismo salvaje y la importancia de conocer su historia y encontrar las posibilidades de corregirlo (Thomas Piketty, Capital e ideología, 2019).
Como ya lo dijo Yuval Noah Harari en 2018, “el crecimiento económico no salvará al ecosistema global; justo lo contrario, porque es la causa de la crisis ecológica” (21 lecciones para el siglo XXI, 2018) y cuatro años antes había señalado que “los lujos tienden a convertirse en necesidades y a generar nuevas obligaciones” (De animales a dioses, 2014) y dos años después se había preguntado: “¿Qué es más valioso: la inteligencia o la conciencia?” y respondió con otra pregunta: “¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?” (Homo Deus, 2016).
Por otro lado, es preciso entender que el socialismo no es la alternativa al capitalismo salvaje pasando por alto su fracaso en la Unión Soviética, Alemania, Cuba, y China donde pasó al capitalismo de estado que la está llevando a ser la primera potencia económica del siglo XXI, y uno de los países de mayor generación de gases de efecto invernadero. Por lo contrario, la alternativa sería el control del crecimiento de la población, evitar el consumo superfluo, y eliminar lo “salvaje” del capitalismo, siguiendo el ejemplo inteligente de los países nórdicos; más infortunadamente no es lo más fácil por el comportamiento “animal” del Homo Sapiens aún no bien y suficientemente educado.
Y, de manera similar a la economía, está la preeminencia de la propiedad privada sobre lo público, como en la gran mayoría de las construcciones en las ciudades, en las que sólo su propiedad es privada pero que su presencia, aún cuando sólo sea el derecho a mirarlas, es pública. Y que el espacio urbano público es El Estado, quien debe diseñarlo, construirlo, mantenerlo, dar las normas para su uso, y controlar que se cumplan en las diferentes calles, plazas, explanadas, parques y zonas verdes, y en las construcciones que los conforman, evitando que sean espacios “salvajes” debidos a la libre empresa mal entendida; y los predios y construcciones abandonados se deberían expropiar.