Jean Nicolás Mejía H
Profesional Ciencias políticas – Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años, Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona
África es la región del olvido. Ha sido históricamente explotada a nivel social y comercial, sin que hasta el día de hoy la sociedad internacional le haya pagado por los crímenes cometidos contra su gente; su tierra. Las negritudes aborígenes fueron rápidamente desplazadas y forzadas a emanciparse en otras regiones del mundo bajo la bandera de la esclavitud durante siglos, y sus innumerables recursos naturales expropiados por las tempranas colonias, luego por los bloques económicos actuales y por las potencias contemporáneas.
Hoy es el continente más pobre, con más conflictos internos y donde la sociedad internacional aún se niega mirar. Y, sin embargo, las lecciones de humanidad que brotan de sus raíces dejan una importante e interesante lección: a la moderna, tecnológica y sofisticada sociedad internacional, le falta mucho por aprender. Esta es la historia de Innocent Havyarimana.
Burundi es un país de África oriental, que como otros de la región está inmerso en un conflicto interno derivado de inestabilidad política y de violencia social. Un conflicto que ha dejado más de 300.000 personas desplazadas y refugiadas en campos de concentración en los últimos 10 años. Uno de ellos es Havyarimana, quien en 2015 tuvo que dejar sus estudios en la Universidad de Burundi, pues recibía constantes amenazas de muerte. La situación le obligó a exiliarse en Kaluma-Kenia, en búsqueda de ayuda humanitaria, lejos de imaginarse que pronto sería la pieza clave contra la lucha del coronavirus en esta región.
Kaluma es una zona aislada y árida, donde la ayuda humanitaria en la provisión de servicios básicos es escasa o nula. Havyarimana identificó que los productos de limpieza eran un bien escaso, y por ello decidió emprender un negocio artesanal de jabones, un producto cotidianamente subestimado, pero esencial en el aseo personal. Sin ningún conocimiento en jabones, se inscribió en un curso se fabricación impartido por la ONG Federación Luterana Mundial, y con un préstamo de un antiguo compañero suyo, comenzó el negocio con otras dos personas.
Hoy la empresa de Havyarimana es la primera línea contra la pandemia del coronavirus en Kenia, país que albera cerca de 200.000 refugiados provenientes en su mayoría de Burundi, pero también de otras regiones conflictivas en el continente africano. Más allá de convertirse en un empresario que logró sortear las complejidades de una difícil situación como el desplazamiento y la miseria en un campo de refugiados en una olvidada región africana durante los últimos años, la verdadera lección de humanidad de Havyarimana llegó cuando la pandemia empezó a cobrar vidas en territorio keniano.
En cuanto identificó la vital importancia del lavado de manos para evitar la propagación del coronavirus, Havyarimana no solo bajó dramáticamente los precios de sus jabones para que fueran más accesibles al público, sino se aseguró de entregar jabones gratis a personas en condición de extrema vulnerabilidad, como discapacitados, niños y ancianos; además de reducir sustancialmente el tamaño de sus productos, para poder incrementar la producción.
Según sus estimaciones, dicha producción aumentó en un 75% para satisfacer la demanda. En sus propias palabras, “todo el mundo necesita jabón, pero no todo el mundo puede permitírselo. Así que reduje los precios ya que era más importante proteger a la gente que pensar en las ganancias”.
El negocio de Havyarimana juega un papel fundamental por partida doble en Kaluma, pues no solo es la empresa que provee de este bien esencial a la comunidad, sino que es una fuente importante de trabajo. Actualmente, emplea a 42 personas en su taller llamado GLAP, que, por sus siglas en inglés, traduce “Dios ama a toda la gente”. El 40% de sus empleados son de origen local, y es fuente de sustento para ellos y sus familias.
La importancia internacional de actividades como las que hace Havyarimana es enorme. Según Eujin Byum, portavoz de la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas ACNUR de Kenia, los refugiados cumplen un papel fundamental en la contención de la propagación del coronavirus. “Los refugiados están orientado hacia la comunidad y se cuidan los unos a otros. Nos ayudan a hacer nuestro trabajo.”
Havyarimana no es el único empresario de Kenia que desarrolla jabones; las reglas del libre mercado son claras. Pero para este empresario el negocio no debe ir enfocado en las ganancias, sino en la creación de una economía circular autosustentable, en donde todos los actores se nutren de las actividades, se apoyan unos con otros y reciclan recursos. Havyarimana ofrece clases a la gente en la fabricación artesanal de sus productos de limpieza, pues considera que orientas a mujeres y niños es esencial para crear oportunidades laborales en esta región; “quiero ayudar en todo lo que pueda”.
Para instituciones como el Banco Mundial, negocios como los de Havyarimana son los que verdaderamente generan economía en estos países africanos. Un estudio hecho entre 2018 y 2019 identificó que las empresas como estas, artesanales y emprendimientos, generan en Kenia más de 50 millones de dólares al año.
Por ello es imprescindible que las iniciativas de los refugiados sean tenidas en cuenta, apoyadas y potenciadas por el sector público y privado a nivel internacional, no solo por simple hecho de apoyar emprendimientos como este, sino para que la sociedad internacional valore el potencial humano de los refugiados y desplazados, que después de todo son seres humanos con las mismas capacidades que cualquier otro.
En el año en el que un virus logró arrodillar a la humanidad, obligó a cerrar calles y carreteras, cielos y mares; que se llevó millones de vidas, ricos y pobres, jóvenes y mayores, hombres y mujeres; en el año en el que la distancia física es una obligación, pero una creciente necesidad; en el año en el que miles de personas ganaron mucho, pero otros miles lo perdieron todo, es necesario una importante reflexión: volverse a reencontrar la humanidad y la humildad como lo hizo Havyarimana.
La invitación al cierre de un año atípico que marcará la historia para siempre es a reencontrar aquellos valores que nos hacen humanos, ciudadanos, seres políticos. Un autoexamen en donde identifiquemos qué papel jugamos no solo en la vida de nuestro círculo más cercano, sino en la sociedad en la que vivimos y como aportamos a ella.
En un sistema internacional gobernado por la incertidumbre, la desconfianza, los discursos de odio y el extremismo, el único camino que vislumbra un porvenir mejor es la unión, el apoyo. El multilateralismo y la cooperación. La sociedad necesita de más personas como Havyarimana para sobrevivir.