P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

 

El relato del Evangelio de este domingo comienza de manera similar al canto de Isaías: “Un propietario plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre”. Viene después el momento decisivo en el que el propietario confía la viña a unos labradores y se marcha. Se pone a prueba la lealtad de los labradores: se les ha confiado la viña; deberán vendimiar y entregar después la cosecha al propietario. 

El pasaje del Evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestras responsabilidades y dones que cada uno tenemos. Sí somos posesivos, sí nos creemos dueños y perdemos de vista que el único dueño es el Señor.

LECTURAS:

Domingo 27 del tiempo ordinario – 08 de Octubre

Lectura del libro de Isaías 5, 1-7: “Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña.”

Salmo 79  “La viña del Señor es la casa de Israel”

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 6-9:  “la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”

Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43: Parábola de los viñadores homicidas

Envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos

La liturgia de este domingo nos propone una parábola que se refiere a la pasión del Señor. Jesús prevé su pasión y cuenta esta parábola para avisar a las autoridades de su pueblo que están tomando un camino equivocado. La parábola está preparada, en la primera lectura, por un canto del profeta Isaías (Cf. 5, 1-7), sobre la viña del Señor. Así tanto el evangelio y la primera nos hablan de una viña, aunque con una diferencia: en la Parábola se avisa a las autoridades, en el canto de Isaías Dios avisa a todo el pueblo de Israel.

El relato de Jesús comienza de manera similar al canto de Isaías: “Un propietario plantó una viña, la rodeo con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre”. Viene después el momento decisivo en el que el propietario confía la viña a unos labradores y se marcha. Se pone a prueba la lealtad de los labradores: se les ha confiado la viña; deberán vendimiar y entregar después la cosecha al propietario.

Cuando llega la vendimia, el propietario envía a sus servidores a recoger la cosecha. Pero los labradores tienen una actitud posesiva: no se consideran simples administradores, sino propietarios, y se niegan a entregar la cosecha. Maltratan a los criados, y hasta llegan a lapidarlos y matarlos. Todos los enviados obtienen el mismo resultado.

No está de más recordar el significado de la viña, como de costumbre, simboliza al pueblo, y los cuidadores representan a las autoridades políticas y sobre todo religiosas. Los enviados son los distintos profetas que Dios ha suscitado en el pueblo para invitar a la conversión, pero que fueron despreciados.

Finalmente, el propio hijo representa al mismo Jesús, que de este modo anuncia su propio fin. Es conmovedor reconocer que Dios regaló al hombre rebelde lo más precioso, su propio Hijo. El mismo Dios que detuvo a Abraham cuando estaba por sacrificar a su hijo Isaac, entregó a su propio Hijo en nuestras manos homicidas.

El Hijo de Dios venía a buscar los frutos de la viña del Padre, ese pueblo que había sido preparado durante muchos siglos. Pero las autoridades, que se sentían dueños del pueblo, no permiten al Hijo de Dios recoger los frutos de la fe de su pueblo. No comprendían que el único dueño de la viña es solo Dios.

Las autoridades, al escuchar a Jesús, se dan cuenta que esta comparación iba dirigida precisamente a ellas, que estaba planeado la muerte de Jesús, pero no pueden arrestarlo por temor a la gente. Una vez más se ve que el problema de Jesús no era el pueblo, sino las autoridades.

Y así vemos que el corazón de la gente sencilla suele estar más abierto a las novedades de Dios, “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla” San Mateo (Cf, Mt.11,25-27), pero los que tienen poder económico, intelectual o político suelen poner su seguridad en ese poder y se aferran tanto a esa seguridad falsa que no aceptan un cambio de planes, aunque el mismo Dios lo esté proponiendo.

Esta parábola debe ser también para nosotros un aviso la actitud posesiva. Todos tenemos responsabilidades: unos a un nivel modesto, otros a un nivel más alto, otros a un nivel altísimo. Mas para todos es decisiva la actitud que asumamos respecto a tales responsabilidades. La tentación que nos acecha es siempre la misma: adoptar una actitud posesiva, diciendo: “Dios me ha dado unos dones, soy su propietario, hago con ellos lo que quiero. He recibido un puesto de autoridad, me aprovecho de él en mi propio interés, para acumular dinero, etc.”. De este modo, asumimos una actitud posesiva, en vez de ejercer la autoridad en bien de todos.

La actitud posesiva está en la base de muchísimos pecados y de muchísimas injusticias. Con ella queríamos alcanzar la felicidad, pero, en realidad, no es eso lo que tiene lugar. En efecto, la verdadera felicidad sólo se encuentra en una vida de amor y de servicio a los demás. Todos los dones, todos los talentos que Dios nos ha dado y nos da son instrumentos para poder amar y servir al prójimo. Sí lo usamos de una manera egoísta para buscar nuestro interés, nos parecemos a los labradores rebeldes de la parábola.

También nosotros, de alguna manera, podemos eliminar a Cristo de nuestras vidas, cuando percibimos que él se opone a nuestros planes, cuando tenemos alguna cosa humana a qué aferrarnos y no estamos dispuestos a perder esa seguridad para aferrarnos a Dios.

Los cristianos estamos llamados a vivir de manera generosa con este espíritu de amor y de servicio. En él encontramos la alegría perfecta, la alegría divina, que el Señor quiere comunicarnos.

Preguntas para reflexión: ¿Vivo mis responsabilidades al servicio de los demás? ¿Mis dones y talentos utilizó para servir y amar a mis prójimos?