P. Héctor De los Ríos L.

Vida nueva

Primer domingo de Cuaresma

 

Evangelio: san Lucas 4, 1-13

Con un siempre renovado deseo de conversión, de cambio interior, entremos en el santo tiempo de la cuaresma. En el siglo VI ya está configurada la Cuaresma tal como se celebra hoy: «40 días» de preparación para la Pascua. Los «40 días» de Cuaresma tienen resonancia simbólica: son memoria de la peregrinación del Exodo en camino hacia la Tierra Prometida, y de la permanencia de Jesús en el desierto como preparación para su ministerio mesiánico.

Por otra parte la Cuaresma en un principio tuvo un carácter de preparación bautismal, posteriormente se le dio un carácter más penitencial y, más tarde, se hizo preparación pascual. Si el miércoles pasado recibimos la ceniza como signo de nuestro deseo de conversión a Dios, hoy, en este primer domingo de Cuaresma, pedimos perdón por nuestros pecados y rogamos al Señor nos acompañe en esta peregrinación de 40 días hacia la Pascua.  La liturgia no sólo nos invita a conmemorar los misterios de nuestra redención sino que nos llama a vivirlos hoy con plena actualidad en las celebraciones de la Iglesia y en lo cotidiano de la vida.

La opción fundamental

Jesús se enfrenta con ese enemigo que quiere llevarlo por caminos distintos a los señalados por el Padre Dios. Jesús sabe que la voluntad del Padre pasa por el servicio humilde del hombre, por la sencillez que huye de la espectacularidad, por la pobreza que hace posible la eficacia del poder divino en beneficio del hombre. El adversario se empeña en llevar a Cristo por otros caminos en el cumplimiento de su misión, lo que equivaldría a no llevar a cabo la tarea encomendada por el Padre. Jesús tiene que hacer la opción fundamental: o seguir el camino del Padre que conduce a la pasión y la muerte o aceptar el camino falso ofrecido por el demonio. Ese momento es el que conocemos como las tentaciones de Cristo en el desierto. No se trata de tentaciones comunes y corrientes de la vida cotidiana del ser humano sino tentaciones mesiánicas en que está en juego el plan salvador de Dios, su misma misión de Mesías.

La cuaresma nos invita a vivir con intensidad este misterio de la salvación en Cristo. No nos saca del mundo ni nos aliena indebidamente. Todo lo contrario, da el pleno sentido a nuestra vida terrena y a nuestra presencia en el mundo. Es un caminar sujeto a desvíos y tentaciones. Este tiempo, a través de una selección adecuada de la Palabra de Dios para cada día, nos va señalando el derrotero que debemos seguir.

Seguir el camino del Señor

La cuaresma nos invita a seguir el camino del Señor, triunfador de la tentación mesiánica. Partimos de nuestra opción radical por la acción de Dios como los israelitas en su confesión de fe como nos lo recuerda la primera lectura: «El Señor escuchó la angustia de nuestra voz… el Señor nos sacó de la esclavitud… El Señor nos introdujo en esta tierra»… Y luego miramos a Jesús, el Señor. En él, crucificado, muerto y resucitado ponemos toda nuestra confianza.

El Deuteronomio nos habla de los pasos como las etapas de la salvación: Lejanía de Dios: el arameo errante que fue el antepasado del pueblo elegido; cayó en la servidumbre y esclavitud; lejos de Dios perdemos la verdadera libertad y caemos en servidumbres opuestas a lo que Dios quiere de nosotros. Pero Dios da el paso siguiente: «El Señor miró nuestra opresión… y nos sacó de la esclavitud»… Ese paso definitivo lo dio en la Encarnación. Y el Paso final: «Nos introdujo en esta tierra», tierra de libertad para ellos; para nosotros la culminación de la búsqueda de Dios en el encuentro con él, a través de signos ahora, y luego en la entrada final en su misterio como coronamiento del llamado inicial que Dios nos ha hecho.

Las tentaciones hoy

Esas tres tentaciones están siempre al asecho en nuestro corazón. Soñamos con tener la capacidad de la acción inmediata y eficaz para solucionar los problemas del mundo. Dios ha querido que sólo el trabajo paciente y comprometido a través de la vida nos pueda ofrecer posibilidades. Dios nos ha dado un mundo para construir y eso supone empeño. El está presente en nuestra lucha pero no nos sustituye. Conscientes de nuestra debilidad acudimos por caminos incluso ilícitos al uso del poder para afianzarnos en la vida. Queremos conquistar por esa vía la felicidad soñada.

La historia nos demuestra a diario cuán equivocado es ese camino. Y también gustamos de lo espectacular incluso en la vida cristiana. Soñamos con ver milagros. Acudimos irreflexivamente donde se nos dice que algo extraordinario acontece. Comprometemos allí incluso nuestra fe. La vida de Dios en nosotros y su obra se reviste de servicio humilde e incluso desconocido. Es el camino humilde Jesús en Nazaret, de María, la humilde sierva del Señor. Dios quiere revelarse al hombre de hoy a través de la humildad y debilidad de su Iglesia.