Efraim del Campo Parra
Politólogo Con maestría en Política (Sheffield, UK), y ciencias políticas y relaciones internacionales (Ginebra, Suiza); consultor en programas de desarrollo económico sostenible para la OIT (Suiza) y la Cámara de Comercio Hispanoamericana de Carolina del Norte. Especialista en desarrollo sostenible y política pública.
El tema de la cultura ciudadana es un tema recurrente en Cali. Comúnmente los caleños más raizales recordamos con nostalgia aquella Cali de los sesentas en donde nuestra ciudad era reconocida nacional e internacional por su civismo, sentido de comunidad, empuje empresarial y el compromiso social de los líderes políticos. No obstante, desde la década de los ochentas, se hizo evidente una transformación de los principales rasgos de dicha cultura, debido posiblemente a dos fenómenos. El primero de ellos fue la irrupción del narcotráfico, cuyo poder económico se conjugó armónicamente con los intereses de amplios sectores de la sociedad local y regional ávidos de movilidad social y económica a cualquier costo. Adicionalmente ayudó para esta sinfonía el perfil psicosocial de estos nuevos barones: ser gente urbana, algo ilustrada, con aspiraciones empresariales, sintonizada con los sueños futboleros aplazados y con alma musical para alegrarle la vida al pueblo. Este fenómeno engendró nuevos valores, aspiraciones sociales y comportamientos que posteriormente dificultaron la vida en comunidad y el respeto por el bien público. Esta cultura “traqueta”, como se conoce informalmente, se caracteriza por una racionalidad de ganancia fácil y rápida, en donde priman los intereses individuales y se impone un estilo de relacionamiento social basado en el poder armado. Esta cultura traqueta también se expresaba en gustos singulares: en la arquitectura de los edificios, en el tamaño de los automotores personales, en la voluptuosidad femenina y de manera general en mostrar lo fino que se posee.
Aunque es fácil afirmar que el narcotráfico es el mayor causante del cambio del paradigma cultural de la ciudad, también se debe señalar que nuestras instituciones, tanto públicas como las de la sociedad civil, han sido incapaces de neutralizar la ya señalada cultura traqueta. Por ejemplo, la promoción de una cultura ciudadana alrededor de la convivencia, la legalidad, el respeto y el diálogo como mecanismo para superar las diferencias, siguen estando ausentes en la agenda del gobierno local.
El segundo elemento es la incapacidad de nuestros líderes para consolidar un discurso cohesionador a nivel de la sociedad local y regional. Durante mis estudios universitarios, el profesor Álvaro Camacho solía decirme que el peor mal que le ha pasado a Cali fue la elección popular de alcaldes ya que los nuevos gobernantes no viven por la política sino de la política. Un gobernante que no vive por la política no tendrá como prioridad crear los mecanismos para una ciudad pujante, sino el beneficio personal y de su círculo social.
Tener líderes políticos apoyados en un equipo técnico es fundamental para garantizar la implementación de políticas a largo plazo, ajenas a los intereses particulares y a las coyunturas políticas. Un proyecto de ciudad no solo se construye con planeación urbanística y de infraestructura, sino también a través del desarrollo de un discurso y promoción de una cultura que permita a los habitantes de la ciudad tener elementos comportamentales y simbólicos para sentirse parte de la ciudad. Si se logra implementar políticas de cambio cultural, la ciudad podrá no solo reducir las tasas de riñas, intolerancia y accidentes de tráfico, sino también generar un ambiente propicio para el desarrollo económico y social que necesita la ciudad.
Solo si entendemos las verdaderas causas del cambio cultural en Cali y de la importancia de crear un discurso de la calamidad, podremos implementar las políticas adecuadas para desarrollar nuevos paradigmas y formas de apropiación de la ciudad. Aquí es importante que nuestros líderes entiendan que un discurso no solo se limita a publicidad con “Cali sos vos”, sino en la promoción e incentivo de actitudes y comportamientos en colegios, universidades y centros comunitarios en donde hay población joven e inmígrate. Por otro lado, es necesario que nuestras instituciones de verdad se comprometan en hacer respetar la ley y en promocionar su respeto en los barrios. Solo de esta manera podremos tener un cambio cultural en donde lo normal sea la vida cívica, del respeto al otro y a la ley.