Luz Betty Jiménez De Borrero / Pablo A. Borrero V.
En el ámbito de lo puramente ideológico es posible construir toda clase de infundios y supuestos fantasiosos que se divulgan a través de los medios de comunicación y por parte de algunos sectores de opinión, que convierten en verdades absolutas ciertas especies como aquella de que –los animales también tienen derechos-, con los cuales se restringen el juicio y el razonamiento de las personas rebajándose con ello su condición humana y equiparándola con la de los animales (“a nuestros hijos peluditos de cuatro patas”, refiriéndose a las mascotas a las cuales se les da un mejor trato que a las personas que hacen parte de las familias).
En este sentido se ha abierto un debate sobre el alcance de este asunto que será tratado en el seno de la Corte Constitucional que realizó una audiencia pública con tal fin y en donde se discutieron asuntos como el de saber si los animales son objeto o sujetos del derecho y de que manera se les pueden garantizar sus “derechos”.
Al respecto, hay quienes han llegado a plantear la “necesidad de redefinir la condición de los seres humanos”, en tanto que “detrás del debate se levanta una tendencia de carácter irreversible que apunta a considerar que debe existir una manera de entender nuestro lugar en el universo, en el que ya no somos el centro y los demás seres vivos ya no están a nuestro servicio”. (Editorial de El Tiempo, martes 6 de agosto 2019).
En medio de la ideología de lo absurdo se ha generado una gran confusión que evoca los tiempos durante la edad media cuando a los animales se les consideraba susceptibles de ser sujetos responsables de determinadas conductas que debían ser juzgadas en los tribunales de justicia de aquel entonces; circunstancia esta que hablando en términos hipotéticos podría repetirse de considerarse que los animales también tienen derechos como los seres humanos, en tanto que si tienen derechos también deben tener deberes que conllevan al cumplimiento de ciertas obligaciones y responsabilidades.
De esta manera se está biologizando el Derecho y con ello su naturaleza social como regulador de las relaciones que establecen los seres humanos en desarrollo de su actividad consciente, determinada en última instancia por las condiciones materiales y espirituales en que viven, a las cuales se adaptan y transforman las generaciones como autores y actores de su propio destino histórico características estas total y absolutamente ajenas a la historia evolutiva de los animales.
Pero además ser titular de un derecho significa el poder realizar una determinada forma y medida de comportamiento posible, exigir de terceros el deber de permitir el cumplimiento de los derechos y además poder exigir del Estado la garantía de los derechos, condiciones estas que en ningún caso ni circunstancia podrán realizar los animales, aun aquellos dotados de gran sensibilidad material desarrollada con el adiestramiento, la disciplina y la satisfacción de sus necesidades básicas, como del trato afectuoso que les deben prodigar las personas que viven en contacto con estos.
Por otra parte, con la implementación de las nuevas políticas públicas que tienden a superar la vieja y desueta concepción que consideraba a los animales como un simple objeto o medio de explotación del trabajo o disfrute personal o colectivo, se ha logrado avanzar significativamente en el camino de la “humanización” de las relaciones entre los animales y los seres humanos, que por lo demás son así mismo producto histórico altamente organizado y desarrollado de la materia viva que los identifica como seres biosociales, siendo lo social el factor determinante de nuestra existencia y desarrollo social.
La instrumentalización de la mencionada ideología es en la actualidad objeto de la explotación económica de la sociedad de consumo que ha montado todo un negocio especulativo alrededor del cuidado de las mascotas (perros, gatos, etc.), que al parecer no tiene límite alguno y en cambio sí estimula la conciencia de las personas que como propietarios y amos conviven con los animales, generándose de esta manera una tendencia que en el fondo privilegia a los animales por encima de los humanos, circunstancia esta que nada tiene que ver con el deber individual y social de las personas de protegerlos, compartir y enriquecer las relaciones con estos, manteniendo y conservando la condición esencial de su propia existencia natural.
Veeduría Ciudadana por La Democracia y La Convivencia Social
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