Efraim del Campo Parra 

Politólogo Con maestría en Política (Sheffield, UK), y ciencias políticas y relaciones internacionales (Ginebra, Suiza); consultor en programas de desarrollo económico sostenible para la OIT (Suiza) y la Cámara de Comercio Hispanoamericana de Carolina del Norte. Especialista en desarrollo sostenible y política pública.


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<em>Ya van más de dos meses y mucho se ha dicho de los cambios que la sociedad va a sufrir después del COVID-19</em>

Ya van más de dos meses y mucho se ha dicho de los cambios que la sociedad va a sufrir después del COVID-19. En general los medios, académicos y “expertos” hablan una nueva normalidad en donde las formas de relacionamiento social, consumo y producción van a sufrir cambios radicales, casi inéditos en nuestra historia. Superficialmente, uno puede identificar tres líneas de predicción entre académicos y expertos: la versión apocalíptica en donde la radicalización política y el nacionalismo se expandirán en una población urgida de soluciones fáciles y rápidas sin importar las consecuencias; la versión moderada que se centra en la transformación de aspectos superficiales o cosméticos del sistema en el que hemos estado, tales como incluir algunos aspectos de sostenibilidad al desarrollo; y por último la versión esperanzadora(?) que predice la formulación de un nuevo contrato social en donde aspectos estructurales del sistema serian radicalmente transformados, tales como salud universal o re-distribución de ingreso.

Tengo que ser honesto, ante la incertidumbre actual es imposible saber cuál va a ser el futuro a corto o largo plazo. Algo en lo que los científicos sociales hemos sido particularmente malos es en predecir los rumbos que la humanidad ha tomado, sobre todo porque tendemos a predecir desde el corazón. Sin ir muy lejos, a finales de los ochentas pocos científicos sociales predecían el fin de la Guerra Fría, y los pocos que la predijeron se equivocaron al vislumbrar un futuro en donde el orden internacional seria liderado y organizado alrededor de un proyecto ideológico y poder hegemónico. Si aquellos expertos miraran la coyuntura actual de un mundo multipolar y un sistema multilateral debilitado, estoy seguro que no lo creerían.

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<em>Los científicos sociales no estamos preparados ni tenemos las habilidades para predecir</em>

Los científicos sociales no estamos preparados ni tenemos las habilidades para predecir. Nuestra preparación nos ha brindado herramientas para analizar críticamente hechos ocurridos y establecer objetivos deseados de acuerdo a las necesidades y prioridades de una sociedad. Con esto no quiero decir que se deba debatir sobre los rumbos y prioridades de un futuro deseado, claro que si, en especial en sociedades democráticas. Pero en lo que quiero hacer hincapié es en el peligro que representa pensar en un futuro si no sabemos el por qué y el cómo llegamos a unas condiciones que requieren o desean ser reformadas.

Una sociedad que no sabe y entiende su pasado estará condenada a repetir los mismos errores. La memoria y el aprendizaje colectivo son elementos esenciales para que las sociedades logren estructurar proyectos viables, los cuales eviten prácticas y metodologías, que generaron en un pasado repercusiones no deseadas. En este sentido hablar de una “nueva normalidad” sin saber o analizar cómo llegamos a donde estamos actualmente es imprudente y aventurado.

Es verdad que la coyuntura actual ha desnudado ciertos problemas de nuestra sociedad. Pero me pregunto, ¿acaso estos problemas que vemos hoy en día son nuevos? La corrupción, la inequidad, salud desfinanciada, deforestación, asesinatos de líderes sociales, inmigración venezolana, entre otros, son elementos que ya hacían parte de nuestra normalidad la cual poco o nada nos interesaba cambiar.

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<em>En un principio parece lógico que ante la incertidumbre actual las personas exijan a los gobernantes una idea del rumbo que debe tomar el país</em>

En un principio parece lógico que ante la incertidumbre actual las personas exijan a los gobernantes una idea del rumbo que debe tomar el país. Es decir, el presidente Duque y otros líderes deben solucionar los problemas, para eso los eligieron, dirán algunos. ¡Craso error! Transferir toda la responsabilidad de la crisis al gobernante de turno es facilista y nos libera de nuestra propia responsabilidad de pensar qué hemos hecho mal y por qué. Las actuales condiciones, capacidades y prioridades del Estado colombiano para responder a esta coyuntura son producto de las decisiones que hemos tomado en la elección de nuestros líderes. Siendo así, me pregunto si hoy en día aquellas personas/empresas que más sufren por la cuarentena no se arrepienten por haber apoyado políticos que han debilitado la capacidad fiscal del gobierno otorgando beneficios tributarios a sectores que no lo necesitan. 

Nuestra responsabilidad como ciudadanos es pensar y reflexionar críticamente sobre el país que queremos y las estrategias para lograrlo, teniendo presente nuestra historia y complejidad sociocultural. Si dejamos de hacer nuestra tarea, Colombia estará condenada a ser un país de y para nadie.