Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Santa Marta no goza de la fama de su hermana Cartagena, y es que no son comparables, pero tampoco sería justo negar el encanto propio de la ciudad. Con un centro histórico pequeño, comprendido entre las calles 20 y 12, con un par de plazas floreadas y muy bulliciosas, especialmente el parque de los novios, con un quiosco francés en el medio, y el parque Bolívar. Moverte por Santa Marta es fácil, y seguro. Después tienes el paseo marítimo, que discurre por a lo largo de la bahía entre antiguas casonas coloniales y el mercado local y otras tiendas de licores que han improvisado mesas con sillas en la calle para que la gente pueda tomarse un guarito bueno,  bonito y barato. Tiene diversos tipos de playas, la de la bahía es pequeña, pero si te vas a la colonia Garia, al otro lado del cerro Ziruma, está la playa del rodadero, una playa ancha, de arena fina, agua templada y puestas de sol en el mar. Eso sí, no se puede ir andando, yo fui en mototaxi y volví en autobús.  Pero valió la pena el desplazamiento, la naturaleza me regaló una puesta de sol de tonos anaranjados, violetas y magentas espectacular. En general sus playas son familiares, poco peligrosas y cómodas. Puedes jugar al voleibol, tomarte un refresco, o hasta escuchar música, que viene de los hoteles que cubren la costa.

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Mi vivencia en Santa Marta se quedó grabada a fuego en el corazón por la gente que conocí. Tuve la suerte de coincidir con un grupo de personas muy lindas. Venía de despedirme de Thomas y estaba muy triste porque ya no había más reencuentros planificados, por lo que sentí que el destino me dio un regalo al juntarme con nuevas personas. Primero conocí a Jaime, un joven español que había recogido sus bártulos y se había plantado en Colombia para crecer en la música y aprender a tocar ritmos colombianos, principalmente el vallenato. Montó un concierto una tarde en la piscina del hostal, el mejor hostal de toda Colombia para mí, porque fue el punto de unión de todos, el hostal república. De aquel concierto nació nuestra amistad, a la que más tarde se uniría, “pollo”, Cecilia, Angie, Marta entre otras personas. Cecilia trabaja como voluntaria en el hostal, y nos presentó al grupo de voluntarios, con quien salimos por la noche a disfrutar del ocio nocturno y acabamos cantando canciones en el parque de Bolívar al son de la guitarra de Jaime y Pollo. Esa noche, se nos unió un músico de la Guajira, que nos interpretó un tema que compuso para su madre, de quien no pudo disfrutar dado que de muy pequeño tuvo que emanciparse de la casa para buscarse un porvenir porque en la Guajira no hay empleo, y por eso, tampoco pudo dedicarse a la música, aunque tenía mucho talento, todos lo pudimos comprobar aquella noche.

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Aproveché aquellos días para arreglar la pantalla de mi teléfono y volver a conectarme con el mundo, fue un alivio. Así pues, operativa de nuevo, hablé con Jaime para ir al Tayrona, queríamos quedarnos a dormir allí, nos habían dicho que allí encontraríamos campings, así que reservamos la noche del día siguiente en el hostal república para nuestra vuelta y quedamos a las 7 am para tomar el desayuno del hostal y marchar. Lo hicimos así para no tener que llevarnos las mochilas de 9 kilos a cuesta y simplemente tomar lo mínimo necesario, una muda y un bañador. Cuando viajas por periodos largo a veces necesitas buscar un lugar de referencia donde “establecerte” y al que ir volviendo para no tener que estar llevando la “casa” a cuestas a todos lados, porque es agotador.  Nuestra sorpresa fue que con la taza de café a las 7:10 am se unieron a nuestra aventura Cecilia, Pollo, Angie y un amigo suyo, improvisando aún más que nosotros.  Al ser más parecía que nunca llegaríamos, salimos más tarde porque todos tenían que hacerse las mochilas, a Pollo lo perdimos por el camino hacía el bus, Angie se paró a comprar fruta y estaba tan rica que todos fuimos tras ella a comprar también, su amigo no llegaba, caótico todo.

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Al final llegamos a las “puetas” del Parque, y les advierto, miren con detenimiento lo que se puede y no llevar a los sitios protegidos, porque nosotros tuvimos varios problemas, entre ellos que no se podía entrar con instrumentos musicales y casi alguno se queda sin poder acceder porque se encaró con los de seguridad.

Yo sentía una necesidad imperiosa de entrar, porque había soñado con ese lugar, literalmente. La playa de Cabo San Juan del Guía ha aparecido en mis sueños en varias ocasiones, y no sé si fruto de haberla visto anteriormente en imágenes en la televisión o en revistas, o simplemente yo he construido en mi mente una playa muy parecida. Sea cual fuere la razón, me sentía y me siento conectada a ese lugar.

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Poco puedo decir de mi experiencia en el Tayrona a parte de que fue espectacular. Recomendaría a cualquiera que vaya que se quede una noche. En un día vas apresurado y no puedes disfrutar de todo lo que tiene para ofrecer el lugar. La noche en el parque es tan mágica como el día, y hay varios lugares para dormir y que sirven comida por lo que no tienes que preocuparte por eso.

Hay varios accesos al parque, pero el más cómodo para ver las diferentes playas es la entrada del Zaino. EL camino discurre tranquilo entre árboles y playas. Todas son hermosas, de arena dorada, aguas azules y piedras moldeadas por el mar suaves y plateadas. Hay bastante gente durante el día, pero cuando el sol empieza a bajar, todo cambia, la gente se disipa, los sonidos de la naturaleza empiezan a ganar protagonismo, las estrellas empiezan a brillar, es magia.

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Llegamos a Cabo San Juan sobre las 3pm, tras parar en varias playas a comer arepas de queso y darnos un pequeño baño. Hay un camping en la misma playa por lo que pagamos una noche en dos tiendas de campaña, lo que incluía el uso de las duchas y el baño. En vez de quedarnos en la playa que estaba abarrotada andamos un poco más hasta la playa Boca de Saco, más brava, con más olas, más salvaje y con menos gente. Estuvimos bañándonos por horas, y cuando cayó la noche improvisamos una cena con lo que habíamos comprado en el mercado y nos tomamos unas cervezas en la acogedora terraza que tienen montada en el cabo y antes de acostarnos en los colchones nos acostamos en la arena y nos arropamos con el manto de estrellas que caía sobre nosotros desde el cielo.

Al día siguiente nos separamos los que allí estábamos, unos se volvieron por la mañana, otros nos fuimos en barco hacía Taganga y otros, enamorados del lugar se quedaron más noches.

Tayrona, una piedra preciosa de Colombia.