P. Héctor De los Ríos L.

Vida nueva

Evangelio: san Marcos 5, 21-24-35b-43

En este 13o Domingo del Tiempo Ordinario la Iglesia propone una meditación de dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres. El primero a favor de una mujer, considerada impura a causa de una hemorragia que padecía desde hacía doce años. El otro a favor de una niña de 12 años. Recién muerta.

Hoy nos convoca el Señor para tomar conciencia de los males de todo orden que aquejan a la humanidad. Y nosotros, apoyados en el Señor resucitado, queremos poner nuestra aportación para ese milagro de la victoria sobre la muerte, la enfermedad y el pecado. El mejor modo de hacerlo es reconocernos pecadores, y a partir de esta reconciliación mutua, comprometernos en una seria lucha contra el pecado.

Jesús llega y con él viene la esperanza. Un jefe de la sinagoga cuyo nombre se conserva, Jairo, conocido y rodeado de muchos por el papel que desempeñaba en la comunidad, llega a Jesús con una súplica. Es un padre que toca el límite de sus posibilidades. Su hija está moribunda. Jesús emprende la marcha hacia su casa.

Jesús va con él y la gente lo acompaña, empujándolo por todas partes porque todos quieren estar cerca de Jesús cuando vaya a realizar el milagro. Y éste es el punto de partida de las dos grandes realidades que ahora enfrenta: la enfermedad que margina de la sociedad y que en cierto modo es una muerte en vida, y la misma muerte.

En el camino, una mujer que padece una enfermedad que la margina, se acerca, Un detalle pequeño asocia esos dos hechos: la precisión de los doce años. Ese momento, para una niña en su época era la edad en que ella se abría a la vida social, podía ya estar dispuesta para el matrimonio. En la mujer es el tiempo que ha estado marginada. Recobrar su salud por acción de Jesús es encontrar una nueva vida, poder reintegrarse íntegramente a la vida de la comunidad, es sentirse nueva.

En aquel tiempo la sangre marginaba a la persona impura y a quien la tocara. Marcos dice que la mujer había gastado toda su fortuna con los médicos, pero en vez de mejorar había empeorado. ¡Situación sin solución!

El evangelio de este Domingo nos presenta Jesús curando a una mujer enferma y resucitando a una niña. Su gesto, en esa dos acciones, unido a todas sus actuaciones, nos hace descubrir a un Jesús empeñado en defender la vida y estar siempre favor de ella. Ése es el Dios en quien nosotros creemos, el Dios de la vida.

Con mucha frecuencia, los hombres en general, sea cual sea su religiosidad, sembramos la muerte.. Y lo comprobamos con sólo dar una mirada a nuestro mundo: el aborto, la eutanasia, la guerra, el terrorismo, el hambre…, y, de modo más cotidiano, la violencia intrafamiliar, el maltrato de niños, las acciones violentas y llenas de agresividad de aficionados al deporte, las palabras duras, ofensivas, insultantes, cargadas de desprecio y de violencia. No somos nosotros ajenos a ese mundo de violencia que tanto nos molesta. Tal vez estamos más cerca y más inmersos en él de lo que pensamos.

Creer en Jesús, en su mensaje, en el Dios del que Él nos habla, es estar a favor de la vida. No somos nosotros los dueños de ella, ni de la nuestra ni la de los demás. No podemos quitarla ni deshacernos de ella cuando nos conviene, ni nunca, por ningún motivo. La hemos recibido para cuidarla, la nuestra y la de los demás, creando condiciones para una vida digna. Cuidar nuestra salud, cuidar el modo como vivimos para no ponerla en peligro, defenderla, protegerla. Estar a favor de la vida no es cualquier cosa. Nos comprometemos a trabajar a favor de la vida y ser, así, reflejo del Dios en quien creemos.

Al servicio de dignificar a la mujer

Este evangelio tiene dos partes, a pesar de que ambas partes se refieren al mismo tema: dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres, como signo de su preocupación porque las personas pudiesen tener vida en todas sus formas; como signo también, de la vida de gracia y eternidad, que nos vino a traer a través de su propia muerte y resurrección.