Jean Nicolás Mejía H
Profesional Ciencias políticas – Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años, Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona

Sin duda alguna asumir el liderazgo de una de las principales potencias globales en la coyuntura actual es un enorme desafío. Y más aún si esta potencia atraviesa una crisis sanitaria derivada de la pandemia, una crisis económica, una división política entre los partidos tradicionales, crisis social por la alta tensión racial y una escalada del problema del cambio climático.
A sus 78 años, Biden se ha propuesto la tarea de iniciar una transformación total de Estados Unidos de cara a impulsar un profundo cambio en la sociedad norteamericana, para que eventualmente proyecte estabilidad y hegemonía internacional.
El modelo de gobierno que propone Biden rompe totalmente con la estructura neoliberal -el libre mercado y el crecimiento basado en la estabilidad social que impulsa el sector privado- y se inclina por un estado de bienestar, que quiere demostrarle a la población norteamericana el verdadero alcance e implicación que puede llegar a tener un gobierno en la práctica.
“Unidad”, es la palabra que usó en campaña para proyectar la idea que se materializa en la construcción de una agenda social que busca permear el terreno para el cierre de brechas a través de la intervención del estado en el escenario público. Biden empieza pavimentando esta agenda -previendo una progresiva apertura de la actividad económica- con una impresionante infraestructura montada para la vacunación, en donde más del 40% de la población norteamericana ya está vacunada con al menos una dosis hasta la fecha, demostrando un alivio en la curva de contagios y pensando en el levantamiento de dichas restricciones.
Y para empezar la reactivación económica, ha presentado ante el Congreso en su primer discurso formal un programa estimado en $4billones de dólares en ayudas sociales directas repartidas entre atención infantil, inversión en enseñanza básica y secundaria , generación de trabajo a partir de la modernización de la infraestructura de comunicaciones y transportes en el país, además de destinar una parte importante en la mitigación del cambio climático.
La propuesta para recaudar tributariamente el dinero para soportar estos planes es con el aumento de impuestos a las corporaciones y al 1% más rico del país. Esta agenda converge con el Plan de Rescate ya aprobado por el gobierno en marzo, con ayudas directas a los estadounidenses afectados laboralmente por y durante la pandemia.
A su vez, ha manejado un discurso de integración del inmigrante, proponiendo una reforma que permitiría la ciudadanía a más de 8 millones de extranjeros indocumentados en el país. Todas estas propuestas, hechas por el mandatario para su aprobación en las salas legislativas de un gobierno que viene de sentir el fraccionamiento y división de los republicanos – en parte por culpa de Donald Trump- y que requiere de cohesiones y alianzas con los demócratas para prosperar.
El planteamiento de Biden rompe con la tradición neoliberal del país en la que es el sector privado que ofrece las oportunidades de crecimiento y prosperidad económica, y propone por primera vez un fortalecimiento estructural y sistemático de las instituciones del gobierno para asumir las riendas de la transformación social pos-covid.
Lo anterior puede tener profundas consecuencias en la estructura social y económica de Estados Unidos, pues por primera vez en la historia moderna el líder político entiende que el camino más fácil para volver a orientar al país hacia la prosperidad internacional y el fortalecimiento de su economía, es satisfaciendo aquellas necesidades básicas que debería asumir un gobierno, y equilibrando la balanza tributaria al dar ayudas económicas a las clases más afectadas por la crisis con los recursos gravados de las clases más ricas.
Es una política multilateral y de cooperación, que viene tomando fuerza con el estado de bienestar fomentando la participación e inclusión del estado en la vida pública sin limitar las libertades sociales y económicas, -implementada en algunas regiones europeas y oceánicas-, y que bajo una mala interpretación ideológica – en su mayoría fomentada por sus detractores- podría caer erróneamente en definiciones obsoletas políticas de “izquierda”.

Sí que es una apuesta osada y atrevida, en un país cuya construcción social está basada principalmente en el respeto y limitación de la intervención del estado en la vida pública y por consiguiente, el florecimiento de la actividad económica privada, que un día dio lugar a la llamada “tierra de las oportunidades”.
Más osada aún, porque Biden quiere encontrar el punto en donde esos sectores más pudientes y ricos tributen en función de su riqueza por medio de una amplia reforma fiscal y tributaria que en esencia, busca encontrar la estabilidad en la crisis que la pandemia ayudó a consolidar.
Es posible que este sea el inicio de muchos cambios estructurales en la sociedad norteamericana, que siempre ha criticado y ha desconfiado de un gobierno socialmente débil y que ha priorizado el gasto en seguridad y defensa y por tanto, en política exterior. Una nueva configuración política que termine por impulsar un cambio en la región más cercana – la región latina- en donde los aspectos sociales parecen totalmente olvidados por gobiernos a la entera disposición de intereses privados.