
Nicolas Mejia H
El día de Cristóbal Colón, día de la hispanidad, día de la raza, día del descubrimiento, día panamericano. Estos son algunos de los nombres que se le conoce a la internacional – y occidental – celebración que conmemora la llegada de Colón, el 12 de octubre de 1492 a las Antillas americanas. El folclor de la nomenclatura del día es una expresión más de la importancia del evento, que marcó un antes y un después en la configuración del mundo antiguo.
El 12 de octubre se configuró como un feriado en la mayoría de los países hispanoamericanos, España y EE. UU., producto de la simbólica promoción de la “nueva identidad cultural”, consecuencia del encuentro entre los pueblos indígenas americanos y el viejo mundo. Pero mucho más allá del intenso debate que se cuece año tras año alrededor de esta fecha, debate que busca argumentar que tal fusión cultural no es como la pintan, y más bien busca reivindicar los atroces actos cometidos por los conquistadores españoles a los pueblos indígenas, la conmemoración de este día es un factor geopolítico trascendental para el sistema internacional contemporáneo, que ha encontrado en el evento del descubrimiento de América, el cimiento de la internacionalización de la civilización de occidente.
Se sabe del evento por narración directa de Colón, narración que se encuentra en colecciones historiográficas, como la “historia de América Latina”, de Leslie Bethel, o en “Historia de la Conquista”, de William Prescott, escrito en el siglo XVIII. Sin embargo, en dichas narraciones, se encuentra también las posibles alternativas a la historia del descubrimiento de américa, como la llegada de los fenicios en el año 500 a.c, o de los vikingos en el casco polar del ártico americano. El de Colón es sin duda el más iconográfico, pues marca el inicio de la colonización europea, y del discurso hegemónico del eurocentrismo, que perdura hoy día.
Sin embargo, existe una historia alternativa al descubrimiento de américa. La narrativa de esta versión alternativa habla de las flotas encabezadas por los almirantes chinos Zhou Man y Hong Bao, que habrían navegado desde costas africanas, hasta la desembocadura del rio Orinoco, en el año 1421, es decir, 71 años antes del viaje de Cristóbal Colón. Los dos almirantes fueron enviados por el gran navegante chino de la época: Zhen He.
Lo anterior, no es nada descabellado, si se tiene en cuenta las afirmaciones de Rita Feofrippe, Investigadora de la Escuela de Guerra Naval y experta en la marina china: “China estaba en condiciones de llegar a américa, pues tecnológicamente hablando, estaba más avanzada que Europa. Inclusive su conocimiento de la cartografía marina y terrestre de la época es significativamente mucho más rico” (Fuente: BBC).

La tesis del descubrimiento chino entró en las esferas del debate histórico por los textos de Gavin Menzies en la década de los 2000; “1421: el año que China descubrió el mundo”, y “Quién descubrió América? La historia oculta de la ocupación de las Américas”. Y aunque es controvertida y fuertemente criticada, es una tesis que permanece abierta a debate aún. Los textos de Menzies afirman que alrededor del siglo XV, por el año 1403, el emperador chino Zhu Di (tercero de la Dinastía Ming), le otorgó a Zheng He la misión de navegar hasta el fin del mundo, “a recoger tributos de los bárbaros esparcidos por el mar”.
Y no solo puede que el imperio chino haya llegado hasta América, sino que varios mapas y dibujos cartográficos rescatados después de la destrucción de la documentación, a manos de funcionarios chinos luego de la muerte del tercer emperador de la dinastía Ming (la muerte del Emperador supuso un retroceso importante en la expansión global del imperio chino, e importantes disputas locales por el poder) , recrean lo que pudo haber sido el arribo de navíos chinos a las costas de Australia, un mapa detallado de las Américas, con gran exactitud en la cartografía del territorio de la Patagonia, California, Puerto Rico y México.
Lejos de entrar en el debate histórico sobre la realidad de la tesis de Menzies, que bien pondría en jaque la concepción euro centrista occidental actual, el tema del descubrimiento de América por parte de navegantes chinos, es una cuestión de geopolítica actual. En 2017, el presidente Xi Jinping, hizo alusión a Zheng He, en el discurso de apertura del Primer Foro de la Franja y la Ruta (BRF), llevado a cabo en Beijín, en donde se discutía los proyectos de infraestructura que financia China alrededor del mundo.
Xi hizo alusión a Zheng, al afirmar que fue uno de los pioneros chinos que figuran en la historia no como conquistador o guerrero, sino como “emisario amigo”, que, a par de sus coterráneos exploradores, consolidaron la ruta de la seda y un puente comercial y cultural entre oriente y occidente. Dicha alusión no es para nada casual, y responde al contexto internacional: la constante disputa geopolítica que se lleva a cabo en diferentes ámbitos.
El partido de gobierno de Jinping entiende que la construcción de un proyecto sólido en relaciones exteriores y de una política exterior positiva, se da mediante la proyección de liderazgo político a nivel regional y global. Y apunta en grande: el gigante asiático ha puesto sus ojos en Latinoamérica, y especialmente en la olvidada África.
Luego de dar inicio al proyecto bandera de su gobierno, La Nueva Ruta de la Seda – una ambiciosa red de infraestructuras terrestres y fluviales y comercial cuyo objetivo es unir China con África y el sudeste asiático-, y en donde destacan hitos como la financiación de la construcción y renovación de más de 6.000 kilómetros de ferrocarril en Angola, Etiopía, Kenia, Nigeria y Sudán, entre otros; el siguiente paso es establecer cooperación multilateral en materia política, pero sobre todo militar. Justo a la salida del Índico, en Yibuti, China ya cuenta con una base militar, y controla en su totalidad la terminal portuaria comercial que da salida al mar.
La Nueva Ruta de la Seda no un proyecto de juego de suma cero para China, como acostumbran a ser los planes de inversión tradicionales del libre mercado. Los beneficios mutuos son concretos: la cooperación económica que ha proporcionado China a sus contrapartes africanas en materia de infraestructura: ferrocarriles, puertos, carreteras y autopistas de última generación, le han permitido fijarse en la obtención de recursos naturales, extraídos de estos países e importados directamente al país asiático. Pero, sobre todo, es un proyecto que busca posicionar a China como el eje y centro del comercio y la inversión mundial, tal y como lo fue Europa después del siglo XV.

En palabras del viceministro de asuntos exteriores chino, Kong Xuanyou “esta es una importante acción diplomática de China hacia los países en desarrollo en el contexto de los profundos cambios en la situación internacional”, y no se equivoca. El prácticamente nulo interés de la Administración Trump en África, y en la construcción de proyectos a gran escala de mutuo beneficio de largo plazo, ubica a China en la delantera por una carrera que se corre lentamente, y que verá sus frutos en unos cuantos años: el Proyecto de la Nueva Ruta de la Seda esta pensado para consolidarse en más de 10 años, en una clara muestra del interés de China por controlar las nuevas rutas comerciales internacionales, y porque no, en lograr el cambio en el paradigma euro centrista occidental.
El presente es el resultado de la suma de todas las experiencias. Y la anterior afirmación contrasta con la construcción de la civilización occidental: la fusión de las culturas americanas y europeas, que enriquecieron de “conocimiento” a los nativos americanos y “dotaron” de riqueza comercial y natural a los exploradores. El colonialismo antiguo y la configuración del sistema internacional actual se fundamentan en el evento de aquella madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando Rodrigo de Triana, el vigía de La Pinta anunció al almirante Colón ¡tierra a la vista!
Tal vez la historia le de el crédito al almirante genovés y a la conquista europea de tierras americanas, pero ciertamente, el futuro del nuevo orden internacional parece ser del gigante asiático: China.
*Profesional en Ciencias politicas Pontificia Universidad Javeriana Bogotá
28 años, máster en cooperacion y organizacion internacional – Universidad de Barcelona