
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Del árabe hispánico bárri ‘exterior’, y este del árabe clásico, barrī ‘salvaje’, es posteriormente cada una de las partes en que se dividen pueblos y ciudades o sus distritos. Están conformados por un grupo de casas con un sentido común de pertenencia de sus habitantes basado en su proximidad o su historia, pero es diferente a un “vecindario” que implica una proximidad más directa en cada una de sus calles o plazas. En conclusión, hoy un barrio es la interacción de sus actividades, imágenes y comportamientos.
La más recurrente de las actividades de un barrio lo caracterizan y le dan las diversas imágenes de sus varios vecindarios, los que están definidos por la repetición de construcciones parecidas mas no idénticas, que conforman sus calles, las que pueden ser paramentadas o no, pero similares en tamaño, altura, aislamientos y fachadas. Finalmente, el comportamiento de sus habitantes está determinado no apenas por sus diversas actividades, sino también por la imagen del barrio y sus tradiciones.
En el caso de San Antonio se vienen produciendo anomalías en sus actividades, imágenes y comportamiento, ya no sólo de sus habitantes sino de los visitantes, cada vez más numerosos. Cada vez hay menos vivienda, se adecuan sin permiso locales para otros usos y no se respetan las normas existentes. El ruido ajeno ha aumentado y la circulación y el estacionamiento de carros en sus calles molesta y oculta la imagen que proporcionan las casas. Todo ante la improvisación de las Autoridades Municipales.
San Antonio precisa urgentemente de un Plan Especial de Manejo y Protección, PEMP, que permita a los vecinos conocer sus derechos como sus deberes, y a las Autoridades actuar en consecuencia. Por lo pronto hay que apoyar iniciativas como la del estacionamiento regulado en sus calles, cobrándolo, como vigilar que no se sigan demoliendo casas con este fin, y especialmente que se cumpla la norma que indica que al menos una parte del área de cada casa debe estar destinada a vivienda.
Y, por supuesto, la comunidad de San Antonio debe contribuir decididamente a las bases de dicho PEMP, especialmente en lo que tiene que ver con las demoliciones, remodelaciones y nuevas construcciones, como especialmente con los nuevos usos del suelo permitidos y la circulación de peatones y carros y su adecuado estacionamiento. Considerando desde luego las diferentes condiciones de los vecindarios que presenta el barrio a lo largo de sus calles e incluso en cada cuadra.
San Antonio logrará una mejor interacción entre sus actividades, imágenes y comportamientos, si una mayoría de sus usuarios actuales (residentes, empresarios y visitantes) finalmente entienden que es en su adecuado equilibrio que el barrio será beneficioso para todos. Y orientado por un buen PEMP con el cual no sólo poder exigir a las Autoridades que cumplan allí con su deber regularmente y no apenas y mal cuando se produce un escándalo, como, es de lamentar, ha sucedido en el pasado.
Los barrios son elementos estratégicos para las políticas urbanas pero presentan la dificultad de su ambigüedad conceptual y de su delimitación (Verónica Tapia, El concepto de barrio y el problema de su delimitación, 2013). Afortunadamente San Antonio es claramente reconocido como el único que queda en Cali de tradición colonial y de ahí hispanomusulmana (de la ciudad fundacional no queda sino su trazado), y está visiblemente delimitado por el Parque del Acueducto (debería ser parte del PEMP), la Cr. 4 y la Cl. 5.