
Por Carlos Enrique Botero Restrepo
Arquitecto Universidad del Valle; Master en Arquitectura y Diseño Urbano, Washington University in St: Louis.
Profesor Maestro Universitario, Universidad del Valle. Ex Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle (de2012 a 2015) y Director del CITCE (Centro de investigaciones Territorio Construcción Espacio) de 2006 a 2010.
Aunque no se trata de una competencia atlética, la definición de planes que hacen parte de un verdadero desarrollo urbano físico, parece una carrera de obstáculos. Participan en el recorrido, que equivale al período de gobierno del actual alcalde Armitage, al menos los planes maestros de vivienda, de espacio público y de movilidad integral, donde este último toma la delantera.
Para aliento de muchos y desazón de otros, el martes 28 de mayo del presente año el alcalde firmó el Decreto 0332 “por el cual se actualiza el Plan Integral de Movilidad Urbana (PIMU) de Santiago de Cali …adoptado …en 2008, se incluye el Plan de Estacionamientos y se establecen otras disposiciones”.
Han pasado trece años desde que la Ley 1083 de 2006 ordenó a las ciudades con Plan de Ordenamiento Territorial (POT) elaborar sus respectivos PIMUs en aras a lograr una movilidad sostenible y con “…el fin de dar prelación a la movilización en modos alternativos de transporte, entendiendo por éstos el desplazamiento peatonal, en bicicleta o en otros medios no contaminantes, así como los sistemas de transporte público que funcionen con combustibles limpios…” (artículo 1).

De todos estos años, los cuatro últimos los dedicó de tiempo completo un equipo profesional competente y conocedor a profundidad del problema de movilidad en todos sus niveles. El primer contraste con el plan de 2008 es la fundamentación documental que permitió establecer los términos del nuevo documento. Mucho más contrastante con el llamado Plan Vial de 1993 que se concentraba, como su nombre lo indica, en circulación de automotores, sin la más mínima consideración del peatón ni del ciclista. Puras vías vehiculares.
Ahora sigue la etapa de educación de los habitantes de la ciudad, usuarios permanentes del espacio público, para que entendamos que lo somos cuando nos movilizamos en él, por todo y para todo, sin ninguna excepción. Para no caer en la terrible idea de que “la letra con sangre entra” habrá que asumir sesudamente que algunos anticipos de la implementación progresiva del PIMU incluye los bolardos y taches que ha venido implantando la Secretaría de Movilidad del Municipio y que en palabras del común de nuestros conciudadanos son “unos palitos amarillos y costosos” que solo incomodan el uso de las vías. Bien interpretados, estos implementos son correctores de nuestros peores vicios, productos de una inveterada y perversa costumbre de usar calles, plazas y parques como nos venga en gana y según el tamaño del vehículo y la capacidad de agresión que tenga el conductor. Había un horrible dicho que rezaba “carro mata moto, motocicleta mata bicicleta y todos matan al peatón”. La ley de la selva o la ley del más fuerte.

El PIMU hay que estudiarlo, entenderlo y apoyarlo, no importa que aparezcan críticas a aspectos puntuales que de todas maneras son necesarias para afinar el instrumento siempre y cuando sean fundamentadas.
No puede ser que la percepción equivocada de los bolardos y demás elementos visibles sea alimentada por el desconocimiento de algunos “líderes” de opinión que buscan audiencia haciendo eco de lo que cualquier habitante desprevenido señala de innecesario.
La exigencia ciudadana ahora debe ser mejor espacio público y servicio de transporte masivo limpio, sostenible, atractivo, oportuno y suficiente. Que el carrito se quede en el garaje para pasear los fines de semana fuera de la ciudad.