

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
En la escuela inevitablemente se tiene que enseñar hablando y explicando las cosas, mostrándolas, oyéndolas, tocándolas y hasta saboreándolas, pero ya en la universidad lo que toca es enseñar a leer para que los estudiantes puedan aprender. El caso es que en programas como el de arquitectura es poco lo que se lee, sus cursos y talleres no cuentan con textos de estudio, y son pocos los profesores que entienden que los ejercicios de diseño son ejercicios y no proyectos, los que solo se simulan y de los que hay que escribir sus objetivos y circunstancias antes de pasar a dibujarlos y finalmente describirlos por escrito y comparar lo escrito con lo dibujado y así aprender.

En estos días contaba el profesor Bernardo Recaman que, “como muchos otros profesores de colegios y universidades, intentó fingir, y mis empleadores esperan que finja, que todo sigue igual, que puedo seguir dando las mismas clases que les daba antes a mis estudiantes sentados en sus pupitres escuchando mi carreta, siguiendo el mismo currículo, alcanzando los mismos estándares, viendo las mismas presentaciones en Power Point, poniendo la mismas tareas y haciendo los exámenes de siempre. Todo para que los estudiantes no se atrasen. Pero no todo sigue igual. Ellos en sus casas, y yo en la mía, sabemos que no todo sigue igual.” (El Tiempo, 19/04/2010). Incluso ni siquiera sigue.
Con respecto a las escuelas y colegios es posible generalizar las videoconferencias impartidas por profesores destacados desde su casa, los que estarán no solo en otras partes de la ciudad, sino del país y el mundo, y en los salones habría solo profesores jóvenes, que se inician como tales, y los monitores de siempre. Y en las universidades los estudiantes podrían aprender más desde sus casas si leyeran más, y disminuir las clases presenciales, dejando más tiempo para otras actividades culturales, sociales, deportivas o políticas, y para la ineludible y muy conveniente necesidad de reunirse para intercambiar opiniones con otros profesores y estudiantes, pero no todos los días y para lo mismo.

Se puede enseñar mediante teleconferencias de reconocidos estudiosos de cada tema, como ya se hacen en muchas partes hace años, y después aprender con sesiones presenciales posteriores dirigidas por un profesor local en cada escuela, colegio o universidad para ampliar lo tratado y formular nuevas preguntas para un debate final. Lo que sí se puede hacer en casa es que los padres enseñen a sus hijos a leer dándoles el ejemplo para que lo puedan hacer por su cuenta mas adelante en colegios y universidades. Igualmente hay que generalizar el uso de los textos básicos de cada programa pero actualizados para cada asignatura y acompañados de otras lecturas recomendadas.
Sin leer no es posible enseñar ni aprender y de ahí la gran importancia de los medios escritos, ya sea en papel o digitalmente, y de las bibliotecas pues en ellas está todo el conocimiento que permite elaborar la información que ahora se puede buscar por Internet. Basta con recordar la película de 1968 de François Truffaut, Fahrenheit 451: es una sociedad posterior a 2010, en donde los bomberos ya no apagan incendios (las casas ya no son inflamables) sino que queman libros (según su gobierno, leer les impide ser felices porque llenan de angustia y la gente comienza a pensar y analizan y cuestionan su vida y la realidad que los rodea) pero pronto muchos proceden es a memorizarlos (Wikipedia).