AJIJIC, lago de Chapala

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Imagínate paseando por el malecón, mirando el reflejo de las nubes en el agua, que se extiende hacia el infinito. Entonces, de repente, el día se despeja, las nubes suben y suben, enseñando lo que celosamente escondían, ¡Montañas! Te das cuenta en ese momento que no se trata de un mar, sino de un lago lo que estabas observando. 

Te estoy hablando del lago de Chapala, el lago más grande de México, 1.100 kms2 (como sumar las ciudades de Madrid y Cali) . Un lugar mágico rodeado de Sierra y con unos atardeceres de ensueño que poco tienen que envidiar a la puesta de sol en el mar. Allí se encuentra un pequeño pueblo de calles de arena y piedra, de casas coloridas, murales vivos, variopintas galerías y alguna que otra avenida ancha repleta de casonas. Se trata del pueblo de Ajijic. Un pueblo con encanto, de aires costeros, pero de interior, muy tranquilo y seguro, que posee rincones dignos de ver como una escuela primaria con un muro lleno de calaveras, “El muro de los muertos”.

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Dicho muro está compuesto de numerosos cráneos de barro que tienen inscritos nombres o apodos de personas que habitaron Ajijic. La obra se inició en 2016 y está inspirada en el Tzompantli, el muro ritual conformado por cráneos humanos en la época prehispánica.

El autor, Efrén González, oriundo de ese típico pueblo de la ribera de Chapala durante la creación de la obra recibía en su galería a todas las personas que quisieran que una de las calaveras que forran esa pared contara con el nombre de un ser querido. Así se honró a las personas del pueblo. Podemos decir que es un claro ejemplo del arte al servicio del pueblo.

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La familia de mi amiga tiene la suerte de tener una casa allí y fuimos a pasar el fin de semana. Nos fuimos a desconectar de la ciudad, del ajetreo de las fiestas de octubre de Guadalajara, y sobre todo, a conectar con la naturaleza. Lo mejor de su casa es el jardín que tiene, lleno de árboles frutales y alguna que otra hortaliza. Pude coger directamente del árbol y saborear un maracuyá. También cogí aguacates, limas, chiles, y casi cogemos una calabaza si no fuera porque pesaba más de 3kilos y no sabíamos que cocinar con tanta calabaza. Ese jardín es un pequeño paraíso, no nos hacía falta más.  Aun así, salimos a contemplar la gente del pueblo, los niños en los parques, las garzas sobrevolando las aguas del lago y algún que otro caballo contemplando el lago.  La gente del pueblo fue muy cercana, nos saludaban al pasar y más de uno entabló conversación con nosotras en un español rústico con acento americano. Con tales atributos, Ajijic se ha convertido en el lugar de retiro de muchos americanos, podríamos decir que es un pueblo un poco “Gringo”.

Después de pasear y meditar junto al atardecer, nos dirigimos hacia la plaza del pueblo, donde reinaba el bullicio típico del viernes en la noche. Real que en ese momento sentí que podía quedarme a vivir allí. Ese sentimiento se incrementó cuando fuimos a pedir comida a un puesto callejero y descubrí que era de ¡verdura hervida! Algo que no volví a encontrarme en ningún lugar de México, un puesto sin carne. Como lo oyen, verdura al vapor, la comida menos atractiva del mundo allí era un éxito, y con razón. Tenían patata, brócoli, nabo, maíz, zanahoria, remolacha, todo al punto, crujiente y sabroso. Remataban el plato combinándolo con un aliño de aceite, lima, sal y obviamente chile. Los más gourmet podían añadirle crema de queso. Nos llevamos nuestro platito a la terraza de un bar y pedimos unas bebidas, todo un lujo.

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Allí los árboles frutales crecen por doquier, no solo en el jardín de mi amiga.  Uno sale a andar y vuelve con la compra de la fruta hecha. Esto nos pasó una mañana cuando salimos a andar.  Primero desayunamos en un pequeño café regentado por un francés que hacía años se había mudado al pueblo. Allí puedes encontrar el mejor croissant con almendras de México y me apuesto una botella de tequila.  Tras llenarnos la panza, iniciamos la marca, y andamos más de 15 kilómetros.  El malecón es enorme, y se conecta con los pueblos colindantes, por lo que hay paseo para rato. A pesar de estar de vacaciones, allí sentí la típica sensación que uno tiene de pequeño cuando llegan las vacaciones de verano, sentí que estaba de vacaciones dentro de las vacaciones, curioso. Pues bien, por el camino fuimos cogiendo diferentes frutas que nos brindaba la naturaleza, y ya hacia el final del camino, vimos que en una puerta habían dejado una bolsa de limones para regalar, así que nos volvimos cargadas a casa. Pregunté si aquello era normal y me dijeron que ellas ya habían aprendido la lección hacía tiempo y salían con bolsas a caminar.

Ajijic son típicos los paseos a caballo, las rutas de senderismo o los paseos en lanchas. Igual que pasara a saludar a la pareja de guacamayos que hay en la terraza del hotel boutique la nueva posada.

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Ajijic es un sueño de verano, una joya escondida en Jalisco.

Me gustaría concluir este artículo con unas palabras que escribió Efrén González, autor del Muro de los Muertos “…No tienes mucho tiempo. Di lo que tengas que decir, aunque tengas que gritar para ser escuchado. Si debes pelear para defenderte, si necesitas pedir perdón o perdonar para seguir adelante. Come, canta, ama, bebe, baila. Vive. Vive”.

NR: Vamos para AJIJIC !!

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