Mérida, un encanto difuminado

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Mérida, la capital de Yucatán, también llamada la ciudad Blanca.  ¿De dónde viene el apodo? No hay un consenso, unos dicen que por la piedra caliza de muchas construcciones que brilla con el sol, otros por ser el color de los trajes tradicionales, otra versión se basa en que había mucha gente de tez blanca en la ciudad. Posiblemente sea la mezcla de todas ellas.

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Hay sitios, lugares que pasan por tu vida sin demasiado eco, igual que ciertos trabajos, ciertas personas, ciertos momentos. Mérida fue así. No porque la ciudad no tenga encanto, lo tiene, aunque al ser una ciudad mucho más grande que las anteriores también tiene los problemas típicos de las mismas, suciedad, ruido, caos, gente (en exceso). Además, me equivoqué con el hostal que escogí, era muy bonito, con piscina y unas habitaciones estupendas, pero lejos del centro, por lo que para volver en las noches siempre tenía que coger taxi y esa dependencia la detesté.  Tampoco me gustaba volverme sola en taxi, y eso que Mérida ha sido considerada por muchos años la ciudad más segura del país. La ciudad no me marcó, pero en todo recuerdo hay momentos brillos y hasta brillantes.  Cuando llegué estaban allí Clement, Thomas y Juanca. Los dos primeros se habían quedado sin mañanas porque las ocupaban con el mundial de futbol. Sí, ese gran mundial en el que ganó Argentina tras no alzar la copa por más de 30 años, y nuestras generaciones no lo olvidarán porque los argentinos (con todo el cariño del mundo) no nos lo permitirán. Sin embargo, Juanca, el mejor aliado de la improvisación y líder del buenrollismo,  se animó a acompañarme al freetour. Me alegré infinitamente de volver a verle. Salieron dos freetours, uno en inglés, colmado de personas, y uno en español, con tres hispanohablantes y dos ingleses que chapurreaban algo de castellano y se animaron al tour en español.

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¡Un aplauso para los valientes! Viajar es sumergirse en la cultura local.

Anduvimos por algunas de las principales calles de la ciudad, y nos mostró los principales edificios de la ciudad, la Universidad, el palacio municipal, la plaza Grande, la catedral, primera de México, construida tristemente con las piedras de las cinco pirámides que había en la ciudad que fueron derruidas. Podéis ver en una de las fotos los grabados de los templos mayas anteriores en la pared de una iglesia.  Su acento era nuevo para mí, se notaba que estábamos en un estado nuevo, era el acento que el resto del mundo asocia a los mexicanos (¡Ay güey!).

Después del freetour, siguiendo las recomendaciones del guía (otro error, les pagan los establecimientos para que los promocionen y no te puedes fiar) nos fuimos con la otra pareja de hispanohablantes, mallorquines (isla de Mallorca) y más salaos que el queso costeño, a tomar un helado a la heladería situada al pie del palacio de gobierno. El lugar olía a tradición es verdad, y se notaba que tenían renombre, pero aquellos helados que nos sirvieron fueron terribles, semi derretidos, puestos sobre un sobre un plato de cristal que simulaba una barca que parecía ir a la deriva recubierta de helado derretido deslizándose por los bordes.  Además, hubo sabores que nos sabían a otras cosas, hasta el punto de que tuvimos que preguntarle que asegurarnos con el camarero si realmente eran aquellos sabores que habíamos pedido. Nos lo confirmó, pero las dudas no se fueron. Hacía tanto calor y bochorno que realizar turismo era tedioso, por lo que después de intentar visitar el mercado, decidimos que era mejor ir a hacer el “vermouth”. Es algo muy español, aunque viene de Italia, y se trata de antes de la hora de la comida, es decir sobre las 12 del mediodía ir a tomar un refrigerio y picar algo para abrir las ganas de comer. S Sin embargo, nosotros acabamos comiendo directamente. Aconsejados por los locales acabamos en un sitio de marisco triple B; Bueno, Bonito y Barato. Allí nos sirvieron ceviche y unos pescados deliciosos y poco a poco nos fuimos conociéndonos más y conseguimos refrescarnos. Después de la agradable mañana que habíamos pasado juntos decidimos volver a vernos en la noche para bailar, que bonito cuando encuentras gente bonita. En ese momento a Juanca y a mí se nos ocurrió la no-fabulosa idea (tercer error) de coger un autobús para acercarnos a la playa, que estaba a una hora en autobús.  Íbamos fatal de tiempo, y nada más subirnos al bus, del cual ya no podíamos bajar hasta de aquí a una hora, vimos acercarse una gran nube negra que no tardó en descargar con furia sobre nosotros. Llegamos ya entrada la noche a la playa, con lluvia, y cansados. Una decisión de última hora poco calculada y exitosa. Aun así, pusimos buena cara y nos fuimos a pasear por el paseo marítimo.

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Caminando por el paseo marítimo un niño se nos acercó y nos preguntó muy compungido si creíamos que se iba a quedar cojo porque se había caído y le dolía mucho la espalda. No pude evitar echarme a reír, se había caído y dado en el coxis, el “hueso de la risa” pero estaba caminando y se preguntaba si se quedaría cojo. Su hermana trataba de calmarlo, pero él no se fiaba por lo que nos tuvo que preguntar. Le enseñamos donde empezaba la columna vertebral y donde acababa y que no se preocupara que no le había tocado ninguna parte vital. Si podía caminar sin dificultad eso no iba a cambiar ya. La cara de alivio que puso no tiene precio.

La lluvia había espantado a la gente y había refrescado el ambiente por lo que aprovechamos para sentarnos en una terraza, solos, con olor a mar, a tomarnos unos margaritas en oferta. Lo que había empezado mal iba a acabar bien. De vuelta paramos en el centro para juntarnos con nuestros nuevos amigos con quienes salimos a bailar en la noche. Fue una noche de baile gloriosa, con tequilas con mango y un dj que interactuaba con nosotros.

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Tras esa noche nos invitaron a ir con ellos a un cenote al día siguiente cerca de Valladolid y no dudamos en decirles que sí. El cenote se encontraba en una hacienda, y me sentí como en las telenovelas mexicanas, en las que toda la historia gira alrededor de un amor entre clases y una hacienda. Fue un día espectacular y reconfortante. En la tarde fuimos a Valladolid, donde ya estaban Clement y Thomas (parecíamos Tom y Jerry como podéis ver) y allí se quedaba Juanca. Yo por cabezota, dado que aún tenía unos días reservados en el hostal en Mérida, me volví (Cuarto error). Una mala decisión, como tantas otras, pero ¿Quién no se equivoca? No importa equivocarse, si no la actitud que tomamos ante los errores. Esos días me permitieron reconectar conmigo, darme cuenta de ciertos patrones que tenía viajando e interactuando con la gente y empecé a gestionar el duelo por las despedidas ya realizadas y por mi inminente marcha de México después de tanto.

Eso me hace pensar, que siempre todos estamos en continua evolución. Mérida estaba en pleno crecimiento, me contó un taxista que debido a la violencia en el norte mucha gente se había mudado hacía el sur, con un mejor clima y más seguridad y que estaban creciendo a marchas forzadas. Parece que todo México está en un momento de expansión y transición, el México de 2022 no volverá nunca, igual que mi yo de ese momento no ya no existe.

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