San Cristóbal de las Casas, magia de colores

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Tsolts’ijboñ

 

Mi’ yälob cha’añ xojokñäyeloñ matye’el  lok’embä ilayi,

mi yälob cha’añ  itsajakñäyeloñ kolem  matye’ wits.

Mi’ yälob cha’añ  mik puk ñumel itsajakñäyel xotyñu’p’ulbä

mi yälob kpächälel tsajakñaj tyi pa’.

Mi’ yälob  cha’añ ts’ijboñ yik’oty säkjamtyäleloñ ili lum.

Mi’ yälob cha’añ joñoñäch, chä’äch mik mujlañ mel kbäj.

 

 

Soy alfabeto

 

Dicen que huelo a hierba nacida en esta selva,

que mi cuerpo tiene fragancias de montaña.

Dicen que esparzo un ambiente de huerto,

que mi piel está impregnada de perfume de río.

Dicen que soy alfabeto y luz de esta tierra.

Dicen que soy, y que así me manifiesto.

 

(Traducción)

Juana Karen

(Poeta de Chiapas cuya lengua materna es el Ch’ol)

Sin lugar a duda, la ciudad de México donde me quedaría a vivir. Es una ciudad, porque tiene más de 200.000 habitantes, pero que sin embargo ha conservado una atmósfera de pueblo, con un centro compactado de calles adoquinados y casitas bajas de colores. Todo muy pintoresco, muy fotografiable. Desde que pisé México había odio hablar de la magia de San Cris, como se le llama cariñosamente, así que parecía la ciudad perfecta para asentarme unos días y disfrutar de la misma cama por unos días. San Cristóbal de las Casas se encuentra en el estado de Chiapas, por lo que me tenía que despedir de Oaxaca.  Desde Huatulco, Nathalie y yo tomamos un autobús nocturno en dirección a la ciudad. Cogimos el hostal el día antes y se lo pasmaos a Juanca, Thomas y Clement que se iban la noche de antes desde Puerto Escondido. Volvíamos a juntarnos por unos días, estaba muy feliz. Pasamos todos del calor pegajoso de la costa tropical de Oaxaca al clima frio de montaña. La ciudad está a 2.200 metros sobre el mar y se nota. Un día Thomas y yo nos unimos a una pachanga de futbol en la calle con unos niños y recuerdo que cada vez que hacía una carrera se me quería salir el corazón por la boca y tenía que cerrarla para evitarlo.  Al principio pensé que se trataba de mi pésimo estado físico, pero luego caí que, sin quitar parte de razón a la primera afirmación, la altura no ayudaba y se notaba mucho la falta de oxígeno al hacer un esfuerzo físico. A todos nos costaba subir escaleras.

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Tanto yo como Nathalie teníamos nuestras reticencias para coger el autobús nocturno porque habíamos leído historias turbulentas sobre coches y autobuses que eran parados por las comunidades indígenas en el estado de Chiapas y exigían dinero a los pasajeros para poder continuar. Y que nos pidieran dinero no era lo que nos asustaba, si no que la violencia de la situación pudiera escalar y ocurriera algún desastre. Chiapas es uno de los estados de México más rico tanto en recursos naturales, como en diversidad cultural, albergando un gran número de pueblos indígenas.

En este sentido, en la ciudad de San Cris hay mucho movimiento cultural que lucha por los derechos de los pueblos indígenas y su reconocimiento como parte del legado cultural mexicano, para evitar que se pierdan sus lenguas y sus conocimientos. Hace un gran trabajo para preservar su legado cultural. Tuve la oportunidad de participar en una actividad que un centro cultural ofrecía sobre leyendas transmitidas de generación en generación del pueblo Tseltal y me encantó. Hablamos de sus dioses, de su conexión con la naturaleza, de su simbolismo. En esta ciudad interactué mucho con los locales. Otro día, entre en el jardín corazón de jade, regentado por una organización que trabaja por la conservación de la biodiversidad. Allí había una voluntaria con sus niñas pequeñas, y mientras ella estaba haciendo su trabajo yo me puse con sus pequeñas para acabar la tarea de la escuela. Son esos momentos los que te conectan con un lugar.

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Me cuesta mucho resumir mis vivencias en esta ciudad, fueron muchas, que, aunque de pequeña envergadura y posiblemente insignificantes para un tercero ajeno, son para mí pequeños tesoros de felicidad. Desde pasear por los andadores de Guadalupe y el 20 de noviembre contemplando las nubes bajas arremolinándose en las montañas en el horizonte, a pasar una noche tomando vinos baratos importados en la terraza de La Viña de Bacco y acabar bailando bachata con las farolas de la calle o la sonrisa que cruza tu cara al girar la cabeza en la cama y ver que en la litera de al lado tienes una amiga con la que ahora mismo te encuentras compartiendo la intimidad del silencio.

Todo en San Cris fue fabuloso, el hostal, regentado por una mujer maravillosa que ama su profesión y nos hacía sentir a todos como en casa con café caliente y gratis a todas horas, grandes platos de desayuno y mucha flexibilidad con las horas del check in y el check out. Apuntenlo por si algún día van, “The Coffee Bean Hostel”, al final del andador principal, el de Guadalupe.

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Tanto el mercado de abastos como el mercado de artesanías son dos laberintos donde vale la pena perderse. El segundo se encuentra alrededor del Templo de Santo Domingo, un templo precioso de gótico mexicano, y allí puedes conseguir ámbar puro, el cual equilibra las energías, aportando calma y paz interior.

También son lugares perfectos para tomarte un buen caco o un pox (bebida alcohólica derivada del maíz), según la hora del día. Aunque yo, como fan incondicional del pulque, iba buscando farolillos rojos, que indicaban que aquel establecimiento vendía esa deliciosa bebida fermentada.

Además, como he dicho al principio, se trata de una ciudad con una gran mezcla cultural y muy activa, por lo que tuve la oportunidad de vivir una de las experiencias más dura y gratificante que jamás he vivido, un temazcal. Y alguno se preguntará, ¿Qué es eso?

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El temazcal consiste en un baño de vapor. La palabra temazcal proviene de la palabra náhuatl “temazcalli”, (temaz-sudor, calli-casa); su traducción literal sería “casa de sudor”.

Una conocida de Barcelona me había pasado un contacto y yo sentía mucha curiosidad por esta práctica prehispánica de Mesoamérica que ha conseguido trascender a través de los años. Por ello, contacté con el temazcalero y formé un grupo con mis amigos para ir a la cita. Mi persona de contacto tenía un temazcal para uso particular en su casa y de vez en cuando realizaba ceremonias para la gente de fuera, fuimos unos afortunados. Al llegar a su casa vimos lo que parecía un iglú de madera con una tela por encima donde debíamos meternos 11 personas a pesar de su aparente modesto tamaño.

Esta ceremonia consiste en un ejercicio mental de resistencia, dado que vas a experimentar incomodidad y debes ser capaz con tu mente de apaciguar el dolor y los miedos..

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Fuimos entrando de uno en uno, en circulo de izquierda a derecha, pidiendo permiso a la tierra para entrar. EL espacio era muy justo y estábamos pegados los unos con los otros, con las rodillas cruzadas para no tocar el hueco donde irían las piedras. La ceremonia constaba de cuatro partes de 10 minutos cada una. En cada ronda tratamos temas diferentes y se iban añadiendo piedras calientes sobre las cuales se ponía una medicina (plantas aromáticas) y se rociaban de agua generando así vapor. La primera ronda fue sencilla, solo eran 7 piedras, pero a medida que fuimos avanzando el calor cada vez se hizo más y más insoportable. Al finalizar la tercera ronda, levanté la vista y vi a todos mis amigos rojos, abrazados a sus piernas, sudando, con los ojos llorosos, conmovidos y asustados a partes iguales. De esa forma entramos en la recta final de la ceremonia, la cuarta fase, en la que según palabras del chaman íbamos a pasar a formar parte del universo, junto con los elementos que ya se encontraban allí entre nosotros; la tierra, el fuego, el aire y el agua. Realmente así fue, sentí un dolor tan punzante cuando el vapor se pegó a mi cuerpo, que me paralizó y por un momento me hizo creer que no lo lograría, que me iba a quemar y no saldría de ahí. Sin embargo, cuando la puerta del temazcal se abrió para dejar pasar el aire fresco del interior al finalizar el último rezo, sentí alivio inmediato y me percaté que no tenía ninguna quemadura. Gracias a este recuerdo, he podido sobrellevar muchas situaciones difíciles que se me han ido presentando.

Trabajen su mente, es un músculo.

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