Remembranzas de Cali, génesis de los Juegos Panamericanos de 1971

Por Guillermo E. U… |
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Por Guillermo E. Ulloa Tenorio

Economista de la Universidad Jesuita College of the Holy Cross en Estados Unidos, diplomado en alta dirección empresarial INALDE y Universidad de la Sabana. Gerente General INVICALI, INDUSTRIA DE LICORES DEL VALLE, Secretario General de la Alcaldía. Ha ocupado posiciones de alta gerencia en el sector privado financiero y comercial.


Algunos precandidatos a la alcaldía proponen impulsar el civismo que identificó la ciudad. Considero importante relatar la génesis de la época que marcó la historia de la ciudad. Este escrito, el primero de varios, servirá para recordar la época dorada del civismo caleño. 

En 1966 Cali era una ciudad de 740 mil habitantes. Su cercanía al puerto de Buenaventura, el trazado vial departamental, su fértil valle, pujante sector agroindustrial, vigorizante conjunto de industrias metal mecánicas, papel, empaques, alimentos y bebidas, confitería, editoriales, farmacéuticas, cuidado personal, confecciones y dinámico comercio, habían sido fundamentales en atraer empresas extranjeras. 

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Los gremios, organizaciones cívicas e instituciones educativas trabajaban mancomunadamente con el estado generando planes de gobierno brindando bienestar, cubrimiento educativo, de salud, oferta de servicios públicos y prístina gobernanza.

Un día caminando por la Avenida Colombia, enfrente del icónico edificio Coltabaco, escuchó Nicolas Ramos Gómez, la voz de su amigo Alberto Galindo Herrera, quien entusiasmado gritaba; ¡¡¡ Nos tenemos que reunir!!!  

Ramos era presidente de la Junta Directiva de la Unidad de Acción Vallecaucana y Galindo había sido director de las justas deportivas de los Juegos Atléticos Nacionales de 1954. 

En la fuente de soda del semisótano del edificio Garcés, Galindo le contó a Ramos, que había escrito sigilosa y tímidamente, por mucho tiempo, sendas solicitudes postulando y presentando la ciudad como sede para un magno evento deportivo a varias organizaciones deportivas, culminando con la carta final al presidente de la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA), General José de J. Clark.

Al recibir la afirmativa respuesta de postulación de la ciudad a la realización de los Juegos Panamericanos de 1971, acudía a Ramos, como amigo y presidente de la UAV, para dar cuerpo a la iniciativa. Sin titubeos, no dudó en aceptar el reto, presentando el proyecto a la junta y a su director ejecutivo el escritor Alfonso Bonilla Aragón. 

Se conformó un comité pro-sede, presidido por Galindo, y tanto Bonilla, como Ramos unieron esfuerzos en la conceptualización de la idea para ser presentada en Winnipeg, Canadá, a mediados del año 1967.  El 31 de diciembre de 1966, siete meses antes de la postulación de la ciudad como sede y sin ver culminado su sueño, murió Galindo.

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Al fallecer Galindo, Bonilla se dedicó a escribir el libro, Cali, Ciudad de América, en estrecha colaboración de María Teresa Holguín de Garces. El libro, diseñado e impreso por Carvajal & Cia, apoyados generosamente por don Manuel y Adolfo Carvajal, quien sería el primer director de Coldeportes, era la presentación de la ciudad como sede. La aspiración caleña competía con Santiago de Chile y la ciudad norteamericana de Champ Saint Louis, del estado de Misuri. Ramos lideraba el comité pro-sede, uniendo esfuerzos ante autoridades locales y nacionales vinculando mancomunadamente al dinámico sector privado, comprometido cívicamente con el bienestar de la región.

La delegación colombiana, presidida por Joaquín Losada y con presencia del embajador en Canadá, Camilo Villamil Chaux, ofreció con justo homenaje a la fiesta patria del 20 de julio de 1967, un cóctel, al cual fueron invitados algunos funcionarios de la ODEPA.  Dos días después, el 22 de Julio fue votada positivamente y aceptada la postulación de Cali como sede de los VI Juegos Panamericanos de 1971.

Al recibir oficialmente la designación de la ciudad como sede, Ramos asumió la dirección de los juegos entre 1967 y 1969.

En la historia de la ciudad jamás se había atestiguado un sentimiento de unión, solidaridad y civismo como el que despertó la designación y ejecución de obras que transformaron la ciudad. 

Ramos lideró, coordinó y articuló la conformación de un sinnúmero de comisiones viabilizando los compromisos locales, regionales y nacionales para financiar las justas deportivas. Se logró la promulgación de Ley de Aportes (Ley 49 de 1967), la cual adicionalmente al aporte directo de $ 30 millones, fijó sobretasa al cigarrillo y licor. La Gobernación realizó un aporte de $ 10 millones y el municipio además de aportes económicos, diseñó, financió y ejecutó el plan de obras que el evento requería.

Ramos relata animadamente anécdotas providenciales de beneficio para el evento. 

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Cuenta, como un buen día, iniciando sus actividades como director ejecutivo, fue abordado en el edificio Pielroja, colindante con el edificio Coltabaco, por un discreto abogado, quien le indagó si pudiera existir algún interés de la organización Pro-Sede del antiguo lote del hipódromo de San Fernando, entidad en liquidación, de la cual era su liquidador. Ramos solicitó autorización de Junta y fue aprobada la compra del lote por $ 3.500.000. En esta ubicación se construyó la Unidad Deportiva Jaime Aparicio, conjunto sede de las piscinas olímpicas, el diamante de béisbol y la pista atlética.

También acudió a propietarios de una vasta área detrás de la Plaza de Toros Cañaveralejo, quienes sin dudar, ofrecieron en venta el área. Aquí se construyó la Unidad Deportiva, que en homenaje lleva el nombre de Alberto Galindo Herrera, sede del Coliseo del Pueblo y el Velódromo Alcides Nieto Patiño.

Por motivos personales Ramos se retira y hace entrega al alcalde Artemo Franco Mejía. A los pocos meses se designó a Jorge Herrera Barona, hombre de altruismo cívico, deportivo y político quien lideró y entregó la ciudad en óptimas condiciones para la realización de los juegos.

La historia de la ciudad debe repetirse y retornar al lugar privilegiado que una vez ocupó.

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