Cali: de la irascibilidad a la barbarie

Por Carlos Cuervo |
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* Carlos Armando Cuervo Jiménez

El martes 25 de mayo se programó en Cali una marcha con el fin de disminuir los estados de irritabilidad de ánimo que padecemos la mayoría de los ciudadanos por las actuales circunstancias que enfrentamos.

Entre sus postulados se promovía desarmar los corazones para que pudiéramos dialogar y asi disminuir la presión social entre unos y otros, además de solicitar la reducción de los bloqueos.

Hasta aquí sus propuestas resultaban razonables para un grueso de la ciudadanía.

Ese mismo martes vimos con sorpresa que la iglesia católica caleña expidió un comunicado en el cual aclaraba que se alejaba de apoyar la marcha, provocándome suspicacias sobre este porqué. 

Cali: de la irascibilidad a la barbarie

Con el transcurrir de la jornada se evidenció que el altruismo inicial con el que se había convocado a los marchantes se había modificado por un ejercicio político manejado por gente del partido de gobierno en busca de la figuración que no logran despertar con su escueto trabajo.

Al final del día quedaba el trago amargo de que la politización de la marcha había desvirtuado el postulado de sanar corazones y mas vale había evidenciado la polarización que nos envenena gracias a los comportamientos fanáticos y la intolerancia que está presente en algunos grupos del colectivo caleño.

El viernes 28 cuando se presagiaba un día de marchas y bloqueos al conmemorarse un mes del paro, sin mayores sobresaltos pues el alcalde había ordenado a la policía abstenerse de utilizar al escuadrón anti disturbios, salvo ante hechos de vandalismo, sucedió lo inesperado. Un investigador del CTI de la fiscalía asesinó a dos manifestantes en el cruce de la autopista sur con calle 13, siendo eliminado también él por la turba enceguecida. 

Cali: de la irascibilidad a la barbarie

 
Esta noticia se regó como pólvora y encendió de nuevo las pasiones de ambos lados y desató la barbarie la cual con el paso de las horas cerró con saqueos, incendios y 14 muertos. Asistimos con alarma a ver el resurgir de civiles armados, disparando en contra de otros civiles como si estuviéramos en medio de una guerra civil.

No recuerdo, ni siquiera en la época de la guerra entre los carteles de la droga haber asistido a unos días colmados de tanta violencia, despertando en una realidad más amarga de lo que me imaginé.

Todo ello conduciéndonos a un peligroso juego de lucha de clases, “los de bien” y los demás. Retórica usada de manera irónica por los activistas bogotanos de izquierda y algunos otros en Medellín y que los activistas de derecha tampoco han podido desvirtuar. 
Desde que se formaron los primeros conatos de enfrentamientos en la carrera 100 con calle 13, en Ciudad Jardín se evidenció como de ambos lados comenzaron a usar este juego de palabras con el ánimo de señalar diferencias entre quienes se manifestaban y los demás.

Esta peligrosa distinción es una muestra de que una parte de nuestro tejido social cree tener mayores derechos que el otro, léase desde la izquierda a la derecha o viceversa y la verdad a ambos lados tienen sus argumentos para justificar sus exigencias, pero ambos olvidan que debemos respetarnos unos a otros y cumplir la constitución que es la carta natural para no canibalizarnos.

De un lado los estratos altos hacen sus reclamos cansados por el abuso con la estrategia de los bloqueos a la movilidad y a la productividad empresarial y comercial, sin asomo de empatía por las necesidades y demandas de los grupos sociales con menores ingresos y mayores necesidades.

Del otro lado, están los manifestantes quienes en su mayoría provienen de los estratos populares y se han convencido de que sus justas razones son una patente para someter y abusar de sus conciudadanos de mayores ingresos económicos. Toda una demostración de animadversión a la cual nadie ha prestado la mínima atención y que se ha ido imponiendo como realidad, con sus nefastos resultados.

Todo el resentimiento que establecen estas absurdas divisiones solo es fundamento para una mayor polarización que podría conducirnos hasta a una guerra civil y la fragmentación del país.

Ahora el vituperado término de “gente de bien” es una tergiversación del lenguaje porque un hombre o mujer de bien no son más que aquellas personas que en sus acciones y pensamientos tienen la cualidad de ser empáticos con los demás o como coloquialmente lo conocemos “saben ponerse en los zapatos del otro” y no abusan de sus semejantes.

Finalmente al reflexionar sobre lo acontecido resalta  la urgente necesidad de desarmar nuestros corazones con el fin de ir saneando el resentimiento, el odio y los demás estados de ánimo que solo invitan a la intolerancia, la violencia y la división entre colombianos.
 Los invito a reflexionar sobre esta última premisa.

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