OAXACA DE JUÁREZ, donde las personas se encuentran

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


No hay mal que no cure una buena sopa de guías con chochoyotes. Este típico plato Oaxaqueño calienta el estomago y el alma.

A mi Oaxaca me calmó el corazón, me llenó de momentos dulces y me dejó muy satisfecha. Podría escribir hojas sobre esta ciudad y sus alrededores, pero me voy a centrar en lo que realmente me hizo feliz, la gente que me encontré en esa parte del camino.

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Cuando salía de San Miguel de Allende hacía México ciudad para coger un avión que me llevaría directamente a Oaxaca de Juárez, me enteré al intentar hacer el check in que me habían cancelado el avión. Los imprevistos habían tardado poco en llegar, cuarto día sola y ya no sabía cómo iba a llegar a mi destino. Decidí continuar con el plan y coger el autobús hacía CDMX porqué allí tendría más opciones que desde San Miguel. En el trayecto, gracias a los datos que había contratado pude buscar un autobús nocturno que me llevaría hasta mi destino. Me asustaba coger un bus de noche, porque era un viaje de 8 horas, y la noche engaña, todo se oculta tras un manto de oscuridad. Aun así, hice de tripas corazón y tomé mi asiento en el autobús. Y que bien que lo hice. En ese autobús conocería a los que serían mis compañeros de viaje por más de dos semanas, Juan Carlos, alias “Juanca” y Clement, de Perú y Francia respectivamente. Es impredecible y curioso lo que hace que las personas conecten entre ellas. En nuestro caso fue una risa leve. Todo el autobús (sin saberlo) estaba esperando a Juan Carlos, que había ido a recuperar del asiento de un taxi su paquete de tabaco de liar. Para que el autobús no se fuera, Clemente le pedía al conductor unos minutos más. Cuando Juan Carlos subió las escaleras del autobús llegó ahogándose, sudando y gritándole a su amigo “¡Hermano! Esta estación es enorme, ¡me he perdido!”  Y no mentía, estación estaba en obras y para salir había que dar una vuelta kilométrica alrededor de la misma. La situación me provocó una leve carcajada y cuando él se sentó al otro lado del pasillo, me pidió que no me riera, que de verdad lo había pasado mal. Eso fue suficiente para empezar a hablar y nuestra conversación se alargó por 7 horas. Al llegar, decidimos quedar en contacto y vernos los tres en la noche para tomar algo juntos.

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Después de un viaje en bus nocturno, en el que duermes a trompicones y te hielas con el aire acondicionado a 5º, es necesario tomar una buena ducha de agua caliente y salir a tomar un café con pan, típico de la zona. Me fui hacia el Mercado 20 de noviembre. Un mercado es siempre un lugar perfecto para tener una primera impresión de la gastronomía de la zona y sentir la vida de la ciudad. Un olor a chocolate invadía el mercado, que se mezclaba con el aroma a mole cocinándose para el mediodía. Las parrillas de la carne aún no estaban funcionando, pero la ciudad ya estaba despierta, Me tomé un rico café con leche, pero no pude acabarme el pan, no me acaba de convencer esa mezcla. Y aunque el pan en Oaxaca estaba blando, mi madre me ha contado muchas veces que ella desayunaba café/chocolate con pan duro, comida de aprovechamiento. Quizás es algo que los españoles trajeron consigo a su llegada a México, porque allí el pan no es típico en la comida.  Con la energía cargada, me paseé por el centro y no tan centro, visité la catedral, hice una lista de cosas que ver y hacer, me enamoré de las artesanías expuestas en el mercado y los escaparates de las tiendas, y reservé una clase de cocina. En la noche, subí a la azotea del hostal, y allí otra conexión fortuita.

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Me subí con el portátil para hacer unas gestiones y una mujer que estaba contemplando la luna con una cerveza me preguntó si me molestaba la música. Le contesté haciendo referencia a la música que sonaba, una canción de Karol G antigua. Gracias a la música empezamos a hablar, y aunque alguna de las preguntas clásicas como “De donde eres”, “Cuando has llegado” cayeron, enseguida nos desprendimos de ellas y hablamos de forma mucho más natural. Su nombre es Poliana, y tuvo la osadía de meterse con mi acento nada más para conocerme. Eso le valió mi invitación a que nos acompañara a tomar algo a mí y a mis recién conocidos amigos. Me encanta juntar gente de forma aleatoria y ver qué pasa, qué atmosfera se crea, qué vínculos nacen. Es como meter ingredientes en una batidora a ver que sale.

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Aquella noche salió una emulsión homogénea, sabrosa, un pelín ácida pero refrescante a su vez. Todos pusimos de nuestra parte para conocernos, pusimos la energía y una buena actitud. Puede parecer simple, pero es agotador interesarse genuinamente por un desconocido, escucharlo activamente, no juzgarlo, exponerte a ti mismo. Por eso me pareció algo sumamente especial que conectáramos y nos llevamos bien.

Al día siguiente hicimos planes por separado, yo me fui a Monte Alban, un sitio arqueológico que se encuentra a 10 km de la ciudad de Oaxaca y fue construido por los zapotecas. No son las ruinas más famosas de México pero para mí una de las más hermosas que vi. Después de alimentar la cabeza, había que alimentar la panza.

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Si alguna vez vais a Oaxaca tenéis que tomar una clase de cocina con “Pan&cita”. Un oaxaqueño encantador, que emprendió a través de Airbnb experiencias y te lleva al mercado a comprar, se adapta a tus gustos y te prepara unos cocteles de mezcal riquísimos en su casa mientras te explica cómo hacer un buen guacamole y una salsa de chile para acompañar cualquier comida (mexicana).

Fuimos únicamente tres personas a la clase, dos alemanas y yo, y por eso pudimos disfrutar de una velada intima, en la cual empezamos compartiendo comida, y acabamos compartiendo mucho más. No hay nada que una más que un buen plato de comida.

En la noche nos volvimos a juntar los del día anterior, salimos a bailar y a beber mezcal con chapulines, que los sirven fritos con los tragos. Era nuestra salida de despedida, porque al día siguiente nos despedimos de Poliana, que continuaba su viaje y se marchaba de la ciudad, mientras que los tres mosqueteros nos íbamos hacía Hierve el agua y Mitla, últimas visitas con base en la ciudad de Oaxaca.

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Desde que el destino me cruzó con estas personas creé muchas memorias con ellos, que no pueden plasmarse en un papel, deben vivirse. Tengo la creencia de que la ciudad, tan viva y llena de color favoreció nuestro encuentro.

Por eso, queridos lectores, dense el privilegio de conocer gente nueva, permítanse que otros le conozcan como son, porque se estarán dando la oportunidad a sí mismos de conocerse mejor.

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