El valor de los que no valen nada

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

La Eucaristía de hoy nos va a enfrentar con una verdad salvadora: «Sólo los pobres tienen esperanza». Pero nos va a enfrentar con nuestras vidas. La Palabra de Dios es como una espada de dos filos que entra hasta lo profundo del corazón del hombre y hace que el hombre se defina ante ella. Ella no admite componendas. A ella no se la puede comprar. Escucharla con fe exige dejarse trabajar por ella y hacer algo para que nuestra nada cambie.

Si queremos que nuestra Asamblea de hoy sea «verdad», tendremos que disponernos a la escucha de la Palabra de Dios con este espíritu de conversión y de pobreza. Reconocernos pecadores y sentirnos pobres. Pedir perdón, ejercitar la esperanza, es necesario para todos los que queremos participar en la Acción de Gracias.

LECTURAS:

1Reyes 17, 10-16: «Ni el cántaro de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó».

Salmo 146(145): «Alaba, alma mía, al Señor».

Carta a los Hebreos 9,24-28: «Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos».

San Marcos 12,38-44: «Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que nadie».

El valor del compartir: caminar juntos «para que el mundo crea»

A aceptar la vida como una participación de todo lo que tiene con los demás. De esta manera ha echado «más que nadie». Su limosna es el signo de la entrega total de su vida en manos de Dios. Esta es la FE, que estamos invitados a actualizar en sus más profundas motivaciones y exigencias, si en verdad queremos «caminar juntos», con un compromiso muy serio: «para que el mundo crea» ». - Con esto, Cristo no alaba la injusticia de los hombres, ni apoya la miseria de los pobres. Lo que hace es denunciar la injusticia de los ricos y aplaudir la actitud de aquellos que no ponen su meta en el tener o poseer más, sino en ser mejores, compartir, ayudar.

La lección del Evangelio de hoy es sobre el valor de compartir en la vida humana y cristiana, como una alta expresión de justicia y caridad. Es también sobre las cualidades cristianas de compartir. Vamos a resumir unas y otras. Compartir con otros lo que tenemos -dinero, bienes, conocimientos, amor, amistad y otros- es una expresión de caridad y fraternidad, pero es también una exigencia de justicia. Bienes y valores fueron dados por Dios a todos; las riquezas de cualquier tipo deben servir a todas las personas. No es justo, por lo tanto, cuando pocos tienen mucho, y muchos tienen poco. La redistribución a través del compartir se convierte en un imperativo de la justicia.

Todos somos capaces de compartir algo, no importa lo pobres que seamos. Siempre hay personas aún más pobres. Siempre hay algo que dar que puede ser útil a otros. De hecho, el pobre tiene más sentido y práctica en el compartir, que el rico. Porque el pobre siempre necesita y sabe por experiencia la importancia de compartir. Porque el rico fácilmente se ciega a la necesidad de otros, y tiende a ser individualista y auto-suficiente. El valor de compartir no siempre radica en la cantidad, de acuerdo a las palabras de Jesús en el Evangelio. Yace también en la calidad de amor represada en el compartir.

Porque cuando compartimos, compartimos algo de nuestro interior también, no sólo bienes externos. El texto del evangelio de este domingo presenta dos hechos opuestos, ligados entre sí: por un lado la crítica de Jesús contra los escribas que usaban la religión para arruinar a las pobre viudas y, por el otro, el ejemplo de la viuda pobre que daba al Templo hasta lo que le era necesario. ¡Hecho éste muy actual, incluso hoy!

Dos formas de ser y de vivir

Dos personajes forman parte de la parábola que nos narra el Evangelio de hoy: - a) El escriba. Un hombre rico y vanidoso. Deseoso de presumir ante la gente de todo aquello que forma parte de su vida. Se pasea con amplios ropajes para ser admirado y llamar la atención. Está preocupado por su imagen y la cuida con detalle. Es una dura crítica del Señor a quienes se preocupan por quedar bien. Están vacíos. No son de fiar. ¿Cómo y por qué hacemos nosotros las cosas? ¿Cuántas veces guardamos las apariencias y hacemos las cosas por quedar bien? ¿Cuántas veces despreciamos o ponemos en ridículo a los que no son como nosotros, ni tienen buena apariencia...? - ¿Cuántas veces nuestra escala de valores y nuestros criterios son exclusivamente humanos?

El Señor no se fija en las apariencias, ni le importa que queden bien con Él. El Señor busca el fondo del corazón y valora la cantidad de amor, de verdad, de autenticidad, que hay en las acciones de cada persona. Tal vez, no nos hemos dado cuenta, pero nosotros somos igual de presumidos: cuidamos mucho nuestra imagen: la ropa que nos ponemos (si guarda armonía y coordinación de colores y estilo, si está coordinada con los complementos: zapatos, bolso, adornos… Pasamos por delante de un espejo o un escaparate cuyo cristal refleja nuestra imagen y nos miramos con más o menos disimulo, arreglamos nuestro pelo, recolocamos la corbata o el pañuelo... Y con cierta frecuencia oímos afirmaciones como ésta: he de cuidar mi imagen, no puedo perder dignidad, no me pueden dejar en un rincón, he de ocupar el sitio que me corresponde como persona importante que soy, no puedo estar en segundo plano, se van a fijar en mí y debo vestir como corresponde... Y la vanidad va unida al consumo: tiendas, peluquería, ropa de moda, de marca... El escriba, además de vanidoso es rico. Presume de su riqueza no sólo en el modo de vestir y llamar la atención paseándose por la plaza, sino también en la cantidad de dinero que echa de forma ruidosa en la alcancía del Templo. Así todos saben de su generosidad, lo alaban y envidian su fortuna.

¿No presumimos también nosotros, a veces, del dinero que tenemos, del dinero que gastamos, de las limosnas que hacemos... para que nos admiren y nos envidien?

b) La viuda pobre, que además es una pobre viuda. No tiene marido que la proteja y se preocupe de su sustento y sus necesidades. No puede exhibirse ni presumir. Sus ingresos apenas le dan para vivir. Su imagen es lo menos importante. Le preocupa poder subsistir. Su comportamiento es humilde y discreto: No pretende llamar la atención, no es consumista, no lleva ropa de marca, ni cambia continuamente de vestido . Se conforma con lo que tiene. - La viuda a quien el profeta Elias le pidió TODO lo que tenía para comer, recordándole que el Señor afirma que la harina y el aceite no se acabarán. La viuda nos representa a nosotros con nuestros bienes y nuestras pobrezas. El profeta es la voz de Dios que nos lo pide todo. El Señor no quiere las cosas a medias nunca; lo pide todo y sin condiciones. Solamente quien lo da todo, y se lo da todo a Él y a los demás, puede experimentar que es cierta la palabra del Señor: es cierto que Él lo llena todo y lo da todo a quien  se supone en sus manos sin límites. Y todo lo que tiene es lo que da, sin hacer ruido, discretamente, casi con vergüenza de que la vean, pero con generosidad y bondad de corazón. Sin embargo, es ella la que merece las alabanzas del Señor por esa bondad y generosidad de su corazón. De las apariencias y la imagen nos preocupamos nosotros, los hombres. Pero sólo Dios es quien ve lo que hay en el fondo de nuestro corazón. Podemos hoy reflexionar sobre la vanidad que hay en nuestra vida y que se refleja en nuestros actos, o la humildad con que actuamos. Y pedir al Señor que ilumine nuestro corazón para conocer lo que hay en el fondo de nosotros mismos y darnos cuenta en qué podemos mejorar y qué podemos corregir.

El valor de los que no valen nada.

Con la misma escala de valores y criterios humanos descalificamos y despreciamos a los pobres, los ancianos, los enfermos, los extranjeros, los que no son útiles, ni tienen prestigio. Pero ellos son precisamente quienes nos pueden aportar riquezas más valiosas: - la paciencia, la alegría, el servicio, la generosidad, la humildad..., todo aquello que no es útil ni rentable a los ojos de los hombres pero sí lo es a los ojos de Dios. Ellos nos aportan, muchas veces, los mejores valores cristianos. ¿Con quién nos identificamos nosotros? ¿Cuáles son nuestras actitudes? ¿Qué hacemos? ¿Qué espera el Señor de nosotros? Procuremos que TODO nuestro corazón sea del Señor para hacer las cosas como a Él le agradan, y evitemos juzgar sólo por las apariencias como si tuviéramos toda la verdad.

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

Los pobres han sido junto con Dios los auténticos protagonistas de la historia de la Salvación. Ellos han sido los elegidos por Dios para realizar la Historia santa. Cristo tuvo su predilección por los marginados, los explotados, los oprimidos de la sociedad judía que le tocó vivir. - Esta salvación como participación del don de Dios, exige por parte del hombre repetir el mismo gesto de Dios: darse a otros. Toda entrega es empobrecedora. La entrega a los demás despoja, desarraiga, desinstala, saca al hombre de cualquier situación de privilegio que pretenda vivir para colocarlo en la pobreza. Una Iglesia para servir, será signo de salvación. Podrá ser pregonera de la esperanza de Jesús. Sólo así, señalará con su vida y con su compromiso al futuro de plenitud prometido por Jesús. Entonces sus palabras y sus gestos serán más audibles y entendibles por el mundo de hoy. Celebrar la Eucaristía es sentirse necesitado del pan de la vida eterna como alimento para caminar con esperanza por la tierra.

«El verdadero ateo es el que no cree que Dios puede cambiar este mundo... es el que no espera ya nada de Dios en la historia de los hombres. Quien reniega del aquí del hombre reniega del más allá de Dios» (Karl. BARTH).

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