Glasgow, hipocresía política y diplomática

Por Jean Nicolás Mejía H |
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Jean Nicolás Mejía H

Profesional Ciencias políticas - Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años,  Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona


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La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático que se celebra hasta el 12 de noviembre en Glasgow

Lo que se suponía tenía que ser uno de los eventos más importantes a nivel histórico por la lucha contra el cambio climático, terminó siendo otro encuentro más para hacer lobby político entre presidentes y ministros, la burla de los empresarios privados y la crítica de los activistas que no entienden las dinámicas del sistema internacional.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático que se celebra hasta el 12 de noviembre en Glasgow, levantó gran expectativa puesto que el objeto de la reunión por primera vez no era buscar soluciones contra el cambio climático (los actores del sistema internacional llevan más de 40 años “buscando” cómo combatir este fenómeno sin ningún resultado tangible), sino evaluar los efectos colaterales de este - divergencias en el sistema económico internacional, crisis sociales y conflictos políticos- y cómo retomar el liderazgo hacia un sistema más sostenible.

Nada más lejos de la realidad; es una muestra más de la hipocresía política y diplomática con la que se abordan estos temas. La mayoría de presidentes que no tienen influencia política fueron a exponer cómo sus gobiernos “han trabajado incansablemente” por la sostenibilidad ambiental -aunque en la práctica no hayan hecho nada-, y aquellos que son responsables de construir un sistema tan agresivo contra el medio ambiente (como China, que quema más de 4 mil millones de toneladas métricas de carbón al año, el combustible fósil más sucio y dañino, lo que representa la mitad del consumo total mundial) no se hicieron presentes ni de manera formal; el presidente Xi Jinping se limitó a enviar una comunicación escrita.

Para colmo, el sector privado en divergencia con las organizaciones internacionales, Elon Musk, el hombre más rico del mundo retando a Naciones Unidas -en una clara muestra del porqué la cooperación público-privada no ha sido posible aún-, y una conclusión que plantea más dudas que respuestas: si el futuro de la cooperación en la lucha contra el cambio climático está entre la convergencia de los sectores público-privados, ¿por qué las grandes industrias comerciales que dañan gravemente a los ecosistemas marinos no son sancionadas por los sectores públicos?

Para Andrew Erickson y Gabiel Collings (profesor invitado en el Centro Fairbank de Estudios chinos de la Universidad de Harvard, e investigador invitado sénior en el Instituto Oxford de Estudios Energéticos, respectivamente) la solución no está en la diplomacia, sino en la presión política que ejercen los actores internacionales en función del papel que juegan a nivel internacional.

La agenda climática de China difiere mucho de

Lo que se suponía tenía que ser uno de los eventos más importantes a nivel histórico por la lucha contra el cambio climático, terminó siendo otro encuentro más para hacer lobby político entre presidentes y ministros, la burla de los empresarios privados y la crítica de los activistas que no entienden las dinámicas del sistema internacional.

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Nada más lejos de la realidad; es una muestra más de la hipocresía política y diplomática con la que se abordan estos temas

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático que se celebra hasta el 12 de noviembre en Glasgow, levantó gran expectativa puesto que el objeto de la reunión por primera vez no era buscar soluciones contra el cambio climático (los actores del sistema internacional llevan más de 40 años “buscando” cómo combatir este fenómeno sin ningún resultado tangible), sino evaluar los efectos colaterales de este - divergencias en el sistema económico internacional, crisis sociales y conflictos políticos- y cómo retomar el liderazgo hacia un sistema más sostenible.

Nada más lejos de la realidad; es una muestra más de la hipocresía política y diplomática con la que se abordan estos temas. La mayoría de presidentes que no tienen influencia política fueron a exponer cómo sus gobiernos “han trabajado incansablemente” por la sostenibilidad ambiental -aunque en la práctica no hayan hecho nada-, y aquellos que son responsables de construir un sistema tan agresivo contra el medio ambiente (como China, que quema más de 4 mil millones de toneladas métricas de carbón al año, el combustible fósil más sucio y dañino, lo que representa la mitad del consumo total mundial) no se hicieron presentes ni de manera formal; el presidente Xi Jinping se limitó a enviar una comunicación escrita.

Para colmo, el sector privado en divergencia con las organizaciones internacionales, Elon Musk, el hombre más rico del mundo retando a Naciones Unidas -en una clara muestra del porqué la cooperación público-privada no ha sido posible aún-, y una conclusión que plantea más dudas que respuestas: si el futuro de la cooperación en la lucha contra el cambio climático está entre la convergencia de los sectores público-privados, ¿por qué las grandes industrias comerciales que dañan gravemente a los ecosistemas marinos no son sancionadas por los sectores públicos?

Para Andrew Erickson y Gabiel Collings (profesor invitado en el Centro Fairbank de Estudios chinos de la Universidad de Harvard, e investigador invitado sénior en el Instituto Oxford de Estudios Energéticos, respectivamente) la solución no está en la diplomacia, sino en la presión política que ejercen los actores internacionales en función del papel que juegan a nivel internacional.

La agenda climática de China difiere mucho de la de EEUU - y ciertamente de la de todo el mundo- porque sus legisladores saben que el gigante asiático “es fundamental para cualquier esfuerzo internacional integral para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero”, y usan ese tipo de influencia para promover los intereses chinos en otros escenarios.

Su nivel de influencia es tal, que el propio gobierno norteamericano ha esperado compartimentar políticas en común para cooperar contra los desafíos que supone el cambio climático, aún cuando desde ese gobierno consideran que las competencias en cooperación climática son independientes a otros escenarios donde compiten ambos países, en una clara muestra de disposición política. Pero China no lo ve así: “la cooperación en materia de cambio climático está estrechamente vinculada con las relaciones bilaterales en su conjunto”. En otras palabras, China no tiene intención de compartimentar políticas en materia de cooperación climática, los esfuerzos que haga en esta materia dependerá de cómo se desarrollen las competencias en otras áreas.

En palabras simples, China usa la presión política en otras áreas para que sus intereses fluyan, para luego entonces “cooperar” en materia política. Está más que claro entonces, que ni la diplomacia ni la cooperación internacional salvarán a la humanidad de los efectos colaterales del cambio climático, que los foros internacionales para discutir y abordar estas problemáticas tampoco son productivos si los verdaderos actores están ocupados creando presión internacional para superponer sus agendas e intereses políticos. En palabras simples, ya le hace falta humanidad a la humanidad.

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Su nivel de influencia es tal, que el propio gobierno norteamericano ha esperado compartimentar políticas en común

La de EEUU - y ciertamente de la de todo el mundo- porque sus legisladores saben que el gigante asiático “es fundamental para cualquier esfuerzo internacional integral para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero”, y usan ese tipo de influencia para promover los intereses chinos en otros escenarios.

Su nivel de influencia es tal, que el propio gobierno norteamericano ha esperado compartimentar políticas en común para cooperar contra los desafíos que supone el cambio climático, aún cuando desde ese gobierno consideran que las competencias en cooperación climática son independientes a otros escenarios donde compiten ambos países, en una clara muestra de disposición política. Pero China no lo ve así: “la cooperación en materia de cambio climático está estrechamente vinculada con las relaciones bilaterales en su conjunto”. En otras palabras, China no tiene intención de compartimentar políticas en materia de cooperación climática, los esfuerzos que haga en esta materia dependerá de cómo se desarrollen las competencias en otras áreas.

En palabras simples, China usa la presión política en otras áreas para que sus intereses fluyan, para luego entonces “cooperar” en materia política. Está más que claro entonces, que ni la diplomacia ni la cooperación internacional salvarán a la humanidad de los efectos colaterales del cambio climático, que los foros internacionales para discutir y abordar estas problemáticas tampoco son productivos si los verdaderos actores están ocupados creando presión internacional para superponer sus agendas e intereses políticos. En palabras simples, ya le hace falta humanidad a la humanidad.

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