El Bautismo: identidad y misión cristiana

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

Termina Navidad, empieza la Misión. Con la fiesta de hoy termina el ciclo de la Navidad. Esta tarde, con las vísperas, retiramos ya los símbolos del tiempo navideño y dejamos paso a las semanas de Tiempo Ordinario que precederán a la Cuaresma. En rigor, hoy sería el Domingo primero del Tiempo Ordinario: pero en él siempre se celebra esta fiesta del Bautismo de Jesús. Mañana, sí es Lunes de la 1ª semana.

Terminamos la Navidad con la escena que da inicio a la Misión pública de Jesús: su Bautismo en el Jordán, donde recibe la confirmación oficial de su mesianismo. Del Niño recién nacido pasamos al Profeta y Maestro que nos ha enviado Dios y que va a comenzar su Misión. - Seguimos en clima de Epifanía, de manifestación, con lecturas bíblicas diferentes para cada uno de los tres ciclos dominicales. Puede parecer un tanto brusco este paso de la Infancia de Jesús a su vida pública: pero Lucas no quiere sencillamente narrar cosas, sino transmitir un Evangelio, la Buena Noticia que Jesús mismo era y predicaba. La Palabra de Dios en este Día del Señor nos invita a contemplar y adorar el rostro de Cristo, que San Agustín lo ha presentado así en una reflexión suya: «en aquel rostro nosotros llegamos a entrever también nuestros trazos, los de hijo adoptivo que nuestro Bautismo revela».

Lecturas:

Isaías 42, 1-4.6-7: «Miren a mi siervo, a quien prefiero»

Salmo 29(28): «El Señor bendice a su pueblo con la paz»

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38: «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo»

San Lucas 3,15-16.21-22: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»

El Bautismo: a la raíz de la vida cristiana

Hay muchos momentos importantes y de gracia particular en nuestra vida cristiana en los que captamos, de modo eminente, la acción de Dios en nosotros. Estos momentos los vivimos durante el afto litúrgico y en varias circunstancias de la vida como en la Eucaristía dominical, en la escucha de la Palabra de Dios, en la lectura de la Escritura. Hay también los momentos en los cuales se nos coloca ante las grandes decisiones morales de decir sí o no a Dios, a la honestidad, a la vida. Todos   le dan calidad a nuestra existencia cristiana: nos hacen sentir muy cerca la fuerza de Dios, la responsabilidad de nuestra fe.

Ahora bien, los momentos de nuestra vida que marcan de manera particular la presencia y la acción de Dios en medio de nosotros, que son los sacramentos, tienen un fundamento, una raíz originaria: el Bautismo. El Bautismo es el acontecimiento que funda y determina las etapas de la vida del cristiano; es la explicación y la fuente de todo lo que nosotros hacemos desde la oración a la Eucaristía, hasta el servicio sacerdotal, episcopal, al servicio de la caridad, al dar la vida, si es necesario, por los hermanos, hasta el entregarnos por los que están en dificultad. El bien que se hace y se hará nace de este particular y privilegiado encuentro con Dios que es el momento bautismal. Nos entregamos a Dios aceptando y queriendo que la propia vida sea organizada según el plan de Dios, la mente y el corazón de Dios. Es, pues, un hecho importantísimo, radical, que cambia atmósfera y el horizonte de la vida.

Presentamos los niños a la fuente bautismal porque deseamos que también ellos, como nosotros, «no vivan ya para sí mismos», como dice San Pablo, sino «para aquel que murió y resucitó por ellos». Es decir, vivan una existencia basada en el amor, en la justicia, en la esperanza: experiencia difícil pero maravillosa, si pensamos que el mundo y la sociedad exaltan el interés personal a toda costa, aun en perjuicio del bien de los demás, de la justicia, incluso pisoteando los derechos y la vida de los demás.

Bautismo y promesas bautismales

El Bautismo es el don de la vida misma de Cristo Resucitado en nosotros que nos abre el camino de la vida, la compañía de Cristo, la certeza de que él estará cerca de nosotros todos los días de la vida. Las palabras de Jesús Resucitado al final del Evangelio de Mateo: «He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos», se repiten en el rito. Preparémonos a renovar las promesas bautismales. Son promesas que nos dicen toda la intensidad del don nuestro que debe corresponder a la acción de Dios y que se desarrollan según una doble línea: de renuncia y de profesión de fe. Cristo viene a nosotros en el Bautismo, vive y camina con nosotros, pero nos pide que nos pronunciemos claramente en la historia para cambiarla, tal como su Resurrección cambia el curso de la línea de la muerte en la línea de la vida. Y pide que lo hagamos valientemente: - Con la renuncia a todo lo que en nosotros es aliado de la muerte, a todo lo que es prepotencia y opresión y posesividad apresurada, a todo lo que es egoísmo, deseo de satisfacernos solamente a nosotros mismos, a todo lo que falta de compromiso, derrotismo, desesperación y tristeza.

- Y, además, con una plena profesión de fe. Una fe construida, vivida, alrededor de la figura de Cristo muerto y Resucitado; una fe no solamente profesada con las palabras y viva en el fondo del corazón, sino practicada en la vida, en confrontación con la historia, en los problemas cotidianos, expresada en elecciones valientes de nuestra libertad.

Nuestra conversión es conversión bautismal

Fuimos bautizados en Cristo Jesús, sepultados con él en la muerte, para que pudiéramos caminar en una vida nueva; para que no fuéramos más esclavos del pecado, y de todos los temores que son aliados del pecado: miedo de la muerte, miedo del fracaso, miedo de perder la estimación de los demás, miedo de no ser considerados a la altura de nuestra misión.

Se nos ha dado un espíritu de amor, no de temor ni de esclavitud. Dios mismo es quien nos ha conferido la unción y nos ha dado la coraza del Espíritu en nuestros corazones, gracias a la cual caminamos en la confianza y le damos a Dios el nombre de Padre. Pidamos al Señor que nos conceda a todos la gracia de caminar en esta confianza. Nunca como los que llevan cargas pesadas y casi insoportables y caminan gimiendo, sino como hombres libres, llamados a una vocación entusiasmante, que con la gracia del Señor realizamos con gusto, que vivimos gustosamente ante Dios y ante los hombres.

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