Repartir

Por Benjamin Barne… |
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Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011


Es como oportunamente lo supo hacer el Calculista, ese inteligente personaje de O Homem que Calculava, 1938, de Malba Tahan (Julio Cesar de Melo y Souza) que en el desierto tomó el camello de un amigo con el que viajaba y, pese a su protesta, se lo dio a unos hermanos que se encontraron discutiendo acaloradamente pues no sabían cómo dividir los 35 camellos que habían heredado con la condición de que la mitad fuera para el mayor (17 y medio), la tercera parte para el segundo (11 y un pedazo), y para el último la novena (3 y el resto); con 36 camellos, les dijo el Calculista, serían 18, 12 y 4, y enteros; y al sumar 34, devolvieron el del amigo y el otro quedó para él.

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Si bien 17,5, la mitad de 35, es una cantidad clara; 3,18…, la tercera parte, ya no lo es tanto, y 3,88… , la novena, menos aún; y si hubieran vendido el camello para redondear los 34 fáciles de dividir, la repartición de lo obtenido con su venta se hubiera vuelto a complicar: 17,50 dinares para uno, 3,10 para otro, y 3,88 para el último. Y con 31 camellos serian 17, 11, y 3, respectivamente , pero les sobrarían 4, o sea  2 para el mayor, 1,33 para el segundo, y 0,44 para el último, y entonces el mayor se podría quedar con los suyos pero que los otros se los repartan sus hermanos como puedan aunque presumiblemente no lo lograran.
Además, los 35 camellos con toda seguridad no serían todos iguales, y aunque todos fueran machos, más usados en las caravanas, serían de diferentes edades y tamaños, y por eso unos mejores que otros, y lo mismo si fueran hembras, unas más lecheras que otras; por lo tanto es presumible que el Calculista (como lo haría un rey cualquiera) les dijera que él se quedaría con el mejor de todos para que ellos (los súbditos) no pelearan por el. Tener las mismas características en algún aspecto o en todos (DLE) no es nada frecuente entre los camellos (ni entre los súbditos… ni entre los reyes, de los que no se conoce que los haya habido gemelos idénticos).

El caso es que repartir, es decir distribuir algo dividiéndolo en partes (DLE) se complica si estas tienen que ser equivalentes o, peor, iguales, por lo que, como les había tratado de explicar su amigo el matarife en el matadero del pueblo, no es posible descuartizar un camello en partes iguales: a lo largo una sería derecha y la otra izquierda (como en la política) o una superior y la otra inferior (como en las sociedades) y, transversalmente, una sería de adelante y la otra de atrás (como en los conocimientos) y, además, evidentemente la cabeza no es equivalente al anca, ni una barriga a dos jorobas y ni siquiera estas son iguales entre sí.

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Igualmente hubieran podido vender los 35 camellos y, mucho más fácil, repartir los dinares que reciban, aunque igualmente habría que aproximar, y proceder cada uno a comprar su camellos, incluso a sus propios hermanos que prefieran dinero para gastar a camellos para trabajar. De ahí lo pertinente de aproximar para facilitar las divisiones, aclararlas y evaluarlas antes de proceder a repartirlas; y lo más equitativo es repartir acciones de una propiedad o de una compañía… pero también lo más inestable y siempre hay que recurrir a un Calculista, o este aparece aunque no llegue montando un camello.

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