Explorando la Magia de Valladolid

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


A diferencia de Mérida, la ciudad de Valladolid, más pequeñita, más cuidada, pintada como un loro de colores, te hace sentir en casa. Es fácil ubicarse en la ciudad, no hay cambios bruscos de ambiente en el centro, te sientes seguro/a en todas las calles. Me encantó. Había seguido el consejo de un muy buen amigo para quedarme más días en Mérida que en Valladolid pero a mi no me funcionó esa fórmula. Me recordé la importancia de improvisar, que no siempre sale bien, y que cada vez cuesta más en un mundo cada vez más tecnológico, programado y previsible.

Entre la selva que empieza a perderse por aquella zona para dejar paso a los manglares de la costa, aparece Valladolid.  Una encantadora que me recibió con su arquitectura colonial, aunque cada vez me cueste más decir este término, y calles empedradas que parecen guardar el secreto de la felicidad, vestidas de gala como están con sus flores de colore; bugambilias, hibiscos, no me olvides, magueys, adelfas etc. Además, es hogar de diversos cenotes, verdaderos tesoros naturales con un aire de misterio y de grandeza que te dejan con la boca abierta.

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Los cenotes, son características distintivas del paisaje de la región, se formaron a lo largo de miles de años debido al colapso de cuevas subterráneas que estaban llenas de agua. AGUA DULCE. Según el grado de derrumbe se consideran cenotes cuevas (solo hay un pequeño agujero que conecta con la superficie que es la entrada por lo general), cenotes semi-descubiertos y cenotes al descubierto, que parecen piscinas.  Estos cuerpos de agua cristalina se encuentran enclavados en la selva y presentan formaciones rocosas impresionantes.

Ilusa de mí, al llegar me contaron que los cenotes se crearon a causa del impacto de los meteoritos que cayeron en la tierra y mataron a los dinosaurios, y me lo creí. Sin embargo, me gusta corroborar las cosas así que pregunté, me informé y descubrí que se habían burlado de mí, o quizás quien me lo contó también había caído en la misma mentira. No tengo forma de saberlo. 

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Los cenotes en su tiempo constituyeron un lugar sagrado para los mayas, por la importancia como fuente vida, en los meses secos, que podían duran, y aún pueden, seis meses, sin el agua dulces proporcionada por los mismos hubieran tenido que emigrar a otros lugares para sobrevivir. Por eso los llamaron y porque algunos eran utilizados como centros de ts’ono’ot o d’zonot, que significa “depósito de agua”.

Al llegar, en la noche, en la terraza del hostal, me encontré con Juanca y Thomás, con quienes planeé pasar los próximos días juntos en Playa del Carmen para vivir nuestra fiesta de despedida. Parecíamos ya lugareños, encontrándonos en las diferentes ciudades, planeando actividades por la zona. Ellos me aconsejaron que cogiera una bici y me fuera pedaleando a visitar cenotes. Había perdido el carné de conducir y con él la posibilidad de alquilar un coche. Así que al día siguiente me subí al sillín, más incómodo que un tahurete de bar con una pata coja, y empecé a pedalear los primeros 7 kilómetros que me separaban de mi primer cenote. Las carreteras por las que pasé estaban desiertas, de personas y coches, y me asusté, pero estaba a medio camino, así que seguí pedaleando y confié. Valió la pena, que lugar, que afortunada me sentí. El primer cenote que vi estaba al aire libre y era tan profundo que el color del agua era oscuro. La inmensidad en unos pocos metros. Con ese subidón me animé a pedalear 10 kilómetros más, dejando el problema de la vuelta para reflexionarlo más adelante, no era un problema del presente.  Cuando llegué a mi segundo destino, dos cenotes semi-descubiertos, pensé que estaba invadiendo la intimidad de la naturaleza. Era la misma sensación que cuando entras a una iglesia, a un lugar sagrado, entrar en esos cenotes fue como entrar en un templo, el templo de la madre tierra. Me bañé en silencio, dejando mi cuerpo flotar y vagar sin rumbo. Estoy segura de que me recargaron de energía porque la vuelta no me costó, y eso que nunca había recorrido tantos kilómetros en bici en mi vida.

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Volviendo me percate que ¡Era Navidad! Crucé varios pueblos, donde las calles estaban decoradas con motivos navideños, entre los que había copos de nieve, botas, y otros objetos típicos de la navidad, atípicos del lugar. Era una sensación muy extraña, una navidad a 31 grados, abetos, arboles de frio, sofocándose en ese clima tropical, como yo.

Durante mi estancia en Valladolid, ya me quedó claro que la comida en la zona era distinta, había menos tipos de chiles, pero la comida era más fresca, con más tomate y sopas frías, que con ese calor apetecían. Me encantó tanto la sopa de lima, que les dejo un enlace con la receta (veganizada) al final de este artículo por si tienen curiosidad.

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Seguramente alguno se pregunte, donde esta Chichén Itzá en esta historia, una de las nuevas maravillas del mundo moderno, a tan solo una hora de Valladolid. Pues no está, porque decidí no ir. Pueden echarse las manos a la cabeza, yo lo hubiera hecho en otro momento, pero, aunque no dudo que valga la pena, en esos momentos, valoré otras cosas más, y no me arrepiento. Aprendí durante ese viaje a no hacer las cosas por el simple hecho de “tener que”.

Como bien dijo Octavio Paz, uno de los grandes escritores mexicanos, "La verdadera historia no es sino una historia de viajes". Así que, en cada paso que des, descubrirás una conexión más profunda contigo mismo y con el mundo que te rodea. Valladolid fue un regalo para mis sentidos y una invitación a explorar los caminos que me llevan hacia la autenticidad y el crecimiento personal.

Sopa de Lima

Receta de sopa de lima – Botanical-online

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