Desprendimiento a ejemplo de Jesús

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

Está muy difundida en nuestros ambientes cristianos la idea de que nuestra religión es un puro instrumento moralizante y tranquilizador de las conciencias, a base de unos cumplimientos rituales y la observancia externa de determinadas prácticas o devociones. Si queremos que nuestras Eucaristías dominicales dejen de ser mero cumplimiento de un precepto y deseamos que se conviertan en impulso motor que dé sentido cristiano a toda nuestra vida, es necesario, ya al comienzo de ella, una actitud sincera y humilde de escucha atenta de la Palabra de Dios.

Hoy (Domingo 28 del tiempo ordinario) la Palabra va a hablar de sí misma. Nosotros hemos de acogerla con actitud de conversión. Nuestros pecados son frecuentemente la causa principal que nos impide escuchar la voz de Dios. Hagamos todos un esfuerzo para superar lo que nos separa del Señor y pidámosle perdón por nuestras continuas ofensas. El tema litúrgico de hoy es sobre los valores verdaderos y falsos de la vida. Dejemos que nos forme la Palabra de Dios.

LECTURAS:

Sabiduria 7, 7-11: «Me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso»

Salmo 90(89): «Sácianos de tu misericordia»

Carta a los Hebreos 4,12-13: «La Palabra de Dios es viva y eficaz»

San Marcos 10,17-30: «Nadie es bueno fuera de Dios»

Lo que nos falta

- El fragmento de Marcos es la aplicación de lo que hemos escuchado en el Libro de la Sabiduría y en la Carta a los Hebreos. En este diálogo de Jesús con el joven hay hondura para que cada uno pueda aplicárselo personalmente en toda su extensión. Conviene insistir en la distinción de dos estadios: - a) el cumplimiento de los mandamientos (obsérvese que los mandamientos que cita se refieren sólo a los deberes para con el prójimo...), lo que le sitúa en el ámbito del Antiguo Testamento, en lo programado en el Sinaí; b) y «lo que le falta» y cuya observancia lo introduce en la novedad del Evangelio y en el contexto de las Bienaventuranzas. Observar lo primero -que indudablemente es un deber- no es suficiente para ser cristianos si no nos abrazamos con las exigencias evangélicas. Nos limitaríamos a ser, como dijo alguien, «repugnantemente buenos», nada más, pero no cristianos...

- La enseñanza de Jesús que sigue al abandono del joven rico es suficientemente clara. La máxima dificultad está en el dinero para quienes lo poseen cuando en él «ponen su confianza». La única solución es desprenderse de las riquezas, lo que Jesús califica de humanamente imposible, sólo la fuerza de la fe y el impulso de la Palabra de Dios pueden hacer el milagro. La opción que pide Jesús no se queda en el «mínimo» que propone la ley. Va más lejos. Sólo quien es capaz de dejarlo todo ha comprendido lo que es convertirse a la Palabra.

Ni demagogos ni marxistas

Dios, hoy como ayer, sigue dirigiendo su palabra a los hombres. Lo que nos ha dicho no hay quien lo rectifique, ha penetrado -si se lo hemos permitido- hasta los tuétanos y ha juzgado hasta nuestros deseos e intenciones. Dar respuesta a esta Palabra exige el compromiso personal de superar concepciones cómodas del cristianismo, desfigurándolo; adoptar como propios los criterios evangélicos y esforzarnos, con generosidad y valentía, en convertirlos en la norma de nuestro compromiso personal y social, confiando más en la fuerza de Dios que en nuestros proyectos de hombres.

Para aceptar y vivir la Palabra es preciso haberla descubierto con entusiasmo; es necesario haberse convertido a la Palabra. Sólo entonces se es capaz de dejar todo por seguirla. Sólo así preferiremos la Sabiduría a todo lo demás y sólo así haremos del Evangelio algo eficaz al servicio del mundo y de los hombres. - Ante la fiebre actual en nuestro mundo de tener, de poseer, de acumular y de enriquecerse, nuestra conciencia de cristianos tiene que reaccionar sobre la Palabra de Dios. Entrar en el reino de Dios es difícil, humanamente imposible. Lo dice Cristo que no es precisamente un «demagogo marxista» ni habla de consignas recibidas de un sistema ideológico cualquiera. Y cuando los creyentes: Obispos, sacerdotes o laicos repiten fielmente las palabras de Cristo como cumplimiento de su misión profética, tampoco son revoltosos, subversivos ni demagogos, como insistentemente lo pretenden los sustentadores del poder y de los sistemas establecidos, sino sencillamente cristianos que no quieren ni pueden suavizar ni acomodar las exigencias de la Palabra de Dios. Claro está, que la validez de nuestra palabra será tanto mayor, cuanto más vaya unida a un comportamiento consecuente, a todo nivel.

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

Las recomendaciones de Jesús valen para todos los tiempos, tanto para la gente del tiempo de Jesús y de los tiempos de Marcos, como para nosotros hoy, en el siglo XXI. Son como espejos donde se reflejan lo que es verdaderamente importante en la vida, ayer y hoy: recomenzar siempre de nuevo, la construcción del Reino, renovando la relación humana a todos los niveles, sea entre nosotros, como de nosotros con Dios, como con los bienes materiales.

El testimonio a favor de los pobres, en el Evangelio, era el paso que faltaba en el movimiento popular de la época de los fariseos, esenios y zelotas. Cada vez que en la Biblia surge un movimiento para renovar la Alianza, empiezan de nuevo estableciendo el derecho de los pobres, de los marginados. Sin esto, la Alianza no es posible. Así hacían los profetas, así hace Jesús. Denuncia el antiguo sistema que en nombre de Dios excluía a los pobres. Jesús anuncia un nuevo comienzo que en nombre de Dios acoge a los marginados. Este es el sentido y el motivo de la inserción y de la misión de la comunidad de Jesús en medio de los pueblos, Va a la raíz e inaugura la Nueva Alianza.

Cuando la Iglesia y los creyentes descubren las urgencias de la Palabra de Dios y  se comprometen en las exigencias del Evangelio con todas sus consecuencias, los poderosos del mundo se inquietan, se revuelven y se vuelven contra un catolicismo que se sale de las sacristías y de las intimidades de una vida privada, y lo acusan de temporalizar, de hacer política y hasta de dejarse influir de ideologías marxistas. Pero la Palabra de Dios ahí está y ella nos juzgará. Nosotros como creyentes no podemos tener otra normativa que esa Palabra «viva y eficaz», «más tajante que espada de doble filo», y no podemos aceptar ni tolerar que los poderosos del mundo la deformen a su capricho y la conviertan en suave pero aletargante abanico de plumas de avestruz. No podemos seguir haciendo inútil nuestra misión cristiana con evasiones espiritualistas que desoyen las exigencias de la Palabra.

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