Monarquías en el siglo XXI: el ascenso de Carlos III

Por Jean Nicolás Mejía H |
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Jean Nicolás Mejía H

Profesional Ciencias políticas - Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años,  Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona

 


La muerte de la Reina Isabel II es sin duda uno de lo eventos más remarcables del centenio, no solo por el hecho de ser la monarca que más tiempo ha ostentado la corona británica (70 años), ni porque el simbolismo que representa su figura para la mancomunidad de naciones (commonwealth), sino porque ha influido de manera determinante en la configuración del sistema internacional actual, y su deceso podría representar cambios importantes en el sistema. 

El siglo XX estuvo marcado por Dos Guerras Mundiales, la destrucción de Europa y el ascenso de la “occidentalidad”, mientras dos grandes bloques (capitalismo y comunismo) dividían al mundo, a la vez que construyeron juntos un sistema económico de libre intercambio marcado por las dinámicas propias del comercio internacional: acuerdos multilaterales, pactos sociales y sistemas de integración. La difunta Reina Isabell II fue un eje para la articulación de las metodologías que darían origen -hacia la segunda mitad del siglo- del sistema internacional contemporáneo. 

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La figura de la monarquía  británica en este contexto dista mucho de su desarrollo histórico y de su injerencia en procesos como las conquistas, las colonizaciones y la consolidación del commonwealth, y más bien ha jugado un papel crucial en la geopolítica y en la configuración de alianzas políticas, pero siempre bajo la tradicionalidad que representa la monarquía tradicional; un sistema que es eminentemente patriarcal, opresor, antidemocrático, misógino, racista y que pretende conservar la brecha de desigualdad mediante el mantenimiento del poder ( político y militar) en un pequeño círculo privilegiado. 

Por el contrario, el siglo XXI ha estado marcado por el manifiesto de la reconfiguración de los privilegios de las élites y las oligarquías, de un proceso de emancipación desde diferentes sectores sociales,  y del cuestionamiento de la legitimidad de estas élites ( y de todos los sistemas de  poder) alrededor del mundo, pues el sistema ha adoptado un discurso de igualdad social y la “democratización” pretende transmitir -de manera precaria, pero lo hace- estos ideales. 

Por ello, es consecuente que las figuras monárquicas vengan en picada, no solo por la disyuntiva entre los procesos sociales actuales y lo que estas representan, sino también por los escándalos de corrupción (como el caso de la monarquía española), las brechas generacionales y los altos índices de impopularidad. La muerte de la Reina Isabel II representa el fin de una era y con ello vienen nuevas oportunidades y retos, que asume su hijo, el Rey Carlos III.

Para Max Foster, periodista de los círculos íntimos de la realeza británica, y quien ha acompañado al heredero al trono durante muchos años, la figura de Carlos puede ser propicia para una reconfiguración de las lógicas monárquicas. Según Foster, para las élites británicas la figura de “príncipe de Gales” solo es un pase VIP a la corona y a la vida de lujo que proporciona la realeza, pero Carlos la ha transformado en un papel importante y lo ha asumido con destreza y dedicación. 

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Bajo el rubro de príncipe y heredero al trono, se ha preocupado por comandar la nueva era de beneficencia y el apoyo transversal de las élites a los más pobres y necesitados, canalizando estas ayudas mediante el establecimiento de fundaciones -como The Prince 's Foundation-. De hecho, en un discurso dado por él en el Foro Económico Mundial de 2020, celebrado en Suiza, atinó a decir: "¿Queremos pasar a la historia como las personas que no hicieron nada para sacar al mundo del abismo a tiempo de restablecer el equilibrio cuando podríamos haberlo hecho? Yo no quiero". 

A la vez que también ha manifestado un importante interés en la lucha por el cambio climático -ha sido la figura de la monarquía británica que se ha manifestado a favor de la protección de los ecosistemas en  repetidas ocasiones- (hecho que le ha valido críticas en sus círculos), Carlos entiende que las tareas propias de la familia real van más allá del establecimiento y la conservación de la élite y del poder, y que puede usar las herramientas propias de un monarca de su estirpe para propiciar cambios importantes. 

El reto del nuevo Rey de Gran Bretaña y del Reino de Gales ( y jefe de estado de los 14 países de la commonwealth) es mayúsculo, pues tiene la tarea de reconciliar los procesos de emancipación propios del siglo XXI con la tradicionalidad que su propio puesto representa -como Rey-, de impulsar una nueva era en las monarquías del siglo XXI y tal vez reconciliar un sistema social que está fracturado y que ya aborrece a las élites y los mecanismos que usan para conservar sus privilegios. 

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