Quintero, el genio del River campeón de la Libertadores

Por Redaccion |
398

Le tocó arrancar en el banco de suplentes, como tantas veces, y mirar el primer tiempo desde allí, como tantas otras, hasta que le dijeron que entrara, y debieron pedirle que resolviera, que hiciera alguna genialidad de las suyas, que los salvara, que por favor los guiara para ganarle a Boca Juniors, que les diera la Copa Libertadores, y Juan Fernando Quintero debió decirles a todos que estuvieran tranquilos, que confiaran en él, porque sacó un remate que debió imaginar mientras esperaba sentado, y fue un golazo, y de su mano, o de su pequeña zurda, hizo lo que le pedían los cientos, los miles, los millones de hinchas de River Plate.

Si el Santiago Bernabéu es el estadio del glamour, la final de la Copa Libertadores necesitaba un crac elegante, de esos que se visten de traje para jugar. Quintero, que entró al minuto 12 de la parte final, recibió la pelota cerquita del área. No se sabe si pensó primero en la potencia y luego en la ubicación, o si fue primero la ubicación y luego la potencia, el caso es que le puso su zurda y la pelota se elevó, y fue a la frontera que separa el gol del lamento, y acarició la base del travesaño, donde el arquero no iba a llegar ni con resortes, y cuando rozó la red, el mundo supo que el Bernabéu también podía temblar. Lo hizo posible un pequeñito de 1.68 metros de estatura, un colombiano.

“No pensé más. Vi que Camilo (Mayada) me la dio, busqué el espacio, controlé y pateé. Fue un bonito gol que nos sirvió para comenzar con la idea de ganar el título. Ahora hay que celebrar”, dijo Quintero este domingo, con la bandera de Colombia amarrada como una capa, la capa de héroe. 

Los goles de Quintero serán importantes o no serán. Siempre son bellos, siempre definitivos. Esta vez su gol valió una Copa Libertadores, porque anotó cuando iban 1-1, cuando Boca lucía con más restos, cuando River jugaba como si en serio no quisiera agredir a su rival, cuando ya iba el primer tiempo suplementario de una final que se negaba a terminar algún día, cuando los hinchas de River destrozaban sus nervios y los de Boca amarraban sus corazones. El remate de Quintero lo vio Europa, lo vio el Mundo, lo vio Messi en un palco, lo vio James en la tribuna, lo vio Falcao a la distancia –con la camiseta de River puesta–, lo vio el presidente de la Conmebol, el de la Fifa, el del Real Madrid, lo vieron los violentos que hicieron aplazar la final, lo vieron los hinchas que se quedaron en Buenos Aires, lo vio Colombia entera.

“Sabíamos que Boca era un equipo táctico y con despliegue físico cuando recupera el balón. Sin embargo, nosotros trabajamos el partido hasta el final, ahí fue en donde marcamos diferencia y somos merecedores del título”, dijo Quintero, que no contento con su hazaña, gestó el tercer gol, cuando el arco de Boca estaba desprotegido.

Los goles que cantan

Muchas cosas han pasado en la vida de Juan Fernando Quintero y solo tiene 25 años. Ya ha estado en dos mundiales, el de Brasil y el de Rusia, ya jugó en Europa, en Pescara de Italia, en Porto de Portugal, en Rennes de Francia. Ya ha subido y ha bajado, porque su constancia no ha brillado como sus pases. En 2017 le tocó volver al país, al Independiente Medellín, para tomar un segundo aire en el fútbol. Luego fue a River Plate y cuando llegó le dijeron que estaba gordo. Con 25 años lo vieron como a un exjugador, sin imaginar que les daría un gol que vale una Copa Libertadores, y contra Boca. 

De pequeño le decían Quinterito –aún le dicen así algunos–, quizá porque era el más pequeñito del barrio, en la Comuna 13 de Medellín, donde nació, creció y vivió su infancia. Quinterito, le decían para pedirle la pelota, porque desde niño lo suyo ya era jugar fútbol. Fútbol y disciplina, por rigor de su mamá, Lina Paniagua, que fue la primera que le exigió que se entrenara; fútbol como lo jugaba su papá, Jaime Quintero, al que no llegó a conocer, porque cuando tenía dos años, desapareció del barrio El Socorro, en la comuna. Sus familiares dicen que fue una desaparición forzosa y llevan 23 años buscándolo. El papá de Quintero, dicen, jugaba fútbol, de 10, y que era muy bueno, y quizá de ahí viene el talento de Quintero, que eligió el fútbol en un entorno hostil. Y eligió bien.

Él mismo dice que su elección lo salvó de la delincuencia, de los peligros, de la noche. Mientras algunos muchachos de su edad delinquían, él jugaba, jugaba todo el tiempo. Su adicción fue el fútbol. Su mamá y sus familiares más cercanos, tíos y abuelos, lo impulsaron en su deseo, lo llevaron a su primera escuela de fútbol, que era la del tío Freddy, y allí él jugaba de titular, no porque su tío fuera el entrenador, sino porque lo merecía, y todos lo vieron jugar con niños más grandes, y después lo vieron haciendo gambetas en el Pony Fútbol, con otros niños más grandes, y en un parpadeo ya estaba en el Envigado, y debutó en el fútbol profesional con solo 17 años –cuando aún era Quinterito–, y la gente lo ovacionaba y lo pedía en la cancha, y en uno de sus primeros partidos le fracturaron tibia y peroné, y no se detuvo, y regresó, y saltó al Nacional, y al siguiente año fue a Europa y desde entonces ha hecho todo lo que ha hecho. Todo lo que le gusta hacer, que no es solo jugar y hacer goles. 

Quintero hace otras gambetas, las de cantante, y no cantante de sus propios goles, sino de reguetón, porque esa es otra de sus facetas, por eso hace colaboraciones con sus amigos aristas, sale en videoclips, canta, va a conciertos y a rumbas, y se viste con gorras de medio lado, collares y pantalones anchos, y es íntimo de Maluma, el artista colombiano que es su amigo de infancia, y nada de eso le quita su talento en la cancha, allí donde sus goles son los que cantan.

De suplente a héroe

Hace solo seis meses Quintero empalmó la pelota con esa misma zurda, en un tiro libre rastrero frente a Japón en el Mundial de Rusia. El balón fue por debajo de la barrera, a un ángulo, y fue gol. Aunque Colombia perdió ese partido (1-2), Quintero se llevó los aplausos, por ese tanto, por su juego, por esa picardía que tiene en cada amague, en cada pase preciso, como cuando se junta con James –que también es su amigo de infancia–, aunque James es el titular de la Selección y Quintero espera, como esperó en River. 

El técnico Marcelo Gallardo llegó a afirmar que Quintero era un arma en momentos claves del partido, y sí, cuando el colombiano entra, no hay defensa que lo agarre, y quizá por eso lo guarda, como un arma letal. Y José Pékerman, el extécnico de Colombia, le dijo en pleno Mundial, ‘Juan, sos un crac’, y sin embargo, también era su suplente. 

“Somos 25 jugadores en este plantel –dijo este domingo, ante la inevitable pregunta de su suplencia–. Los 11 que van a jugar y los que entran deben estar preparados para dar lo mejor de sí”.

Y el lo hizo. Llegó a la final desde el banco para anotar ese gol, y para gestar el tercero con otra genialidad, y para poner a temblar el Bernebéu, y para decirle a todo River Plate, tal vez con el mismo ritmo con el que canta, ‘tranquilos que aquí estoy yo’.

 

Búsqueda personalizada

Caliescribe edición especial