Soy Yo, no tengáis miedo

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

En el evangelio de este domingo - 19 del tiempo ordinario- 13 de agosto´´- encontramos a Jesús, como tantas otras veces, orando a solas a su Padre. Ora después de haber despedido a la gente. Ora mientras sus discípulos atraviesan el mar hacia la otra orilla. Ora mientras, en su travesía, la barca de sus seguidores va siendo zarandeada por las olas. Ora mientras va ocultándose la luz y cuando ya está bien entrada “la noche”.

No sabemos el contenido de la oración de Jesús, pero es en ella y por ella que se va disponiendo siempre a lo que viene. Hoy, va al encuentro de los discípulos en medio de la noche, las olas y el viento, es decir, en medio de todo aquello que atenta contra la paz, la confianza, la estabilidad. Jesús sale al encuentro de los suyos y “camina” sobre aquellas realidades que pueden resultarnos amenazantes.

Sin embargo, no siempre estamos a tiempo para distinguir su presencia en medio de nuestras oscuridades y tenemos que hacer un ejercicio de discernimiento, de limpiar la mirada y abrir el corazón para descubrir su voz invitándonos a no tener miedo. ¡Pero esto no nos basta! Tan necesitados como somos de constatar su Presencia, sobre todo en los acontecimientos difíciles de nuestra vida, le pedimos “una prueba de que es Él”: «Señor, si eres tú mándame ir hacia ti sobre las aguas», exclamó un Pedro incrédulo.

En cualquier caso, toda invitación de Jesús lleva consigo una puesta en movimiento de nuestra parte, un ponernos en camino hacia Él para encontrarnos, descubriendo su presencia y su voz en las diversas circunstancias de nuestra vida.

LECTURAS:

Lectura del primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a
“En aquellos días, cuando Elías llegó hasta el Horeb, el monte de Dios, se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor, que le dijo:..

Salmo 84,  R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 9, 1-5:   “Digo la verdad en Cristo, no miento —mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo…”
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 22-33 ;Jesús les dijo enseguida: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

Reflexión del Evangelio de hoy

El evangelio de este domingo nos ofrece pistas muy sugerentes para la vida de seguimiento, para el cultivo de la interioridad y para descubrir el sentido de la oración creyente. 

El cultivo de la interioridad

La perícopa de este domingo puede servirnos perfectamente de imagen de la dinámica de la vida interior y del necesario cultivo de nuestra interioridad. La interioridad es hondura, profundidad, dejarle al Espíritu escrutar nuestro fondo; implica también estar a solas, experimentar, como Jesús, la soledad de la propia vida y la unicidad inherente a ella, sin que por esto nos apartemos de compartir la común humanidad con los demás que es acogida y acompañada siempre por Jesús.

Guiados por el relato evangélico, cultivar esta interioridad demanda a los otros, con sus vidas y afanes, saber ocuparnos de los demás, como Jesús, saber estar en sus vidas y saber “despedirlos”. Pero también la interioridad implica atravesar las dificultades con otra mirada, una mirada creyente que nos permita descubrir la presencia de Jesús en nuestra vida, no como un fantasma, sino como el verdadero Hijo de Dios que nos tiende la mano cuando la adversidad amenaza con hundirnos en el miedo.

Al seguir a Jesús ¿no me zarandea la vida?

Es una constante en toda vida humana y, por tanto, cristiana, que se encuentre atravesada por diversas circunstancias que van desde las experiencias más sublimes hasta aquellas que nos hacen tambalear las convicciones personales, el sistema de valores, la fe puesta en la Buena Noticia… Jesús sabe que esas realidades pueden tocar a nuestra puerta, con menor o mayor frecuencia.

Seguirle no supone que dichas experiencias no llegarán a nuestras vidas o que somos asépticos a las dificultades. Muchas veces forma parte del imaginario creyente de no pocos hermanos en la vida eclesial, pensar que con Dios y en Él nada puede pasarnos. Pero esto no es real, de hecho, el testimonio de los profetas, de María y los apóstoles atestigua que el curso normal de la vida con sus cuotas de dolor y alegría, de tristezas y esperanzas, es compartida por todo seguidor de Jesús.

Por otro lado, no siempre llega el Señor en el modo que lo esperamos para indicarnos qué hacer o para calmar inmediatamente nuestros gritos desesperados por el miedo, nuestro desconcierto ante el mal que parece arroparnos. No actúa Jesús en nosotros como una madre primeriza que sale corriendo al primer llanto de su hijo, aunque ciertamente, Jesús llega, y está presente en la barca de nuestra vida, de la Iglesia, animándonos a atravesar la realidad con una mirada creyente, confiada, anclada nuestra fe en la Palabra dada.

Este ejercicio de fe, de fiat, puede resultar de un alto calado pedagógico en nuestro seguimiento de Jesús, pues seguirle supone recordar no solo que Él sale a nuestro encuentro, sino que también nos envía (vayan a la otra orilla) y el envío lleva, de suyo, el ejercicio de la libertad personal y comunitaria, comprende el ensayo y error que supone ir adentrándonos en el misterio revelado, en la profundización de la verdad, en la búsqueda de lo plenamente humano; la libertad de creer o no, de fallar en nuestra constancia y de volver a elevar la vida para que su presencia la sostenga cuando las dificultades nos llegan al cuello.

Cuando Jesús penetra en nuestras realidades difíciles puede costarnos, como a los discípulos, distinguirle con claridad o confundirle con otra cosa — es un fantasma, se dijeron los discípulos en la barca —, sin embargo, nos permite identificarle porque su presencia cuestiona nuestros miedos y nos invita a vivir desde él. No en vano, en diferentes ocasiones Jesús llama a los suyos a no tener miedo porque Soy yo.

El sentido de la oración

De entrada, el título hace suponer que la oración deba cumplir algún sentido, pero este diálogo con Dios Padre a través de Jesús es uno de los actos de mayor gratuidad que los creyentes podemos cultivar en nuestra vida cristiana. Dicho esto, en el evangelio de hoy no se percibe que la oración de Jesús “sirviese para algo”. Él solo se retiró a orar y tardó largo rato en diálogo con el Padre, tratando de amor con quien sabía que le amaba, por parafrasear las palabras de santa Teresa de Jesús.

Los evangelistas presentan con frecuencia a Jesús orando en soledad o en la noche y esto es muy característico de su relación con el Padre. Este modo de orar de Jesús denota una profunda intimidad y sugiere la necesidad de disponernos por entero al trato agradecido con Dios por el bien que recibimos de Él cotidianamente.

Jesús acaba de estar con la gente, de compartir con ellas su mensaje, de entregarse como sabía hacerlo y, ahora, en ese momento de silencio y soledad en el monte, antes de ir tras los suyos, se deja en la compañía de Dios. La oración de Jesús parece estar cargada de disponibilidad personal que brota de su interior y de agradecimiento.

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