Cómo seguir a Jesús

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

 

Todos sabemos que la vida está llena de dificultades. El sufrimiento y la alegría, los días felices y los días aciagos van entretejiendo nuestro discurrir por este mundo. Pero, ni el pesimismo destructor, ni el optimismo irrealista son actitudes válidas para quien desea seguir los caminos de Dios. La reunión del domingo tiene que ser para nosotros un encuentro gozoso con Cristo, quien nos salva precisamente a través de la cruz, y nos invita a comprender el sentido del dolor y la alegría, de la lucha y la esperanza. Nos sucede a los hombres que, muchas veces, sólo recurrimos a Dios en la dificultad o huimos de la prueba, o falsificamos la realidad cuando es dura. La Palabra de este Domingo(24 del tiempo ordinario) nos invita a corregir nuestra posición ante el dolor y el sufrimiento.

LECTURAS:

Isaías 50, 5-9a: «Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo?»

Salmo 115(114): «Amo a Señor porque inclina su oído hacia mí»

Carta de Santiago 2, 14-18: «¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras?»

San Marcos 8, 27-35: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»

El camino del seguimiento

La comprensión total del seguimiento de Jesús no se obtiene por la instrucción teórica, sino por el empeño práctico, caminando con Él a lo largo del camino del servicio, de la Galilea a Jerusalén. Quien insista en mantener la idea de Pedro, o sea, la del Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá y no alcanzará a asumir el comportamiento del verdadero discípulo. Continuará siendo ciego, cambiando gente por árboles. Porque sin la cruz es imposible entender quién es Jesús y qué significa seguir a Jesús. - El camino del seguimiento es el camino de la dedicación, del abandono, del servicio, de la disponibilidad, de la aceptación del dolor, sabiendo que habrá resurrección. La cruz no es un accidente del recorrido, sino que forma parte del camino. Porque en el mundo, organizado a partir del egoísmo, el amor y el servicio pueden

existir sólo crucificados. Quien da la vida en servicio por los demás, incomoda a los otros que viven prendidos de los privilegios, y sufre Nuestra respuesta personal comprometida No nos basta tener una respuesta más o menos acertada derivada de nuestros estudios o lecturas referentes al Señor. Es sobre todo en lo concreto de la vida donde se conocen los verdaderos discípulos y seguidores del Señor. San Pedro lo fue cuando, reconciliado con el Señor, luego de sus vacilaciones como nos dice el texto de oy, o más adelante, de su misma negación, asumió el papel de apóstol y de jefe de la Iglesia. Recorrió los caminos del Imperio, predicó a Jesucristo, vivo entre los hombres; en su nombre se recogieron enseñanzas que hoy tenemos en el Nuevo Testamento y finalmente dio la vida por el Señor. Lo hacemos cuando vamos más allá de la simple aceptación de la palabra del Señor. Cuando la persona del Señor nos habita y nos impulsa a ser, con obras de servicio y de solidaridad, auténticos en nuestra fe de cristianos, solo entonces podemos darle nuestra propia respuesta.

Quién soy yo para ti, para el mundo...

Somos los discípulos del Señor en el mundo de hoy. Escuchemos a Jesús que nos dice a cada uno «¿Quién soy yo para ti, para el mundo?»... y espera de nosotros una respuesta no aprendida en libros, no escuchada de labios ajenos, sino brotada del corazón. Llevamos en lo íntimo de nosotros más de una esperanza, quizás equivocada, respecto de Jesús. Partiendo de nuestras condiciones, en ocasiones duras y difíciles, cuanto quisiéramos soluciones fáciles e inmediatas. Pero preguntémonos no qué quiero yo y cuales son mis proyectos sino qué quiere el Señor de mí en la experiencia que vivo.

El Señor quiere escuchar nuestra voz y también nuestro lamento. Nos dio ejemplo de ello en el curso de su vida terrena. Pero también quiere de nosotros una actitud confiada, de hijos que se saben amados por el mismo Dios. Que nuestros proyectos coincidan con los del Señor y no que los proyectos de Dios coincidan con los nuestros. Que sepamos leer la significación de un momento en el contexto total de nuestra vida, dentro de la comunidad de hermanos que se llama la Iglesia e incluso en el marco más amplio de toda la humanidad.

Que tengamos la valentía de decirle al Señor lo que en una ocasión le dijo Pedro, el primer jefe de la Iglesia: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».

Cuestionamiento personal

No eludamos el cuestionamiento personal que el Señor nos hace hoy. Enfrentémoslo con claridad, con verdad, con humildad. Leamos nuestra vida de hoy, personal, familiar, comunitaria desde ese interrogante: Quién dices tú que soy yo. Preguntémonos hasta donde ha calado en nuestro interior esa palabra, qué cambios ha producido en nosotros, qué comportamientos nos está pidiendo hoy. De esa palabra dependen nuestras decisiones y orientaciones en el mundo en que vivimos.

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