CALI, salsa, calor y magnetismo

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Qué responsabilidad escribir sobre ti para una revista que lleva tu nombre, para una gente que lleva tu sangre, tu cultura. Eres mucho más que la capital del Valle del Cauca o que la capital Mundial de la salsa como muchos te apodan. Eres una identidad, eres fuerza y persistencia, eres salsa y atolondrada, eres brisa en la sierra, eres arte y tradición, pero, sobre todo, eres auténtica. 

No se puede decir que fuera amor a primera vista, no eres de esas ciudades que encandilan al turista nada más llegar, pero sabes cómo ganarte el corazón de la gente poco a poco.

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Me quedé más días de los que pensaba, porque estaba cansada de cambiar de cama cada dos días y porque quería conocer todos los lugares donde mi amiga Laodice de Francia había estado durante su año en Cali. Además, quería hacer alguna excursión al parque nacional natural Los Nevados por lo que me asenté en Cali para ver si salía algún grupo aquellos días. No fue así, por lo que sustituí las botas de montaña por zapatos y los bastones por copas, y me entregué a la noche caleña y al calor de la ciudad.

Las primeras dos noches las pasamos María y yo en el barrio del Centenario, pero era muy tranquilo así que nos cambiamos al barrio de San Antonio. Conocimos unos mexicanos de Yucatán en el autobús de Armenia a Cali, que acabaron siendo nuestros compañeros de noche, con quienes empezamos por una copa en la Topa Tolondra, y acabamos viendo el amanecer en algún mirador de un parque natural…………. Nos juntamos con un grupo de caleños, amigos de la infancia, que nos enseñaron la ciudad a vista de pájaro, con sus luces en la noche y sus colores en el día. Fueron más noches que días, aunque también hicimos algo de turismo.

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Paseamos por las calles del barrio de San Antonio y disfrutamos del atardecer desde su capilla, que te brinda una panorámica de la ciudad justo cuando la brisa del pacífico abraza la ciudad. También fuimos a saludar al gato de Río y sus novias, entramos en la iglesia La Ermita, hicimos un tour guiado donde probamos la bebida de caña de azúcar y el chontaduro, cuya textura y sabor me recuerdan a la de una batata hervida. Pudimos ver como trabajaban en La linterna, una imprenta manual que ha sabido reinventarse a lo largo del tiempo y ahora se acerca más al trabajo de un artista que al de un profesional técnico.

Pero de todo ello, lo que más vívidamente tengo grabado en la mente es el sonido de los güiros, de las campanas, la sonrisa de la gente bailando, sus frentes sudadas, los tragos de guaro, el calor de la sala, los saltos, ¡Las acrobacias!. Porque me quedó claro que la salsa caleña NO es salsa cubana y la gran diferencia es que la primera es la salsa más rápida del mundo, y doy fe.  Quien la baila no pisa el suelo, se desliza a través de él.

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María y yo bailamos en muchos lugares, el Mamut, Donde Fabío, Punto Baré , en la Pérgola, una discoteca impresionante y para muchos la mejor del país. También conocimos a mucha gente, todo el mundo era amable, simpático, acogedor, y nos integraron en sus círculos, nos hicieron querer la ciudad.

Una noche, más concretamente un jueves, estábamos paseando por el Bulevar del Río, con un helado, cuando empezamos a ver gente y más gente, hasta llegar a la denominada “Calle del Sabor”, donde pensábamos que se estaba celebrando algo. Nos enteramos entonces de que cada jueves, después de que se “acabara” el Covid, decenas de personas se dan cita entre aquellas calles para disfrutar de distintos ritmos salseros. ¡La salsa salió a la calle!

Durante el tour guiado nos contaron que la ciudad de Cali había sufrido mucho a raíz de la pandemia, que se trataba de una ciudad en pleno crecimiento y que el encierro le había costado a mucha gente su empleo por lo que aún se notaban los estragos en la población y la ciudad estaba intentando levantar cabeza.

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Confieso que fue la ciudad que más inseguridad sentí. En la carrera 5, una de las calles troncales de la ciudad, el ambiente es pesado, hay bastante gente en la calle y mucha bajo los efectos del alcohol. Las consecuencias de una crisis social. Una tarde un hombre nos aconsejó cambiar de calle, algo que no me había pasado antes en Colombia. Sin embargo, no sería justo que me quedara con esa imagen de Cali, ni que la transmitiera, porque no me pasó nada y pasé más días y salí más que en otras ciudades.

Y si hablo de sensaciones, también debo decir que encontré la ciudad bastante reivindicativa, con proyectos artísticos y sociales muy interesantes. Y aunque lo que voy a decir parte de una ignorancia total de la situación, entiendo que esto puede tener relación con la cantidad de población afrodescendiente que allí vive. La diversidad motiva la tolerancia, la empatía y la lucha por la igualdad.

Esa sensación me resonó cuando estuve por casualidad y para mi suerte en la sesión de micrófono abierto que los domingos se celebra en la Sonora, casa cultural. Allí pude disfrutar de un montón de músicos, locales e internacionales que salieron a improvisar y hacernos disfrutar de su arte sin tapujos y sin filtros, permitiendo que cualquier persona se expresara.

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Fue una noche mágica.

¿Razones para enamorarse de Cali? Sobran, pero su cálido clima y su gente aún más cálida para mi fueron su principal encanto.

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