El dinamismo del Reino

Por Héctor de los Ríos |

Vida Nueva

De nuevo, nuestra presencia en la celebración del Domingo es expresión de nuestra fe. En la celebración escuchamos la Palabra de Dios y participamos en la Fracciòn del Pan. Así fortalecemos nuestra fe y vamos colaborando para que la semilla del Reino, sembrada en nosotros, llegue a dar su buena cosecha, como nos enseña el Evangelio de este Domingo, 11 del tiempo ordinario.

Lecturas:               

Ezequiel 17, 22-24: «Todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor»

Salmo 92(91): «Es bueno dar gracias al Señor»

2 Carta de san Pablo a los Corintios. 5, 6-10: «Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo»

San Marcos 4,26-34: «La semilla germina y crece sin que el agricultor sepa cómo»

El valor de las cosas pequeñas.

Tres enseñanzas importantes que encontramos en el Evangelio de hoy:

a) Lo normal son las cosas pequeñas

Estamos acostumbrados a ver y escuchar a personajes famosos y ricos; a que se hable de proyectos y resultados importantes y fascinantes; de grandes cambios para transformar el mundo; grandes problemas que nos desbordan, pero que hay que acometer. Ante todo eso nos sentimos, por eso, pequeños, individuos pobres, impotentes. El Señor nos advierte que los grandes proyectos y los grandes protagonistas son la excepción. Lo normal son las cosas pequeñas como el grano de mostaza. Eso es lo que conforma nuestro vivir diario. No podemos hacer cosas grandes y excepcionales, pero podemos hacer que nuestras obras pequeñas, cotidianas, estén llenas de bondad.

Podemos ser sembradores de amor, de ilusión, de solidaridad, perdón, alegría, esparciendo las innumerables semillas de bondad en nuestro entorno. Si todos hiciéramos lo mismo cambiaríamos el mundo con más fuerza y energía que las grandes empresas.

b) Nos parece que eso no sirve para nada.

Nos cansamos de ser buenos y de que todo siga igual. Tenemos prisa en ver los resultados de nuestro trabajo y nos parece que todo depende de nosotros, y nos sentimos frustrados si no salen las cosas como nos parece a nosotros. Nosotros hemos de ser como el labrador que siembra, pero que sabe esperar y contempla, como a su tiempo, la semilla crece y da fruto. Eso es una forma de humildad, de paciencia, y confianza. Hemos de saber esperar y dar tiempo al tiempo; saber confiar en que el Señor es el que hace crecer y que el tiene mas empeño que nosotros en cambiar el mundo y los hombres. Hemos de estar convencidos de la fuerza transformadora del Espíritu y dejar que todo transcurra según el tiempo de Dios.

c) La salvación es universal para todos los hombres:

Los pájaros pueden anidar en el árbol en el que se ha convertido la mostaza. Nosotros ponemos freno a la universalidad de Dios cuando decimos: «A ese no», y la distancia que margina impide que a ése o a ésos les llegue la semilla de la bondad. «A ese no», y no vemos lo bueno de cada hombre. Hemos de colaborar con el bien, venga de donde venga, porque todo lo verdaderamente bueno viene de Dios. Hemos de acoger a todos y no marginar ni excluir a nadie de la acción de Dios. Que sepamos valorar las pequeñas acciones hechas con amor. Que aprendamos a ser pacientes y dejemos actuar a Dios. Que dejemos actuar al Espíritu para que demos frutos de buenas obras, que colaboren en la construcción del Reino y a la transformación del mundo.

El árbol frondoso

Desde Natán los Profetas mantienen viva la esperanza del Rey Davídico, del Vástago de David que establecerá en la tierra el Reino Mesiánico. Esta profecía de Ezequiel nos lo confirma: Ezequiel, testigo del mayor desastre de la Historia de Israel, ve el árbol real de David caído en tierra, destrozado por los leñadores: «La Casa de David era árbol frondoso. Mas fue arrancado con furor, abatido en tierra. Se secaron sus ramas. Las devoró el fuego. - No queda una sola rama fuerte, ni un cetro para reinar». Nabucodonosor arrasó la ciudad de Jerusalén con su Templo y Palacio Real. Deportó a Babilonia toda la familia davídica. Pero pronto la elegía de Ezequiel se trueca en canto de gozo. Dios toma un vástago de la familia davídica: «Y lo plantaré Yo mismo sobre un monte alto y excelso. Sobre la montana elevada de Israel, y lo plantaré; y dará fruto; y se hará cedro majestuoso; y se acogerán a él todas las aves de toda pluma; y morarán a la sombra de sus ramas. Yo, Yahvé, lo he dicho y lo cumpliré». En el plan de Dios el dolor, el destierro, la humillación van purificando de adherencias de terrena grandeza y poder la esperanza del Rey Mesías, El Hijo de David no fundará un reino terreno, sino el Reino de Dios. Jesús aprovecha esta profecía de Ezequiel para explicarnos el Reino de los cielos que El ha venido a fundar: «Es semejante el Reino de los cielos a un grano de mostaza...». - Cristo, Vástago de la Raíz de David (Ap. 22, 16), es el árbol gigante que cobija a  todos los hombres y a todos nos nutre.

Nuestro compromiso hoy

Ayer como hoy, la Iglesia tiene la tentación de renunciar a su misión. Unas veces huye de la realidad; otras veces busca seguridades humanas: dinero, concordatos, alianzas con los poderosos. Con frecuencia cree agradar a Dios con oro y plata, con aparatosas manifestaciones, con complicados ritos... Pero a Dios no le interesa nada de esto. Nos juzgará por lo que hayamos hecho en favor o en contra de la misión verdadera y de la verdad del evangelio.

Las insistencias léxicas del texto son «en la tierra», «simiente-sembrar» y «frutos»: - la fe debe vivirse «con los pies en la tierra», atentos a y comprometidos con la realidad; y en esa realidad concreta, en esta realidad de inequidad e injusticia social, de corrupción y de violencia, de pérdida de los valores, de ideologías manipuladoras e alienantes, de relativismo moral e intelectual, saber poner la simiente del Reino, la presencia de Jesús y de Dios con toda nuestra decisión, confiando no sólo en nuestro trabajo sino también (y sobre todo) en la providencia de Dios; así, hasta llegar a dar frutos para que el Reino sea una experiencia dichosa sobre todo para aquellos cuya vida está más empobrecida, empequeñecida, amenazada.

La opción de la Iglesia por la Misión evangelizadora no es otra que la opción por el evangelio, por el anuncio humilde y fiel de la Palabra de Dios para provocar la conversión de corazón de los hombres. Según la Palabra de Dios, esta tarea exige a la Iglesia: Renunciar a la apariencia externa, a las alianzas con los poderes del mundo, al éxito humano, a lo simplemente ritual, a poner la meta en el numero de adscritos, a no tener en cuenta la Palabra de verdad y de justicia que germina en tantos corazones sinceros. Exige, igualmente, humildad de medios, reconocimiento de su impotencia, confianza en Dios, constancia en la lucha, paciencia en la realización de la tarea... La Iglesia vuelve a ser «resto». Es un nuevo comienzo para que la semilla se haga árbol grande, autentico, con frutos verdaderos. El reducto no es el ideal. Tampoco puede ser la excusa. Muchos que se van no son los que sobran, sino los que hacían falta. Pero no se les acoge. La evangelización es una llamada a la autenticidad de la conversión y de la misión en el mundo, según el Evangelio.

La Fe es un don

El verdadero creyente ha de pensar siempre que su fe no es una adquisición que se conserva, sino un don de Dios que necesita crecer y extenderse. Podemos engañarnos pensando que tenemos verdadera fe, porque cumplimos con una serie de requisitos religiosos o de ritos.  nuestra fe no es autentica si, junto a esto, no existe la conversión profunda y radical por la verdad del Evangelio, por Cristo. Podemos ser cristianos bautizados, pero aún no plenamente convertidos. Vamos a examinar en estos momentos nuestra concienciay a pedir perdón por la mediocridad de nuestra opción cristiana...

Iglesia misionera

Nadie ignora hoy los cambios que, con una u otra intensidad, se están verificando en la Iglesia, tanto a nivel de autocomprensión, cuanto a nivel de configuración o estructuración externa. Uno de estos cambios es el así llamado «paso de una Iglesia de cristiandad a una Iglesia de evangelización» (misionera). Diversos aspectos lo manifiestan: antes los cristianos éramos más numéricamente, hoy somos menos; antes se consideraba que todos los bautizados eran verdaderos creyentes, hoy se constata que no por estar bautizado hay que presuponer la fe; antes la tarea primaria de la Iglesia era «sacramentalizar», hoy es «evangelizar» para convertir, no ya a los que no pertenecen a la Iglesia, sino a los mismos bautizados; antes se daba prioridad a lo institucional, hoy a la vida; si todo estaba antes centrado en el culto y los ritos, hoy todo se centra en el testimonio y el compromiso...

Relación con la Eucaristía

En la Eucaristía, nuestra pequeña ofrenda humana («un pedazo de pan y un poco de vino« = «semilla de mostaza»), por la acción del Espíritu Santo, «sin que nosotros sepamos cómo», se convierten en el «Pan de Vida» y el «Bebida de Salvación». Y ese Pan se parte y se reparte para la vida del mundo. 

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