Puerto Escondido, la ola del Pacífico mexicano

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Una ciudad que recuerdo con especial cariño es Puerto Escondido, que se encuentra en la costa pacífica del estado de Oaxaca. Allí puedes vivir lo que quieras, fiesta, tranquilidad, surf, aguas tranquilas, ambiente joven, planes más familiares etc.  Esa ciudad se adapta a ti, y tú a ella.

Decidimos continuar nuestros viajes conjuntamente, Juanca, Clement y Yo, llegamos a Puerto Escondido después de un largo viaje en autobús nocturno desde la ciudad de Oaxaca de Juárez

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Yo iba nerviosa, porque en Oaxaca mi cartera se perdió, y digo que se perdió porque es un misterio que le pasó. La última vez que había sido vista fue al bajar de una camioneta después de un tour y sacarla para pagar. Tras pagar nos pusimos rumbo al hostal, que estaba a tres cuadras, y al llegar, ya no la tenía. Por si acaso puse una denuncia de extravío ante la fiscalía en México. Me sorprendió y me mosqueó que hubiera que pagar una tasa para realizar la denuncia, pues vas a dar constancia de que has perdido algo. Y lo que más me molestó es que si se trata de un robo no se paga nada, así que estoy segura que la gente denuncia por robo en vez de por extravío por evitar la tasa y luego eso repercute en las cifras que maneja la fiscalía.

Esta situación me tensó, no por la perdida en sí, o el robo que sufrí, sino porque solamente me quedaba una tarjeta para el resto de mi viaje, y era mi única forma de acceso a dinero, ya que México el contactless no funciona aún.

Gracias a mis amigos pero, mantuve los nervios a raya y pude seguir disfrutando de mi viaje, me apoyaron mucho en ese momento y me ofrecieron su mano.  No me puedo sentir más agradecida. Ellos y Puerto Escondido me regalaron memorias imborrables.

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Como muchas ciudades costeras, Puerto Escondido se compone de una parte más turística llena de restaurantes y alojamientos turísticos, en frente del paseo marítimo y el puerto, y una parte más céntrica, donde se encuentra la plaza de la iglesia, y el mercado y donde los locales residen y viven.

El hostal que había escogido estaba en la parte céntrica de la ciudad, lejos de la zona de fiesta, y aunque al principio no me gustó fue el mejor hostal en el que estuve. La cocina se encontraba en el patio, junto a la piscina, y era el lugar de encuentro de todos los huéspedes. Recuerdo con especial cariño que una mujer mexicana un día nos enseñó a los que nos encontrábamos allí a hacer tartas en una sartén, y al día siguiente todos compartimos con ella vino y comida en agradecimiento. Allí además conocí a Thomas y Nathalie, piezas esenciales de mi gran viaje.

Allí por primera vez en mi vida vi nacer a una tortuga. En la playa de Bacocho, a poco menos de cuatro kilómetros de la bahía principal hay un refugio de tortugas y por las tardes, puedes participar en la liberación de tortugas. e desove, liberan tortugas. Es un momento único, emocionante y cruel, porque algo tan bonito como un nacimiento está rodeado de peligros, y sufrí como muchas tortugas no consiguieron llegar al mar por agotamiento o porque las cazaron.

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Esa ciudad tiene un aura mágica, me atrevería a decir que su clima templado y sus atardeceres rosados amansan el corazón de las personas y se respira un ambiente de paz y armonía en toda la ciudad, incluso durante las fiestas nocturnas. Lo más indomable de la ciudad son sus olas en playa Zicatela son un espectáculo de la fuerza de la naturaleza.  Una mañana me metí al mar a sentir ese poder y puedo escribir esto porque me batí en duelo con las olas y gané, pero lo pasé mal en algunos momentos, cuando una de esas olas me arrastró hacía dentro y me metió en un remolino que parecía no tener fin. Pero al sacar la cabeza al aire, me sentí viva.

Igual de viva me sentí bailando hasta la madrugada en la arena de sus playas, y disfrutando de la brisa del mar que acariciaba mi pelo subido en un colectivo cruzando el paseo marítimo.

Tengo muy pocas fotos del lugar, porque estaba demasiado ocupada en el presente.

Una vez más, como ya me había pasado anteriormente, me fui a mi siguiente destino con un muy buen sabor de boca, y una vez más con ganas de volver sin haberme ido.  Me quedé con un trocito de Puerto Escondido, de Oaxaca, de México, en el corazón, y soñaré con surfear de nuevo en el Pacífico hasta que vuelva. 

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