Vivir con rectitud... Esperar con confianza

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

Al venir a la iglesia para para la celebración eucarística, no podemos dejar a la puerta las preocupaciones o las ilusiones de cada día. Forman nuestra vida y las queremos presentar al Señor para iluminarlas con la vida y gracia que Dios-Padre nos ofrece. La liturgia de hoy nos reúne alrededor del altar con la idea de un mundo nuevo. Un mundo nuevo, una sociedad nueva, un hombre nuevo es algo que de alguna manera esperamos todos. Pero nuestras formas de esperar son bien diferentes. Y sin duda alguna en nuestra espera, hay mucho de temor, pesimismo, de frenazo, de traición al Evangelio. La Palabra de Dios nos invita a ir más allá de nuestras humanas preocupaciones o esperanzas, pero no a desentendernos de ellas. En este domingo que la Palabra de Dios nos habla del fin del mundo, no trata de aumentar en nosotros una nueva preocupación. Se nos dice que Dios renovará el mundo actual cambiándolo por un mundo nuevo donde brillará la paz. Este mensaje nos trae esperanza y confianza.

LECTURAS:

Daniel. 12, 1-3: «Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento»    

Salmo 16(15): «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»

Hebreos 10, 11-14.18: «Cristo ofreció por los pecados para siempre jamás un solo sacrificio»

San Marcos 13, 24-32: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»

El cristiano vive su fe en el mundo

Tenemos que vivir como cristianos nuestro paso por el mundo. Estamos urgidos desde dos puntos aparentemente opuestos: nuestra pertenencia al mundo, al tiempo, a lo pasajero; y nuestra vocación a la trascendencia, a superar la barrera del tiempo y de la muerte. Es el mensaje del Señor en su discurso final. Tenemos responsabilidad en el mundo que Dios nos ha dado para construirlo a través del trabajo, del desarrollo, del progreso que juzgamos ilimitado. Tiene una razón de ser: el bienestar personal y el de todos los habitantes del mundo. Dios nos quiere como hijos suyos, dignos de esa condición, comprometidos con los hermanos. Pero por otra parte sabemos que el mundo termina. Tiene un final no solo personal sino también cósmico. El paso por el mundo y el tiempo es exigente, incluso doloroso en más de una ocasión. Pero la llamada al final es la consecución de un estado realizado y feliz. Estamos perpetuamente en esa tensión que suele llamarse: el «ya» pero «todavía no». Desde ahora, por la fe, tenemos una experiencia auténtica de la vida de Dios en nosotros.

Nuestra experiencia de Dios no ha llegado a la plenitud. Está todavía limitada y viaja a veces en la penumbra. El Señor nos invita a pasar, como discípulos suyos, inclinados hacia la tierra en la que vivimos para desarrollarla con responsabilidad, y a levantar la cabeza y mirar hacia el infinito al que él nos llama y que por su bondad también nos perteneceEl cristiano vive el drama que vive su mundo. No es un extraño en su propio mundo. Cristo es su modelo en todo. Y Cristo no fue extraño al mundo. Vivió en el mundo y con los hombres. Y participó de su condición. Cristo fue co-partícipe de la pasión humana. - De esta manera ofreció por los pecados un sacrificio para siempre. Como consecuencia de ello vive hoy resucitado.

Levantemos la mirada

Toda tribulación es de alguna manera el anuncio de este mundo nuevo, de esta nueva creación. No es posible el anuncio de una nueva creación sin dolores, sin crisis. Estos son como los signos de la naturaleza que anuncian la primavera. La tribulación, como pan cotidiano para la vida del hombre, es señal de la venida del Hijo de Dios. Una vida que engendra y dará a luz un rostro nuevo tiene que conocer los dolores del parto. Dispersos hasta la extremidad de la tierra, lejos los unos de los otros, los hijos del Altísimo serán reunidos de los cuatro vientos, por el espíritu divino que recorre la tierra.

Relación con la Eucaristía

La Eucaristía exige un serio compromiso en este sentido, para hacer verdad el que la celebremos mientras él vuelva.

Para orar y vivir la Palabra

«El Señor es el lote de mi heredad» (Sal. 16) -

Hoy quiero darte gracias por haberme dado tu persona por herencia.

Nada en este mundo puede llenar mi corazón. Cuando Tú no estás, todo suena a vacío dentro de mí. En cambio, cuando Tú llegas, todo se llena de sentido. Eres como el sol que todo lo ilumina, todo lo calienta, todo lo vivifica.

«Que otros elijan otras porciones temporales y terrenas con las que se gocen. La porción de los elegidos es el Dios eterno. Beban otros los placeres de otras fuentes. Yo bebo en la copa del Señor. Mi heredad es excelente para mí. No es excelente para todos, sino para los que 'ven'.

Y como yo me encuentro entre los últimos, es también para mí. No dice: ¡Oh Dios, dame algo en herencia! ¿Qué me darás Tú en herencia? Todo lo que Tú podrías darme si no fueras Tú, sería para mí una nadería. Sé Tú mismo mi herencia. Tú eres a quien amo». (San Agustín)

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